«Example, the only argument of effect in civil life»
Edmund Burke (1770)
El mejor medio para vengarse de una mala persona es no parecerse en nada a ella.
Marco Aurelio. Meditaciones
En el gran Ball Room del Titanic los músicos seguían tocando mientras el barco se estaba hundiendo sin remedio. En Caja-Bankia las tarjetas-sanguijuela seguían succionando decencia y liquidez cuando en sus puertas ya golpeaban gritos, preferentes y desahucios. Números cantan. Casi veintitrés mil millones para evitar una quiebra. Y más de quince para contentar egos y cerrar bocas. Cerrarlas para ahuyentar la pregunta o la crítica. No, claro está, para no comer en Jockey o en Horcher o para no beberse en alegre compañía míticas añadas.
Y ahora sucede algo bien curioso. El quebranto económico producido por la quiebra no se puede comparar en su cuantía con el debido al chanchullo de las tarjetas. Y sin embargo este es lo que más nos incomoda y solivianta. ¿Por qué sucede así? No lo sé muy bien pero ahí les va una hipótesis. La quiebra se nos presenta como un asunto técnico. Algo cuyos entresijos el común de los mortales no podemos entender y por lo tanto sobre lo que tampoco podemos opinar. Es asunto reservado a esos “pocos otros” a los que los de la coleta han dado en llamar la casta. Por el contrario con mayor o menor frecuencia todos hemos usado alguna vez una tarjeta de crédito. Su uso es ya una costumbre. Y eso es quizás lo que más nos incomoda: que alguien se aproveche pervirtiendo una costumbre por lo demás bien conveniente.
De sobra sé que esto de hablar de buenas o malas costumbres suena a gazmoñería u homilía bien pensante. Y sin embargo… con penetrante lucidez Javier Gomá ha reivindicado en “Ejemplaridad Pública” la función política de la costumbres. De ahí les traigo tres citas. La primera es de Jean Jacques Rousseau y está en el Contrato Social: “Las leyes contienen a los hombres pero no los cambian”. La segunda se debe a Alexis Tocqueville: “Las leyes son siempre vacilantes en tanto no se apoyan en las costumbres. Las costumbres forman el único poder resistente y duradero del pueblo”. La tercera es del propio Gomá: “Las costumbres son el espacio de la polis como el espacio lo es para la materia, la cultura para el hombre o la invisibilidad para Dios”. La costumbre entendida aquí como aquella convención u opinión generalizada sobre lo que “debe ser”. Y cuyas desviaciones no son castigadas por un aparato coactivo tal como ocurre en el Derecho sino sólo por el reproche social y en su caso por la mala conciencia.
Pero si no pueden imponerse por ley ni por ninguna otra coacción ¿cómo han de promoverse las buenas costumbres? Tampoco lo sé muy bien. Desde la Inglaterra de 1770 nos llegan unas palabras escritas por Edmund Burke, en “Thoughts on de cause of present discontents”. “El ejemplo es el único argumento efectivo en la vida civil”. Y lo dice ¡refiriéndose precisamente al descontento provocado por los abusos cometidos por los amigos del Rey! Nihil novum sub sole.
El ejemplo es eficaz porque contagia. Y contagia porque para vivir todos necesitamos modelos donde mirarnos y aprender. Hay una genealogía de la grandeza como la hay del envilecimiento. En una ocasión Winston Churchill explicó que había podido resistir en solitario el asedio de la Alemania nazi recordando las proezas de su pariente Lord Marlborough. El “Mambrú se fue a la guerra” de la canción que aún se cantaba cuando yo era pequeño. Y resulta que Lord Marlborough basaba su energía en la mostrada por los héroes de las tragedias de Shakespeare. Unos héroes – ahí está Julio Cesar o Cleopatra – que le llegaron directamente desde las “Vidas Paralelas” de Plutarco.
Pero con Dios huido a no se sabe dónde, con la Ilustración decaída, con cualquier elitismo vuelto sospechoso y con la vulgaridad rampante en ondas y pantallas. ¿Quién civilizará al yo, quien podrá hacerlo virtuoso en una sociedad secularizada en la que no es posible pensar en ningún tipo de moral privada prescriptiva?
He de confesar que tampoco aquí lo veo claro. Pero mientras se hace la luz no parece mala práctica seguir lo que nos propone Marco Aurelio: el mejor medio para vengarse de una mala persona es no parecerse en nada a ella”.
Y quizás ahora algún lector preguntará ¿qué se hizo de los jetas? Pues simplemente ocurre que son tantos que no caben en una sola entrega. Pero pronto ocuparan un próximo Zaguán.
Descargar pdf, La Voz de Galicia «Sobre jetas, tarjetas, éticas y esteticas (1)»