“La eliminación de la memoria en la escolarización actual es una desastrosa estupidez. La conciencia está tirando por la borda su lastre vital”.
(George Steinert: Las lecciones de los maestros)
Lo leo en “Primero aprende y sólo después enseña” un artículo de Enrique Moradiellos que apenas tiene desperdicio. El hecho es conocido. El informe de los inspectores educativos de la comunidad de Madrid ha resaltado entre otras deficiencias la dificultad que un gran número de Licenciados en Magisterio tenían para situar el nombre y el curso de los grandes ríos en el mapa de España. Alguno hubo incluso que quizás adelantándose al neocentralismo que ahora empieza a ser reivindicado hizo pasar al río Duero… ¡por el centro de Madrid! Y ante semejante disparate parece obligado preguntarse: ¿cómo fué posible llegar a todo esto?
Para quien firma el artículo citado la cuestión no ofrece muchas dudas. A cara destapada arremete contra lo que llama “la conformación de un gremio profesional con aspiración al control de una materia definida como Ciencia de la Educación”. Una ciencia tan impregnada de doctrinas psicopedagógicas formalistas que llegó a emanciparse por completo de la materia concreta que debe transmitir. Esta sería por lo tanto la clave del asunto. En su afán de constituirse como un área específica de conocimiento la Pedagogía – cambiado ya su nombre en algo así como Ciencia de Formación del Profesorado – riza su propio rizo resaltando la importancia y complejidad de los métodos de enseñar y menosprecia las exigencias de aquello que debe ser enseñado. Intento vano porque enseñar es, de modo irremediable, un verbo transitivo: siempre se enseña algo y a alguien. Enseñar a enseñar es un mantra que suena bien al oído pero que no puede hacernos olvidar un precepto dos veces milenario: primum discere deinde docere. Aun diciéndolo en latín suena a Perogrullo: sólo puede enseñarse bien aquello que previamente se conoce bien.
Y aún quedaría otra cuestión. Esta exagerada supremacía de las técnicas y los métodos en la enseñanza no sólo induciría al menosprecio – o a la ignorancia – de los contenidos sino que podría tener otra para mi importantísima consecuencia. Porque en toda docencia ocurre algo parecido a lo que se produce al hacer el amor. El exceso y el virtuosismo de la técnica impide o al menos rebaja, el disfrute. Aquí como en todas partes los tecnócratas pueden ser eficaces pero resultan aburridos. No hace falta haber leído a Max Weber para saber que la ciencia es el principal agente del desencantamiento del mundo. El encanto. Bella y misteriosa palabra. Pero no por ello inútil. Refiriéndose no recuerdo bien si a Stevenson o a La importancia de llamarse Ernesto el siempre sabio Borges dejo dicho: Hay una virtud sin la cual todas las demás resultan inútiles. Esa virtud es el encanto. Y ahora que por todos lados se nos anuncian lugares, viajes y hoteles “con encanto” ¿vamos a renunciar a maestros con encanto? ¿También aquí en aras de una presunta modernidad vamos a cambiar un duro por cuatro pesetas?
Y llegados a este punto pido al lector que por favor no tome demasiado en cuenta lo que hasta aquí ha leído. De un lado porque hay muchos pedagogos no contaminados por esa verborrea – ahí está Felipe Trillo como ejemplo – y de otro porque lo cierto es que por debajo de esa disputa académica subyace un fenómeno mucho más importante y general. Algo que no sólo explica ese dislate de hacer pasar al rio Duero por Madrid sino otros muchos y más importantes dislates. Ese fenómeno es el descredito moderno y pseudoprogresista de cualquier aprendizaje basado en la memoria.
Y dado que escribir es siempre de algún modo un streap-tease –o un psicoanálisis – les invito a viajar conmigo a los confines más remotos de mi infancia. Porque resulta que después del Padre Nuestro y el Ave María lo primero que aprendí de memoria en mi vida fue precisamente el nombre y el curso de los ríos de España. La escena se produce en una clase de párvulos. El colegio estaba donde todavía está pero tenía el nombre cambiado. Durante la república se llamó La Enseñanza lo que después volvería a llamarse la Compañía de María. De los párvulos se encargaba una monja vasca muy autoritaria. Recuerdo su nombre: la Madre Vergara. De vez en cuando retiraba de la pared el crucifijo y nos decía que escondiésemos las estampas de la Virgen y de los santos porque iba a venir un inspector, algo que después no sucedía. De lo que nos enseñaban y aprendíamos sólo recuerdo con nitidez una imagen. La que componíamos cuando ante un gran mapa de España colgado de la pared íbamos recitando en voz alta los nombres de los grandes ríos y de sus principales afluentes a medida que la madre Vergara los iba recorriendo con su puntero. Aprender algo mirando y cantando juntos me parece un método genial.
No sin nostalgia tenemos ahora que dejar el ambiente del Colegio. Pero el viaje no se acaba aquí. Quien desee saber cómo se va tejiendo y madura en la memoria ese lastre vital del que habla Steinert ha de esperar a un próximo Zaguán. Nosotros nos vamos pero algo se queda: el río.
“Duran las cosas sencillas / su vivir triste y cansado / dura el paso sosegado / del Duero por Tordesillas”.
Desde Heráclito – panta rei, todo fluye – el fluir de los ríos ha servido como metáfora de la vida humana. También lo ha sido de la necesidad de ser uno y diverso a la vez.
“Río Duero, río Duero / nadie a acompañarte baja / quien pudiera como tú / a la vez quieto y en marcha / cantar siempre el mismo verso / pero con distinta agua.
Como siempre la última palabra la tienen los poetas. Porque los grandes bellos y sonoros ríos no son sólo un asunto de la Geografía. Lo son también y sobre todo de la emoción y del corazón.
Artículo publicado en la Voz de Galicia el día 4 de Mayo de 2013. Sección el Zaguán del Sábado. Firma: Doktor Pseudonimus.
Admirado doctor Salorio, le escribo para identificarme completamente, pues me queda mala conciencia de atreverme a hacer comentarios en su blog ( la madre vergara y los pedagogos) identificándome sólo con el nombre, sin más datos. No me parece correcto, y menos con una persona de su categoría humana e intelectual.Le ruego me disculpe , al mismo tiempo que le ruego siga publicando,
Pues es un placer leerlo,qué no sería escucharlo.
Que el próximo año le traiga lo mejor para usted y su familia.
Un saludo muy cordial!
Los psicopedabobos se reirían hoy de la Madre Vergara, como yo los he visto reírse de un compañero que enseñaba los ríos así : ignoran la obvio, pues por qué aprendemos con tanta facilidad la letra de una canción sino por su música.Crearon su jerga para impresionar, deviniendo en lo ridículo.SEGMENTO DE OCIO por recreo; PANEL EDUCATIVO por pizarra …