Por Procopio
El año había traído consigo dos efemérides importantes. A Pseudonimus le gustaba aprovechar esas ocasiones. Con-memorar no es un acto trivial. Es hacer memoria juntos. Recordar –cor, cordis, corazón– es hacer pasar las cosas otra vez por el corazón. Porque, en el fondo eso es lo que somos: naturaleza e historia. Por un lado un manojo de genes. Por otro, una colección de recuerdos. Es curioso lo que ocurre con el genoma. Cuando reduplica su DNA ha de hacerlo con suficiente exactitud para garantizar la identidad de la especie. Para que el producto sea siempre “homo sapiens” y no otra cosa. Pero ha de cometer los suficientes errores para que nunca salgan dos copias idénticas. En toda la historia de la humanidad nunca hubo dos personas iguales. Pero lo cierto es que no somos sólo el producto de nuestros genes. Gran parte de nuestro “software” mental y emocional proviene de una fuente más inmaterial. Porque somos hijos de nuestros padres pero también lo somos de los amigos que hemos tenido, de los libros que hemos leído, de los maestros de los que hemos aprendido. De las alegrías y de las tristezas, los amores y desamores, de los éxitos y los fracasos. Pseudonimus se acordaba de una copla oída cuando era niño. La flamenca decía: “por tu curpa mi vida es una historia”. No puede expresarse mejor la diferencia entre “lo que nos pasa” y “lo que nos queda”. Y eso que nos queda es lo que hizo decir a Borges que “el mayor placer de la vida es poder contarla”.
Y, ya de entrada, ahí les va un consejo. Cuiden, embellezcan, repítanse una y otra vez todo lo que han vivido y aprendido. Porque, “memoria fugit”. Si no lo hacen puede llegar un momento en el que sólo sepan hablar del mal tiempo que hace y de las miserias fisiológicas que inevitablemente nos acometen. No soy yo quien se lo dice. Se lo dice Ciceron en un libro tan breve como sabio: De Senectute. En el que nos advierte que no es propio de un buen dramaturgo dedicar al último acto menos esfuerzo y cuidados de los dedicados a los actos que le preceden. Y es que en ese último acto, llegada la vejez, sólo los recuerdos de un pasado gratificante son capaces de redimir el poder aniquilador del tiempo.
Llegados a este punto algún lector preguntará ¿y qué se hizo del asunto de las efemérides? Pues la más antigua viene desde Trèveris, 1818. Desde entonces llevamos casi doscientos años dándole a la manivela de la potente maquinaria intelectual de Karl Marx. Digo potente porque todavía hoy de ahí siguen saliendo tratados, tesis doctorales y sofisticadas hermenéuticas-. Pero no parece que quede ni un solo lugar en el mundo en el que a los trabajadores les haga mucha ilusión que les llamen proletarios. Porque también en este asunto una cosa es predicar y otra bien distinta dar trigo. La undécima tesis sobre Feuerbach sigue sonando tan bien como cuando fue formulada por primera vez. Cada vez que Pseudonimus viajaba a Berlín, la visita era obligada. Unter den Linden, num. 6 Humboldt Universität. En letras doradas sobre un mármol oscuro una de las frases con mejor fortuna en la historia de la humanidad. “Die Philosophen haben die Welt nur verschieden interpretiert, es kommt darauf an, sie zu verändern.» Los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo. El oficio que veinticinco siglos antes había inventado Platón debía cambiar su objetivo. ¡Claro está que hay que transformar el mundo! Pero cuidando que la nueva forma no resultase aquel Archipiélago Gulag con el que la valentía de Solzhenitsyn abrió los ojos de tanta gente. Incluidos los de aquellos que no querían ver.
La segunda efemérides venia de París. Mayo del 68 cumplía su cincuenta aniversario. También aquí las cosas habían cambiado. Daba la impresión que ese “minuto de odio” que George Orwell considera clave en cualquier proceso revolucionario se había evaporado. Los estudiantes no parecían dispuestos a repetir la Fiesta de arrancar los adoquines y usarlos como proyectiles contra los polis y los escaparates de las tiendas de lujo del Boulevard Saint Germain des Pres. Incluso Cohn-Bendit, el otrora famoso Dani El Rojo no podía ser más explícito: “esta conmemoración me parece una trampa. Nuestro imaginario político está demasiado marcado por algo que sucedió hace medio siglo. Ahora vivimos en otro mundo, bajo otro sol.“ El sol que ahora brillaba se llamaba Emmanuel Macron y Cohn-Bendit ya formaba parte del proyecto En Marche. En la pared de un edificio próximo al Odeón alguien había escrito una pintada que sonaba a epitafio: “ya somos todo aquello contra lo que luchábamos cuando teníamos veinte años”. Pero lo cierto era que Macron representaba una inyección de optimismo en una Europa desconcertada. En la última reunión del European Council of Foreign Relations, George Soros, financiero, filántropo y ensayista acaba de decirlo: “en los últimos diez años todo lo que podía salir mal, salió mal.” Y fue entonces cuando un coruñés de Monte Alto que pasaba por allí no pudo reprimir una exclamación: ¡menos mal que nos queda Portugal!
