Doktor Pseudonimus
El último Zaguán terminaba con una cita de Tito Maccio Plauto: se dice que a quienes inventan calumnias hay que cortarles la lengua y a quienes las escuchan y divulgan colgarles de las orejas. Este 2019 recién clausurado ha sido calificado como el año de las protestas y de las mentiras. Ciertamente no faltan motivos para el malestar. Ahí está campante y bien visible el problema de la desigualdad. Pero también ahora da la impresión de que lo más grave de lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa. Ahí les va una hipótesis. Desde antiguo los novelistas saben que las historias de las familias felices resultan menos interesantes que las de las desgraciadas. Algo parecido ocurre en las redes sociales. Los hechos objetivos cada vez tienen menos importancia en la formación de la opinión pública. Lo que priva son aquellos que promueven emociones o refuerzan creencias personales preexistentes. Post-truth, postverdad, elegida palabra del año 2016 por el diccionario Oxford. Da la impresión de que se está produciendo un recelo contra la verdad. Quizás por su carácter autoritario. Algo así como un prurito democrático hace darle una oportunidad de expresión a la mentira. Naill Ferguson ha comparado este efecto en las redes sociales con la invención de la imprenta. Un beneficio evidente pero con algún inconveniente. Y no es el menor el colapso de las autoridades culturales preexistentes. Sin haber sido sustituidas por otras nuevas. No hay maestros. Y mientras tanto en un universo paralelo, la industria de los videojuegos ya factura más que el cine y la música juntos. Y esa es hoy la primera urgencia: ante la invasión de fake news, recuperar lo obvio.
El orgullo y la huelga
“Lo más importante de este movimiento es que hemos recuperado el orgullo”. Es lo que dice Patrick Planque, obrero de mantenimiento de la SNCF en las afueras de París. Y consideran la recuperación del orgullo como el objetivo principal de una huelga que ha paralizado el transporte público en París durante más de un mes. Ese matiz constituye una novedad digna de ser considerada. Porque podría dar alguna luz sobre un fenómeno desconcertante: el descontento que de modo tan extraño como vertiginoso está apareciendo en más de medio mundo. El orgullo por recuperar lo que uno es o uno hace es algo mucho más relacionado con la identidad que con la economía. Contra la globalización, la diferencia. Desde el orgullo gay, el Brexit… o haber nacido en Teruel. Y ese es realmente el desafío. Ser capaces de separar el trigo y la paja en esta avalancha de novedades en un escenario cambiante.
El niño y la adolescente
En La euforia perpetua, el fantástico libro de Pascal Bruckner, el autor pregunta a un niño de cuatro años que es la vida. El niño contesta: vivir es hablar, reírse y darse besos. Hace apenas siete días la fotografía de una adolescente ocupa toda una página de una revista gráfica seria. La adolescente tiene la cara pintada y la boca abierta: está gritando y riendo al mismo tiempo y levanta los brazos con un letrero que dice: “ni sumisa ni devota. Me quiero libre, linda y loca”. Adolescencia, protesta y diversión. Menudo cóctel.
La ministra y el Arcipreste
La ministra de la Presidencia, Carmen Calvo, acaba de decirlo: “si una mujer no dice expresamente sí, lo demás es no”. Mike Pence, Vicepresidente del EEUU, reconoce que en su trabajo ya no se reúne nunca a solas con una mujer. Probablemente ambos tienen sus razones para hacerlo, pero uno no puede evitar que por su memoria correteen unos versos de Juan Ruiz. Arcipreste de Hita experto en compaginar sus menesteres religiosos y sus atenciones a dueñas complacientes. “Mejor quiere la dueña ser un poco forzada/ que decir: haz tu gusto, como desvergonzada;/ con un poco de fuerza queda muy disculpada: en cualquier animal esta es cosa probada”. Pero lo cierto es que el clima ha cambiado. Y quien lo dude puede preguntárselo al tenor Plácido Domingo.
No dejarse asimilar
Todo parece indicar que sin saberse bien por qué la clase política anda medio enloquecida. La izquierda miente; la derecha, al menos la ultra y la casadista, se va al monte e insulta. Una situación en la que el inminente nonagenario que ahora les escribe solo les ofrece una solución: no tanto hacer mutis como no dejarse asimilar. Algo que el maestro Shakespeare supo expresar como nadie. Cuando en El mercader de Venecia hace decir al judío Shylock: “me parece bien comprar y vender con vosotros. Hablar y pasear con vosotros, pero no quiero comer, ni beber, ni orar con vosotros”. Aunque te suban los impuestos y por la cabeza y el corazón te inquieten unos versos. Los que José María Valverde dejó escritos en Nostalgia del Desierto: “Lo peor es creer que se tiene razón por el hecho de haberla tenido alguna vez”. Cita de memoria.
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Descargar pdf, La Voz de Galicia «Breverías: Proteste usted aunque no sepa por qué»