«Los salones del siglo XVIII fueron jardines de dudas». Cioran
«Voltaire es algo más que un escritor, es un estado de ánimo, una actitud intelectual». Fernando Savater
Primero Richelieu e inmediatamente después Mazarino y el Rey Sol. Fueron ellos quienes hicieron de Francia un Estado Moderno. Mezclando astucia, energía y algún que otro soborno consiguen que una nobleza hasta entonces feudal, rural y peleona se vuelva cortesana. Que abandone tierras, armas, caballos y castillos y le coja gusto al refinado vivir de los salones. Al tiempo que por los entresijos de esa aristocracia ya domesticada emerge potente y orgullosa de sí misma una nueva clase social: la burguesía. Todo llega junto: el comercio, el dinero, los libros, el gusto por el lujo, el derecho al placer, las ganas de vivir. Llega también una piqueta de insospechadas consecuencias. La Razón se quita la venda y el corsé y pone en el baile una música nueva: la de la libertad de pensamiento. En la crítica, la burla y el sarcasmo, el lenguaje se hace más vivo y puntiagudo. Y no dejará títere con cabeza. Pero unos pocos años más tarde no van a ser sólo los títeres quienes pierdan la cabeza. En 1793 el monarca, su consorte y muchos personajes importantes serán decapitados en la plaza pública. Pero, eso sí, con la asepsia, limpieza y eficacia que garantiza la máquina inventada ad hoc por le Docteur Guillotin. No en vano estamos en el Siglo de las Luces. La guillotina sustituye al hacha del verdugo como la máquina de vapor sustituirá al brazo del remero. Este es el clima en el que transcurrirá gran parte de la vida de Voltaire. Quien vuelve aquí porque el último zaguán ha producido una especie de efecto llamada. Muchos lectores piden más noticias de Voltaire. Ahí les van algunas.
Desde bien pequeño, el niño François-Marie Arouet da prueba de su ingenio. Aunque hijo de un notario de Paris fue su padrino, el abate Chateneuf quien decidió su educación. A los siete años lo encontramos en el mejor y más caro colegio de Francia: el Louis-le-Grand. En el colegio los padres jesuitas mantienen una costumbre bien extraña. Desconozco si por fomentar el ascetismo o por ahorrarse unos ducados sólo enciendan las estufas de la calefacción los días en que aparecía helada el agua de las pilas de agua bendita. El niño es medio enclenque y extremadamente friolero. Pero pronto encuentra solución. Los días fríos del invierno se levanta temprano y sin que nadie se dé cuenta recoge trozos de hielo de la hierba del jardín y los pone a flotar en el agua de las pilas. Al advertirlo los cazatalentos jesuitas se dijeron: éste ha de ser uno de los nuestros. No lo será pero una mutua relación de admiración-odio durará toda la vida.
Pronto mostrará también algo que será una constante durante toda su vida: su capacidad para seducir madames y… para ganar dinero. A los doce años Voltaire versifica con soltura y elegancia. Los jesuitas hacen llegar a Ninon de Lencos algunos de sus versos. La todavía bella e influyente octogenaria quiere conocer al autor. El niño acude a su salón y recita algunos epigramas. Cuando poco después madame se muere en su testamento hay un buen pellizco para Voltaire.
Ahora nos saltamos más de veinte años. Voltaire es ya un experto en lances amorosos y escándalos políticos. Por el affaire con la señorita Pimpette ha sido expulsado de Holanda. Una sátira contra Felipe de Orleans, Regente de Francia desde la muerte de Luis XIV le cuesta año y medio de cárcel en la Bastilla. Aún está recuperándose en el castillo de Sully cuando compite por una dama con el caballero Rohan. Una noche los lacayos del caballero caen de improviso sobre Voltaire y le dan una gran paliza. Enclenque y enfermizo como era Voltaire aprende esgrima y reta a duelo al caballero. La respuesta es inmediata: lo vuelven a encerrar en la Bastilla. Pero esta vez será por poco tiempo. Pronto le ofrecen la libertad a condición de que abandone Francia. Voltaire tiene vocación de apóstol pero no de mártir. No lo duda. Pide cartas de recomendación a unos amigos influyentes, cruza el canal y se va a Londres.
Descargar pdf, La Voz de Galicia, «Sobre salones, piruetas, jesuitas y marquesas (1)