Doktor Pseudonimus
En el último zaguán se hacía referencia a una anomalía académica. Una disciplina –y una profesión– tan importante como es la Psiquiatría tuvo que esperar hasta 1947 para disponer de una cátedra universitaria con contenidos propios. Hasta entonces en el plan de estudios de medicina la psiquiatría aparecía como un apéndice de la medicina legal. Un psiquiatra tan famoso como Juan José López Ibor oficialmente era un catedrático de medicina legal. Lo mismo ocurría en Santiago con D. José Pérez Villamil. Ambos intentaban disimularlo cuanto podían no dando en todo el curso ni una sola clase de medicina legal. Un lector amigo me pregunta por la explicación de tan extraña anomalía. Traslado la pregunta a Ángel Carracedo, catedrático de medicina legal y autoridad indiscutible en genética molecular. Ángel lo achaca al tradicional retraso con el que la universidad española se enfrentó con los cambios propios de la modernidad. Lo cierto es que la Psiquiatría entra en la Universidad de la mano de la medicina legal, no tanto por su consistencia como especialidad sino por la importancia que tenía el diagnóstico de loco, demente o “furioso” como eximente de culpabilidad en algunos procesos judiciales.
Lo cierto es que durante la república tanto la Institución Libre de Enseñanza como el partido socialista habían solicitado la creación de esa cátedra. En dos extensas entrevistas, una con Santiago Lamas y otra con Tiburcio Angosto, el profesor Villamil ha dejado por escrito los avatares de esa historia. El establishment del momento había incluso consensuado al candidato: D. Jose Sanchis Banús. Neuropsiquiatra reconocido, presidente del Colegio Médico de Madrid y… diputado del partido socialista. Pero al candidato se le ocurrió viajar a Ginebra, agarró una gripe, se le complicó con una miocarditis y se murió. Pronto llegó julio de 1936 y pasó lo que pasó. Y ahora es cuando entra en el relato un personaje singular: Antonio Vallejo Nájera. Pertenencia al cuerpo de sanidad militar. Había sido agregado militar en la Embajada de Berlín. Enseñaba Psiquiatría en la Academia de Sanidad militar. En 1937 publicó en Burgos un libro titulado Eugenesia de la Hispanidad. Regeneración de la raza. Para que el lector pueda valorar como una ideología puede trastornar la mente humana ahí les van unas cuantas “perlas” incluidas en ese libro. “El problema racial de España es que hubo demasiados Sanchos Panza (físico redondeado, ventrudo, sensual y autista) y pocos D. Quijotes (casto, austero, sobrio e idealista). “Si la selección negativa que la guerra ejerce sobre los mejores la aumentamos con este amoroso cuidado en los débiles mentales, no cabe duda que así hacemos una eugenesia negativa”. Para mejorar la raza es necesaria “la militarización racial de la escuela, de la universidad, del taller, del café, del teatro y de todos los ambientes sociales”. Tampoco la mujer se libró del ímpetu de la regeneración vallejo-najerista. “A la mujer se le atrofia la inteligencia como las alas a las mariposas de la isla de Kerguelen. Ya que su misión en el mundo no es luchar por la vida sino acunar la descendencia de quien tiene que luchar por ella”. La estancia en Berlín había dejado su huella. Una de sus nietas cuenta que su abuelo obligaba a sus hijos, de un modo compulsivo, a escuchar a Wagner. Les traigo aquí este currículum porque Antonio Vallejo Nájera va a ser en 1947 el primer titular de esa cátedra de Psiquiatría durante tanto tiempo y por tanta gente deseada. La izquierda más extremada llamó a Vallejo el Mengele español. La comparación es injusta porque, que yo sepa, nunca propugnó el exterminio del paciente mental ni del enemigo político. Y su concepto de raza era una especie de empanada mental más basada en valores culturales y morales que en factores biológicos. Valga como ejemplo lo que en algún lugar dejó escrito su hijo José Antonio. También psiquiatra, también catedrático y escritor exitoso. Premio Planeta 1985 con su novela Yo, el rey. Hubo un momento en que quiso reeditar un libro de su padre, pero tuvo que desistir. Dice textualmente: “porque mi padre era tan estricto que a quien tuviese o hubiese tenido una querida lo consideraba un psicópata”.
Antes de poner punto final volvemos a la pregunta del principio ¿Cómo puede explicarse esa hegemonía de la medicina legal sobre la psiquiatría en los planes de estudio de medicina? Como tantas veces ocurre hay que recurrir al argumento ad hominem. Y aquí el hombre fue D. Pedro Mata Fontanet. Médico y periodista, escritor, político liberal. Fundador de periódicos. Por dos veces exiliado. Alcalde de Barcelona. Autor de un plan de estudios de medicina, creador de un curso de lengua universal, gobernador de Madrid, catedrático de medicina legal y toxicología, creador y acérrimo defensor del cuerpo de médicos forenses. Un Valedor de la Medicina Legal mucho más poderoso del que podía disponer la Psiquiatría.
Y ahora ya llegamos a lo que les quería contar. Pedro Mata vivía en Madrid en una casa de la calle de la Montera. En esa misma casa, vivía Manuel Bretón de los Herreros, un dramaturgo costumbrista de enorme éxito popular. La gente de la farándula siempre ruidosa y parlanchina acudía con frecuencia a la casa de Bretón. Y muchas veces se equivocaba de piso y llamaba en la puerta de la vivienda de Pedro Mata. Para evitarlo el todopoderoso doctor hizo poner en la puerta de su casa un letrero que decía: “en esta mansión no vive ningún bretón”. El adjetivo bretón tenía connotaciones peyorativas. Y como respuesta Bretón colocó en el portal del edificio un gran cartel. En el que podían leerse unos versos que decían: “en aquesta vecindad/ vive un médico poeta/ que al pie de cada receta/ firma Mata y es verdad”. Se non è vero, no me negarán que è ben trovato.
Y al despedirme de quienes me leen no puedo hacerlo sin dejar de añorar una época en la que la chispa del ingenio saltaba donde ahora suele hacerlo el exabrupto.
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Descargar pdf, La Voz de Galicia «Sobre un loquero enloquecido y algunas cosas más»