Sobre Modas, Modales y lo Impropio (Primera entrega. Parte IV)
La miniserie sobre los vaqueros pedía a gritos un punto final. Pero Pseudonimus no sabía cómo hacerlo. Desde la Universidad le echaron una mano. En un máster sobre Semiótica Cultural tenían un problema. Les sobraban horas lectivas y no sabían cómo llenarlas. Pseudonimus aprovechó la ocasión y les propuso incluir un simposium sobre semiología de la moda. Los profesores cobraban las horas presupuestadas y Pseudonimus se liberaba de una vez de los malditos jeans. La propuesta fue aceptada por unanimidad.
El profesor inició su lección marcando un nivel alto. Para llegar a ser lo que es el ser humano necesita a los demás. Biológicamente nacemos una sola vez pero socialmente lo hacemos cada mañana en la mirada y en el afecto -o en el desafecto- de los demás. Somos naturaleza pero somos sobre todo el producto de una relación. Relacionarse supone poder comunicarse. El ser humano sólo aparece cuando la evolución del cerebro y la laringe hicieron posible la palabra. In principio erat verbum. Pero la emergencia del lenguaje hablado no supuso la extinción de otros lenguajes. El cuerpo también habla a través de la sonrisa, del brillo de los ojos, de la inflexión de la voz o del rubor que sin desearlo a veces nos enciende las mejillas. Pero habla sobre todo a través de lo que había nacido para ocultarlo: el vestido. Y la gramática de ese lenguaje es la moda. A través de la moda, el vestido funciona como un instrumento clasificatorio de estatus económico y social de primer orden. Sucede así porque el ser humano siente siempre la necesidad de hacer visible su pertenencia a un grupo y su exclusión de todos los demás. La moda es siempre una invención de las clases superiores que se desvanece por sí misma en cuanto es adoptada por las gentes del común.
Un viejo republicano al que incomodaba que todo se explicase desde la economía, interrumpió la lección del profesor. Eso era cierto antes, le dijo. Cuando mandaba el lujo: las joyas, las pieles, las sedas, los encajes. Pero ahora quien manda es el diseño. Desde Coco Chanel, la moda expresa más un estilo de vida que la cuantía de la cuenta corriente. En algún modo la moda es ya un marcador de ideología. El republicano tenía buena memoria y trajo como ejemplo el caso de «las sin sombrero». Ni alumnos ni profesores supieron a qué se refería. A finales de los años veinte media docena de mujeres progresistas intentaron liberar a sus colegas de la servidumbre del sombrero como años antes Paul Poiret las había liberado de la esclavitud del corsé. Maruja Mallo, Rosa Chacel, María Teresa León y María Zambrano se pasearon una y otra vez por la calle de Alcalá y la Puerta del Sol con la cabellera al aire. Y fueron trending topic muchos años antes de que fuese inventada esa expresión. Y aún recurrió a un suceso mucho más próximo. En la postransición política, los culturetas de izquierdas clase media alta se hicieron vestir por el Adolfo Domínguez de la arruga es bella. Llevando siempre en el sobaco, doblado pero con el título bien visible un ejemplar del diario El País. Una moda que no duró mucho tiempo porque la gauche divine pronto apostó por la pana, el jersey negro con cuello de cisne y la bufanda hasta las rodillas. Y por la barba y la pelambrera del Che Guevara.
La ideología sí, pero no el poder. Un joven historiador que para mantener activas sus neuronas todas las noches antes de acostarse dedicaba diez minutos a leer a Ortega se puso en pie y recordó al auditorio que en toda la historia de España la única rebelión popular que había triunfado realmente era el Motín de Esquilache. El producido cuando el ministro de Carlos III ordenó a la guardia valona recortar los chambergos, los embozos y las capas que usaba el pueblo de Madrid. El republicano, sonriendo, musitó una vieja coplilla de Ruíz de Alarcón: «Es tirano fuero injusto / otorgar a la razón de Estado / jurisdicción sobre el gusto». Y el historiador iba a relatar los pormenores del suceso cuando, aterrado, Pseudonimus se dio cuenta de una cosa. Con tanta erudición sobrevenida después de cuatro zaguanes el tema de los vaqueros iba a escaparse tan confuso como el día que llegó. Y dispuesto a poner punto final a la cuestión decidió plantear a cara de perro dos contradicciones: si la moda era un asunto que siempre se producía y difundía de arriba abajo, con los vaqueros ocurría lo contrario. Y si la moda era siempre algo fugaz –moda es todo aquello que pasa de moda había dicho Coco Chanel- desde la invención de Levi Strauss había pasado ya más de un siglo y los vaqueros continuaban resistiendo. ¿Cómo podía explicarse todo eso?
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