«El talento se educa en la calma y el carácter en la tempestad»
J.W. Goethe.
Johnny got his gun. También aquí entre nosotros el Editor no lo dudó demasiado. Sacó su «yo protesto» y sin más se tiró al ruedo. Ideas y palabras que habían nacido para le efímera levedad de las hojas de un diario volvieron a la tinta y al papel. Pero esta vez lo hicieron para quedarse. Porque un libro es siempre expresión de eso que Paul Eluard definió como «le dur désir de durer». El duro deseo de durar. Palabras que habían nacido dispersas ahí están ahora reunidas en la compacta corporeidad de un libro. Todas juntas, el codo contra el codo, ayudándose unas a las otras a conseguir un discurso a la vez coherente y contundente. Un libro que la eficiente maquinaria de La Voz, en apenas tres días ha conseguido situar en setenta y cinco mil hogares de toda Galicia. Otra vez un nuevo record. Chapeau.
Y ahora habrá que preguntarse: ¿qué es lo que hay dentro de ese libro? Pues lo que hay es una protesta. Una protesta ante lo que un antiguo ilustrado designaría como «los males de la Patria». Porque resulta que de pronto y sin saberse bien por qué todo lo que nos parecía sólido y legítimo ahora decae y se derrumba. Y en medio de las ruinas del derrumbe la incompetencia de las élites políticas y económicas aparece tan clara y manifiesta que el ciudadano no sabe a qué atenerse. Una vez más la sentencia acierta: «corruptio optimi pessima». La corrupción de aquellos que podrían ser considerados mejores siempre resulta la más maléfica de todas.
El Editor planta cara a esa situación. Sabe que él no es un analista pero sabe también que no puede ser un mero espectador. En las Summas medievales entre los pecados de omisión se incluía el «peccatum taciturnitatis». El pecado de aquellos que debiendo hablar no lo hacen. El Editor sabe que ante lo que está ocurriendo no puede permanecer callado. Y eso es así, o al menos así lo creo yo, por tres razones principales. La primera es porque dispone de una Voz tan potente que llega hasta los últimos rincones del país. Y sabe que lo que legitima y hace exitosa a esa Voz es precisamente la de poder ser portavoz de aquéllos que por sí mismos no tienen voz. Quedarse callado sería una traición o incluso algo peor: un error. La segunda razón para no callar derivaría de la fidelidad a un pedigree. El Editor sabe que tiene tras de sí una tradición más que centenaria de ejercicio cívico y liberal de la información, de defensa del país y de las gentes que lo habitan. La tercera razón me la invento yo y por eso el lector podría saltársela sin gran inconveniente. El Editor protesta porque se lo pide el cuerpo. Porque le da la gana. No es una «boutade» esto que escribo. Con frecuencia olvidamos que lo que más condiciona la conducta humana y lo que más nos distingue a los unos de los otros no son los intereses ni tampoco la educación. Es el carácter. El carácter es, valga la redundancia, lo que más y mejor nos caracteriza. Y un Santiago Rey quieto y callado ante todo lo que está cayendo estaría empezando a dejar de ser Santiago Rey. Quiera Dios que esto no suceda nunca. De esas tres fuentes mana pienso yo, el discurso del Yo Protesto. Un discurso caliente y apasionado que a veces suena incluso a desesperado. Desesperado no porque cierre toda opción a la esperanza. Algún resquicio queda y por eso no es un discurso absolutamente pesimista. Desesperado porque ante la urgencia del problema su autor tiene prisa y no puede ni quiere esperar. Entre otras cosas porque Santiago Rey ha conducido toda su vida con el pie siempre apretando fuerte el acelerador.
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