Sucedió hace apenas tres semanas. La Asociación de Antiguos Alumnos de la USC organizó una mesa redonda sobre «A universidade na sociedade do S. XXI». Mucha tela para menos de dos horas, es cierto. Pero no por eso un ejercicio totalmente infructuoso. Porque pararse a reflexionar sobre la universidad resulta siempre por sí misma una actividad enriquecedora. Abre la mente. Y eso es así porque desde su origen en las entrañas de la institución late una intrigante contradicción. La que surge de intentar hacer convivir en una misma casa dos pulsiones diferentes. De un lado la que deriva de la innata propensión del ser humano a entender el mundo. Eso es a lo que llamamos cultura. De otro la necesidad de transformarlo. Eso es lo que hace la técnica. Históricamente la tensión entre esas dos polaridades es el fenómeno esencial de la universidad. Lo que mantiene viva e inquieta a la institución. Pero la fragmentación y la especialización de los saberes hace cada vez más difícil ser, a la vez, culto y eficaz. Por eso la discusión sobre la esencia de la universidad se ha convertido en una conversación interminable. Abandonamos esta deriva esencialista que a ningún lugar conduce y volvemos a la sala de la Rúa do Villar donde tiene lugar la mesa redonda. Senén Barro resalta la importancia de utilizar indicadores para valorar lo que hace una universidad. Y aún le queda tiempo para aclarar ese galimatías del 3+2 o del 4+1 en el que compiten entre sí másteres y grados. Resulta que los expertos opinan que bastan tres años de formación universitaria para ejercer la mayoría de profesiones. Puede que sea cierto pero uno puede evitar sospechar que también aquí esté trabajando la piqueta de los recortes. Con experiencia y sensatez, Mercedes Brea defiende la importancia de la docencia. José Alberto Diez de Castro Director General de Universidades de la Xunta, roza sin mojarse demasiado un tema bien polémico. Las universidades ¿deben financiarse por el número de estudiantes matriculados o por sus resultados? Un empresario, Roberto Almuiña, se refiere a la importancia de la universidad en la innovación tecnológica de las empresas. Pero como quien no quiere la cosa al final deja caer un comentario. Galicia es una potencia europea en la transformación del aluminio y al parecer la universidad aún no se ha enterado.
Con viveza y precisión poco comunes el coloquio fue moderado por Manuel Fraga Carou. Y, ya al final, con la gente mirando sus relojes y a punto de levantarse la sesión ocurrió lo que motiva este zaguán. El moderador se percató de que en la última fila de aquella sala llena de profesores se sentaban tres alumnos. Dos de biológicas y uno de medicina. Los tres de primer curso. Su instinto de periodista le hizo pensar que allí podría haber noticia. Les preguntó por qué habían elegido esas carreras y le contestaron obviedades. De sus profesores sólo le dijeron que unos eran buenos y otros malos. El periodista no se dio por vencido y les apretó las tuercas. ¿En qué os basáis para decir que unos son buenos y otros son malos profesores? Hubo un breve silencio. Sin levantar la voz se oyó decir al estudiante de medicina: «Bueno, se nota que unos disfrutan dando clase y otros no». Nada más oírlo me dió como un vuelco el corazón. Y por las entretelas de la memoria me pareció volver a oír el viejo mantra tantas veces utilizado como arma arrojadiza: «en la docencia todo lo que no es erotismo es burocracia». Porque en la frase de ese alumno se encierra más sabiduría que en cien tratados de pedagogía.
Y esa sería entonces la cuestión. ¿En qué consiste, de donde le viene a la lección esa posibilidad de ser disfrutada? Es justo ahí a donde queríamos llegar. Pero el espacio no perdona. Quien quiera conocer la respuesta ha de esperar al próximo Zaguan.