Doktor Pseudonimus
Sé que tengo que poner punto y final a esta especie de «revival» sobre la figura y la obra de D. Roberto Nóvoa Santos. Pero antes de hacerlo me gustaría intentar sacarle jugo a algunas circunstancias y experiencias personales. Octubre de 1948. Tercer curso de la carrera. La asignatura clave era la Patología General. Todo lo anterior había sido solo prolegómenos. Por primera vez nos encarábamos con el pus y la sangre. Con el fenómeno y el significado de la enfermedad. El titular de la cátedra era Antonio Aznar Reig. Un joven catedrático recién llegado de Madrid. En aquel entonces, los catedráticos llegaban de Madrid como los niños, según se decía, venían de París. Ahora, con toda la razón, nos quejamos de los males que produce la endogamia, pero también la exogamia planteaba sus problemas. El establishment médico compostelano hizo cuanto pudo para que Aznar no se sintiese cómodo en Santiago. La estrategia funcionó perfectamente. Aun no se habían cumplido dos años de su llegada cuando solicitó y obtuvo su traslado a la Facultad de Medicina de Cádiz. Aznar era un buen profesor pero, en aquella época, también era un médico inexperto. Nos explicó personalmente toda la materia que figuraba en el programa y se ocupaba en dar las prácticas. Y era ahí, en la clínica, donde la inexperiencia se hacía más visible. Entorno los ojos y la escena aparece con absoluta nitidez. El paciente es un tuberculoso crónico que llevaba ingresado en el hospital cuatro o cinco años. Está sentado en la cama, tiene el torso desnudo y en la sala hace un frío que pela. Aznar se coloca el fonendoscopio para auscultar a su paciente pero antes se vuelve hacia el grupo de alumnos que lo rodeábamos. Nos da un consejo: en el diálogo con los pacientes hay que evitar a toda costa el uso de términos técnicos. Y como demostración de eso que nos dice pregunta al paciente: ¿Cuándo usted tose «arranca»? El paciente no entiende la pregunta y el profesor se la repite hasta tres veces. Al final, con una punta de ironía, es el paciente quien pregunta: ¿quiere usted decir si cuando toso «expectoro»?
Explicaba bien la asignatura, pero había que estudiarla por «apuntes». Carecíamos de la seguridad que siempre da el libro de texto. Comenté el asunto con mi padre. Me dijo que en la biblioteca que había en el segundo piso de su consultorio aún podría andar por allí el Manual de Nóvoa Santos que él había utilizado siendo estudiante. Rebusqué y encontré los dos tomos de la tercera edición. En su lectura dos cosas me sorprendieron sobre todo. Una fue que allí todo se movía. La enfermedad era entendida mucho más como un «proceso» que como un «cuadro clínico». La segunda fue ver que el Manual incluía conceptos y patologías propios de la psiquiatría y de la psicología. Anticipación bien importante si se tiene en cuenta que en España la Psiquiatría no mereció tener cátedra propia hasta 1948. Antonio Aznar era un docente al que le gustaba hablar con los estudiantes. Eso era lo que más tenía de «moderno». Confiado en esa actitud y –quizás también movido por un secreto deseo de «puntuar»– me atreví a contarle mi experiencia con el libro de Nóvoa. ¡Nunca tal hubiera hecho! Porque para el joven profesor Nóvoa era una figura obsoleta y el libro una antigualla. Y esa es ahora la gran pregunta: ¿Cómo fue posible que en 1948 un catedrático de Patología General ignorase la importancia y la categoría intelectual de D. Roberto Nóvoa Santos? A quien quiera encontrar respuesta a esa pregunta le recomendaré la lectura de Esquecemento, el capítulo XVI de «Xenio indomable», la obra de Tino Fraga sobre Nóvoa. El olvido que cayó sobre la figura y la obra de Nóvoa pudo deberse a no haber dejado tras de sí una escuela potente. Pero fue sobre todo un olvido activo. Porque, aunque hubiese fallecido antes de iniciarse la Guerra Civil, por ideas y talante Nóvoa fue un vencido. Durante décadas recordar su memoria no era asunto muy recomendable. En la propia Facultad de Medicina ocurrió un suceso bien simbólico. En el jardín estaba instalado el busto de Nóvoa que había realizado el gran escultor Francisco Asorey. Sin saberse como ni porqué el busto desapareció del jardín. Pero en 1975 ¡reapareció abandonado en el cuarto de máquinas de la facultad!
El interés de Nóvoa por asuntos relacionados con la psiquiatría y psicología no se limitó a lo que incluyó en su famoso Manual. Un estudioso de su obra J.J. Fernández Teijeiro ha documentado que, de un total de 245 títulos de libros, artículos y folletos, más de un 20% se refieren a esas materias. Este hecho ha motivado que algunos comentaristas consideren a Nóvoa como un precursor de lo que más tarde se daría en denominar como “medicina psicosomática”. Pero todo médico sabio supo siempre que alteraciones del ánimo podían producir trastornos corporales. Como prueba ahí les va una historia clínica con más de 22 siglos de antigüedad. Seleuco I, rey de Babilonia y Siria, tenía un hijo llamado Antíoco. El joven sufría unos ataques en los que el corazón palpitaba con frecuencia y violencia inusitadas y sentía la cabeza a punto de estallar. El sudor empapaba su ropa. Se sentía morir. Los médicos locales se sentían incapaces de saber lo que ocurría. Seleuco hizo venir a Erasístrato, máxima autoridad médica en su tiempo. Explora minuciosamente al paciente y lo único que encuentra es que, en algunos momentos, el pulso se dispara y se hace irregular. Pero al cabo de unos días se da cuenta de que estos fenómenos solo se producen cuando Estratonia, esposa de Seleuco, está presente en la habitación del paciente. Una mujer joven y bella, madrastra de Antíoco. Seleuco se la da como esposa a Antíoco y los ataques no volvieron a presentarse nunca más. Hapy End. Fin de la historia y de la miniserie.
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Descargar pdf, La Voz de Galicia «Sobre un profesor, un libro, un olvido y una taquicardia»