Para Manuel Sánchez Salorio, los septuagenarios que le precedieron en las primeras entregas de esta serie eran “jovenzuelos de setenta y pocos años”. Este oculista gallego sigue en activo con sus 82 años, que el 22 de enero se convertirán en 83, pues nació en A Coruña en 1930, aún durante el reinado de Alfonso XIII. “La no jubilación no es que signifique entrar en el reino de la felicidad. Supone seguir vivo, no le daría muchas más vueltas”, afirma Salorio en relación con su longevidad profesional. ¿Seguir vivo? “Sí, seguir vivo. Porque continúo haciendo aquello en lo que soy competente”, añade.
Su divisa es la misma que tenía uno de sus pacientes, Manuel Fraga. “Sé que la vida es como andar en bicicleta y si te paras, te caes”, proclama para explicar la razón de que siga al frente del Instituto Galego de Oftalmoloxía (Ingo) y de que mantenga su actividad en un centro sanitario de Santiago y, aunque ya de forma más esporádica, en su consulta del número 6 de la calle Compostela, en el centro de A Coruña.
Esa consulta coruñesa es una maravilla, una pieza de museo en sí misma, que no ha sufrido muchas variaciones desde que se abrió en 1922, como se observa en las sillas y las butacas de la sala de espera. De ahí que se usase como escenario de una reciente película gallega, La cicatriz blanca, en la que el propio Salorio desempeñaba el papel de oculista.
Su padre ya era oftalmólogo y él mantiene el oficio, bajo el clásico enfoque humanista de que el centro de la medicina debe ser el enfermo y su enfermedad, no los instrumentos y fármacos para tratarla. Cuando se le ve con un foco en la cabeza en una habitación oscura escrutando el interior de unos ojos, llama la atención el contraste con las altamente tecnificadas oficinas de los oftalmólogos de hoy. Es como si Salorio fuese su propia máquina, por conocimiento y experiencia. No obstante, alaba el diagnóstico por imagen, que ha permitido superar un punto ciego para la oftalmología, pero también advierte que proporciona información excesiva:
“Antes, detrás de la retina no podíamos ver nada. Ahora, consigues una imagen de la retina igual que si tuvieses un microscopio. Aunque no me gusta la medicina en la que el médico mira más para la pantalla que al enfermo, el diagnóstico por imagen es impresionante”.
Y es que Salorio, aunque reconozca que la informática es su asignatura pendiente, no ha sido para nada ajeno a la revolución tecnológica de la oftalmología de las últimas décadas, pues el instituto que dirige, el Ingo, es un centro puntero. Se trata de una fundación sanitaria de la Xunta que forma parte del Servicio Galego de Saúde (Sergas). Esa estructura jurídica le ha permitido mantenerse en activo tras rebasar con creces la edad de jubilación. “Esto ha sido posible gracias, en gran parte, a que el Sergas ha permitido algo bien insólito entre nosotros, que alguien pudiese trabajar sin cobrar, sin estar en nómina”, destaca Salorio, quien en cambio apunta que en la universidad no pudo hacer lo mismo, por lo que con el cambio de siglo tuvo que retirarse de la docencia, actividad que ejercía desde 1959 en la facultad de Medicina de Santiago, como catedrático desde 1963. Publicó, como autor o coautor, más de 320 trabajos en publicaciones científicas y dirigió 58 tesis doctorales. “En la universidad sigue vigente lo que decía el catedrático Carlos Alonso del Real: cobro, luego existo”, lamenta con retranca.
Lo de no poder impartir docencia ni en la licenciatura ni en el doctorado supone para Salorio una frustración, si puede existir ese concepto para una persona optimista, jovial y especialmente activa. Asegura que no tenía un plan preconcebido de no jubilarse, sino que más bien no se lo planteó, aunque su mujer sí se lo sugería: “Me he dejado ir bastante. La vida es como un río, y hay que dejarse llevar por el río. Hombre, si el río va por un recodo que te va a llevar a un precipicio, cambias de río…”.
“La vejez es una oquedad que se produce a medida que se van retirando las cosas y las personas que la ocuparon durante la vida”. Esta es una idea que Salorio acostumbra a repetir cuando le preguntan por los motivos de seguir en la brecha a una edad avanzada. Es como si él se resistiese a que ese vacío se apodere de su existencia.
Recientemente releyó El mundo visto a los 80 años, de Santiago Ramón y Cajal. “Tenía mi edad, porque lo escribió con 82 años. Dice algunas cosas interesantes, como que la vejez empieza cuando la torpeza de las piernas coincide con la torpeza de las palabras y el pensamiento. A mí no me pasa. Pero las patas, sí que lo siento un poco”. Afirma estar bien de salud, gracias a haberse mantenido en activo, aunque ahora reconoce disponer de más tiempo libre, porque hace jornadas más cortas que antes, cuando tenía a gente esperando en la escalera o salía de operar a medianoche.
“Mucha gente dice que está encantada con la jubilación y con sus hobbies. Yo lo dudo mucho”, sostiene Salorio, quien juega al golf los fines de semana, acostumbra a participar en una tertulia semanal con unos amigos en Santiago y lee mucho, sobre todo ensayo. “Novela leo poco, prefiero leer libros de los que se pueden subrayar”, apunta. Entre sus últimas lecturas están la obra de Henry Kissinger sobre China y la biografía de Manuel Murguía, marido de Rosalía de Castro y figura esencial del galleguismo, escrita por el historiador Xosé Ramón Barreiro. Hace unos años comenzó a volver a aprender poesías de memoria y a recitárselas a sí mismo, como un ejercicio de gimnasia mental en prevención del alzheimer. Sin estar seguro del todo de si la vacuna será efectiva, afirma disfrutar con ella. Dice que nota alguna pérdida en la memoria más próxima. “Es curioso porque te olvidas de un nombre y de ese ya no te acuerdas nunca. Sale uno que lo sustituye. Llega un momento que casi sabes en la neurona en la que está”, reflexiona.
Salorio vive entre ACoruña y Santiago, dos ciudades a las que el nuevo trazado ferroviario del Eje Atlántico ha puesto a sólo media hora de viaje, casi la mitad de lo que hubo en el pasado. “Descubrí el tren. No es no conduzca, pero lo que es la vida normal, la hago en tren. Es fantástico. Sólo tiene el inconveniente del móvil del de al lado”, cuenta. Cada 25 de julio, coincidiendo con el día Nacional de Galicia, Salorio publica, con el seudónimo Procopio, un artículo anual a partir de las observaciones de un cuervo sabio.
“Yo aprendí a operar en Barcelona”, afirma, y alude a los “grandes maestros” Hermenegildo Arruga e Ignacio Barraquer y a sus continuadores, como Ignacio Barraquer. Salorio considera “un escándalo” que haya jubilaciones a los 55 años y sostiene que el ideal “sería que una persona se jubilase cuando se muriese”.
Fuente: Entrevista publicada en el periódico La Vanguardia en la sección Tendencias el 1 Enero de 2013.