Tan desmesurada fue la extensión del último «Sueño de una Noche de Verano» de Procopio, que bien podría haberse titulado Sueño de un Trimestre de Verano. Maratón sólo apto para lectores contumaces. Tocados además de una vena algo masoca. Sólo así puede explicarse que más de uno haya recortado el texto para guardarlo y poder leerlo con más calma en futuras ocasiones. Se agradece el detalle pero no se me oculta la contradicción que eso lleva dentro. Porque con el periódico ocurre lo mismo que con el pescado. Hay que consumirlo fresco, vivito y coleando para poder disfrutarlo. Alguien ha dicho: periodismo es lo que se lee una vez, literatura es lo que una y otra vez volvemos a leer. La sentencia suena bien y al menos en primera instancia puede servir para diferenciar ambos géneros. Sólo tiene un inconveniente: es falsa. Uno se ha pasado más de media vida leyendo con provecho textos de Ortega que vieron la luz por primera vez en las páginas de El Sol o del Imparcial. Otro tanto ocurre con Cunqueiro. Las joyas que en su día ilustraron las páginas de La Voz de Galicia o las del Faro, siguen enriqueciendo la mirada y alegrando el corazón a quien las revisite hoy en los libros en que han sido recogidas. Ayer fueron periodismo porque fueron novedad. Hoy son literatura porque siguen transformándonos. Porque para eso leemos: para ser otros. Para sentirnos mejores, más sabios, más entretenidos, mejor acompañados. Para mantenernos vivos sintiéndonos a la vez tranquilos y excitados. Se me dirá que eso ocurría en otros tiempos, cuando el periódico no tenía que andar siempre corriendo con la lengua de fuera tras la novedad que ya está brujuleando en la pantalla del Whatsapp o del televisor. El viejo mantra de la novedad. Pero resulta que hay mañanas en las que Homero puede resultar más novedoso que todos los titulares que ocupan la primera página del diario. De sobra sé que ni uno sólo de quienes me lean creerá eso que les digo. Y si eso es así ¿para qué lo escribo? Pues para ver si en algún lector la curiosidad le gana la partida a la incredulidad y se anima a hacer la prueba. Probar no cuesta nada y el viaje a Ítaca siempre ofrece alguna recompensa. Además la prueba no exige demasiado. Con que el test diese positivo en un 5% de los casos, el optimismo estaría justificado.
Y ahora viene otra cuestión. Un lector pregunta ¿Por qué y para qué El Cuervo, Pampinea, Eufrosine y el resto de la «troupe»? No lo sé muy bien. Pero quizás estén ahí para poder contar el sueño como lo que realmente es: una conversación. Una conversación no siempre es un acto trivial. Una conversación inteligente supone para las neuronas lo que la música para los pies. Algo que las pone a bailar. Esta metáfora que asocia baile y pensamiento no es una invención mía y bien que lo siento. Hay un lugar del Quijote en el que una tal D.ª Rodríguez dice: «creció mi hija y con ella creció todo el donaire del mundo. Canta como una calandria, baila como el pensamiento, danza como una perdida». Baila como el pensamiento. Para eso está ahí toda la «troupe», para incitar a bailar a las neuronas del lector. Pero quizás estén ahí también para otra cosa: para recordar y cumplir unas palabras dichas hace más de veinte siglos pero hoy de rabiosa actualidad: «Quien entabla una conversación no debe impedir a los demás entrar en ella como si fuese una propiedad particular suya, sino que debe pensar que como en todas las demás cosas también en la conversación general es justo que haya turnos». Están en De Officiis, de los Deberes, de Marco Tulio Cicerón.
Antes de poner punto final algún lector podría preguntar: ¿Y qué se hizo de Procopio? Por qué no hay ni rastro en este post scriptum? El tema del alter ego es otro asunto. Procopio fue el resultado de un flechazo. Ya muy antiguo. De cuando la Rive Gauche aún era un «lieu de mémoire». Un lugar digno de ser recordado. Deux Magots y Café de Flore aún no eran cafés para turistas. Juliette Greco cantaba canciones de Ives Montand en «Le boeuf sur le toit». En Brasserie Lipp podía verse a Jean Paul Sartre tomando una cerveza. Los adoquines del Boulevard Saint Germain aún no habían volado como proyectiles en mayo del 68. Hemingway dijo que París era una fiesta. Una fiesta que cuando uno la vivió siendo joven ya le acompañará toda la vida. Pero el que quiera saber algo de esa fiesta deberá esperar el próximo Zaguán.
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Descargar pdf, La Voz de Galicia «Sobre sueños, periódicos, pseudónimos y otras cuestiones (1)»