Una confusione nella testa
De una sola tacada Corvus había conseguido las dos cosas que pretendía: que la reunión se celebrase en Galicia y que fuese moderada por su amiga Pampinea. Cabo Vilano había sido el lugar elegido. Una geografía dramática que el cuervo conocía bien desde su niñez por haber compartido allí juegos y aventuras con sus primos los cuervos de Pondal. Ahora era mediodía y desde lo más alto del faro Corvus llevaba un largo rato contemplando el espectáculo. El sol brillaba con fuerza y el mar rompía incesante contra peñascos y acantilados una y otra vez. Desde el comienzo del mundo hasta su final. Nadie lo había expresado con tanta belleza y precisión como un verso de El Cementerio Marino: “la mer, toujours recommencée.” La reunión se celebraba en la sala de máquinas del faro. Uno de los invitados estaba diciendo: desengáñense ustedes, en España sólo quedan dos colectivos capaces de ocupar las plazas y detener el tráfico. Las feministas y los jubilados. La igualdad de género y las pensiones son los dos grandes trending topics. Y en algunos lugares también lo es algo que me resulta difícil entender: una obsesiva necesidad de recuperar o de inventarse una identidad. Para conseguirla unos se remontan al reino de las ideas y otros, más modestos, echan mano del folklore. Puso dos ejemplos. Uno era un texto que le llegaba desde el Maresme: “Cataluña es una comunidad natural necesaria, anterior y superior a los hombres que no podrán cambiarla ni deshacerla”. Un texto religioso apto para la genuflexión y la jaculatoria. El otro ejemplo, menos grandilocuente, llegaba desde el Principado. Al parecer no bastaba con haber consagrado “Asturias patria querida” como himno nocional. Ahora se exigía hacer del bable un idioma oficial.
Lo cierto es que el país se había vuelto muy difícil de entender. Una vez más lo más grave de lo que nos pasaba era que no entendíamos lo que nos pasaba. Pampinea preguntó a la audiencia si alguien podía aportar alguna luz. Se levantó un discípulo de Daniel Innerarity. El problema consiste en que nuestras instituciones, e incluso nuestra mente, están diseñadas para funcionar en una sociedad en la que la información era un bien escaso. Y de padres conocidos. Ahora nace y fluye desde todos y hacia todos lados. Y en direcciones contradictorias. Fake news. Post truth. “Nada es mejor, nada es peor. Igual da un burro que un buen profesor”.
La economía de la atención se resiente y nos irrita. La manipulación de las emociones embota el juicio. Nos escandaliza más el mal uso de las tarjetas black que el rescate bancario, toleramos peor la apropiación indebida de dos botes de crema que la construcción con dinero público de un aeropuerto del que nunca despegará ni aterrizará un solo avión. Ningún otro –u otra- quiso intervenir. El Cuervo levantó el vuelo y en un breve escorzo se posó en la gran lámpara que pendía del techo en el centro de la sala. Dejó pasar unos instantes y cuando creyó que la expectación había alcanzado su máximo nivel, con un gesto enigmático, les dijo: “bisogna avere sempre una confusione nella testa”. Para muchos el suceso no era más que una nueva extravagancia de Corvus Corax Xacobeus. Pero Pseudonimus pronto reconoció la procedencia y el sentido de la frase. Es lo que dice il Capitano a Goethe en El Viaje a Italia. El Capitán se sorprende del silencio y del gesto reflexivo de Goethe, a quien le cuesta mucho entender lo que ve. Es entonces cuando le dice: non debe fermarsi l’uomo in una sola cosa perche allora divien mato: bisogna aver mille cose, una confusione nella testa”. El hombre no debe encerrarse en una sola cosa. Necesita tener mil cosas, una confusión en la cabeza. Mil cosas moviéndose sin parar y al mismo tiempo dentro de la cabeza. Pseudonimus se imaginó la mente de Steve Jobs, la de Mark Zuckerberg, o la de Bill Gates. La clave para moverse en el paradigma de la complejidad.
