REFLEXIONES Y VICISITUDES EN TORNO A UN CONVENIO
Doktor Pseudonimus
Para Juan Duran de la Colina y
Gonzalo Corcóstegui Guraya.
La Universidad del País Vasco y un importante Instituto dedicado al cuidado y cirugía de los ojos firman un convenio de colaboración. Deciden celebrarlo y me piden que diga unas palabras en el acto inaugural. Cualquier ocasión es buena para revisitar Bilbao. Pocas ciudades habrá que hayan sido capaces de transformarse conservando su personalidad como lo ha hecho Bilbao. Pero son días en los que la galerna, ahora ciclogénesis explosiva, azota sin piedad toda la costa del Cantábrico. Danzar en el aire dentro de un avión perdido entre las nubes y zarandeado por los vientos nunca fue suceso que yo pudiese superar sin grave sobresalto. Alguien me dice que con la autovía ya casi terminada menos de cinco horas separan Neguri del Parrote coruñés. No lo dudo. Busco compañía que garantice conversación y destreza en el volante y emprendemos el viaje. Desde el principio hasta el final recorrer esa autovía se convierte en una continuada inmersión en la belleza. Por un lado siempre el mar esos días mostrando encabritado toda su fiereza. Por el otro una sucesión ininterrumpida de montañas, valles, bosques, ríos y praderas. El Norte de España. Una periferia que si hubiese sido columna vertebral otro gallo nos cantara. Pero nunca son sólo cinco horas. Porque siempre estará esperando al viajero una caldereta de pescado en Figueras, un besugo a la espalda en Cudillero, unas fabes en Luarca, unas anchoas en Laredo… Si nunca las prisas fueron buenas hacer un fast food en esta ruta parece algo así como un pecado. Un grave pecado de omisión.
El acto inaugural se produce con una discreta y bien calculada solemnidad. Asisten representantes de la Lehendakaritza, del Ayuntamiento, de la Sanidad y de la Universidad. Preside un Vicerrector pero no hay togas ni birretes ni ningún otro tipo de disfraz. Tampoco se canta el Gaudeamus Igitur. Siempre me ha sorprendido la impostada seriedad con que los profesores escuchan o canturrean el Gaudeamus en los actos académicos. De pie, firmes, entornando los párpados como si sonase el Tantum Ergo o el Himno Nacional. La música la habrá compuesto Brahms pero la letra del Gaudeamur viene desde los Goliardos. Aquellos curas y estudiantes vagabundos que en la baja edad media recorrían villas y ciudades comiendo, bebiendo y cantando canciones licenciosas en un latín macarrónico. Estrofas más propias de una tuna que de un claustro general. Y por si algún lector desease documentarse en literatura goliarda le diré que puede hacerlo y disfrutarlo leyendo o escuchando los Carmina Burana la cantata escénica compuesta por Carl Orff. Pero, por su bien, también le digo que al nombrarla acentúe con fuerza la primera a de Carmina no vaya a salirle aquella famosa Carmiña Burana que la maledicencia urbana puso en boca de un, por otro lado eficaz e importante exconselleiro.
Volvemos al acto inaugural. El Decano de la facultad de medicina habla bien claro: justifica el convenio por la necesidad de aprovechar para la docencia todos los recursos disponibles. Lo considera un ejemplo de colaboración entre una institución pública y una privada. Hacer compatibles ambas esferas no parece producir aquí las ampollas que levanta en otras latitudes. Puro Den Xiao Ping: gato negro o gato blanco no importa, lo que importa es que cace ratones. Creo que el Decano tiene razón pero también creo conveniente hacer algún distingo. Porque los referentes del convenio son por un lado la Universidad y por otro la Medicina. Pero la medicina no como mero conjunto de conocimientos. Una clínica no es una cátedra. En la cátedra la medicina se predica, en la clínica se ejerce o, mejor aún, se profesa. Y resulta que tanto la Universidad como la profesión médica son especies amenazadas. Percibo los gestos de extrañeza e intento aclararme. No amenazadas de extinción sino por algo que es casi su contrario: su propio éxito. Porque el éxito a veces consolida pero otras veces desvirtúa. Hace perder las virtudes, los valores, las costumbres que hicieron exitosa a una institución. Y en ese trance, al menos eso creo yo, andan ahora metidos tanto la Universidad como la profesión médica.
La Universidad. Todo el mundo, dentro y fuera de la institución, anda ahora quejándose de la Universidad. Pero su éxito como institución es absolutamente incontestable. Piensen aunque sólo sea en una cosa: de todas las instituciones que existían en el siglo XII en el occidente cristiano sólo dos continúan vigentes sin solución de continuidad. La Iglesia Católica y la Universidad. La Iglesia le saca once siglos de ventaja pero anda perdiendo clientela mientras la universidad no sabe qué hacer con tanta gente y tantas materias que llaman a sus puertas. Tantas y tan diversas cosas que empieza a no saber quién ella misma es. Porque lo cierto es que esa Megaversidad, esa Multiversidad en que la Institución se ha convertido no ha tenido aún el bardo que la cante ni el filósofo que la fundamente. Y esa es precisamente la pregunta: ¿Dónde está, dónde debe estar, el núcleo que defina y constituya a una institución como Universidad? ¿Cuál es su DNI, su más característica señal de identidad?
Quien quiera saberlo ha de esperar al próximo Zaguán.
Descargar pdf, La Voz de Galicia «Universidad y profesión (1)»