Leonas y zorras
Pampìnea había invitado a Filóstrato a participar en la mesa redonda y Filóstrato llevaba ya un largo rato observando a una mujer que no levantaba los ojos del libro que estaba leyendo. La mujer era joven y atractiva. El libro se titulaba “Leonas y zorras”. Ambas cosas excitaron la curiosidad de Filóstrato. Se informó en Google. La autora del libro era Clara Serra, una feminista podemita. Líder de un movimiento que se autodefinía como feminismo estratégico, mestizo e impuro. En cuestiones de feminismo Filóstrato era un antiguo total. Cuando oía la palabra feminista pensaba en las sufragistas inglesas del siglo XIX. Por eso ahora le sorprendía tanto el aspecto rabiosamente sexy de la lectora. Con una seña pidió a Pampinea que le concediese la palabra. La joven no se hizo de rogar. Empezó aclarando la razón del título. Venía de un consejo de Maquiavelo a los príncipes y gobernantes de su tiempo. Para acceder y conservar el poder deberían saber combinar la fuerza propia del león con la capacidad de persuasión de la zorra. Pero en los estereotipos de género propios del patriarcado, la fuerza sólo era considerada una virtud en el varón, y en la mujer las artes de seducción propias de la raposa se veían como un vicio. Que el estereotipo era una construcción social y cultural ya lo admitía casi todo el mundo pero no ocurría lo mismo con los mecanismos que lo explicaban. La joven se adelantó a la objeción. “El patriarcado mantiene esos estereotipos porque lo que le interesa es que el trabajo del varón se integre en el circuito mercantil y el de la mujer no. Que permanezca invisible o que lo haga sólo como mano de obra barata.”
Filóstrato ya conocía el sermón pero ahora lo que le intrigaba era otra cosa. Por qué había cambiado el look de una nueva generación de feministas. La joven no hurtó el cuerpo a la cuestión. Es cierto que seguir la moda “cosifica” y contribuye al estereotipo de mujer objeto. Pero tenemos que asumir contradicciones. Destruir la casa del amo usando las herramientas del amo. El patriarcado quiere que seamos buenas, abnegadas, candorosas y obedientes. Pero siempre fuera del mundo del intelecto y de la política. Si somos sexy no podemos ser mayores, si somos cariñosas no podemos ser fuertes. Lo revolucionario consiste en negarse a entrar en ese sistema clasificatorio patriarcal. Endureció el gesto y continuó: no podemos regalar nada al enemigo, hay que disputarle todo. Ser al mismo tiempo mayores y sexy, cuidadosas y fuertes, buenas e inteligentes. Y para terminar dedicó un homenaje a “esas mujeres que caminan solas en la noche, en minifalda, alerta pero decididas a no confinarse en la asfixiante seguridad el hogar:”
Pseudonimus recordaba que el año 29 Virginia Woolf, retratándose a sí misma, había escrito que para que una mujer pudiese escribir novela o poesía necesitaba dos cosas. Una era disponer de quinientas libras esterlinas al año y la otra era tener una habitación propia, siendo dueña exclusiva de su llave. Crearse un mundo propio ajeno a los valores del mundo patriarcal. Pero lo que acababa de oír era otra cosa. Una declaración de guerra en toda regla. La masculinidad se había convertido en un producto tóxico. Pseudonimus pensó que amortiguada la lucha de clases, ésta sería la revolución de nuestro tiempo. Preguntó a la joven por el tono agrio de su discurso y ésta le contestó con palabras de Bertolt Brecht: la lucha contra la injusticia pone ronca la voz y desfigura el rostro. Aunque lo quisiéramos no podríamos ser amables.
Entre el sí y el no
La vicepresidenta y Ministra para la Igualdad no podía haber sido más tajante. “Si una mujer no dice sí, todo lo demás es no”. Pero nadie sabía cómo podría acreditarse ese sí necesariamente explícito. La presencia en el acto de un notario no parece resultar demasiado estimulante.
Pero lo que más lamentaba el Cuervo era el empobrecimiento del lenguaje propio del flirteo y de la seducción y aunque reconocía su carácter absolutamente anacrónico, se complació recordando una ocurrencia clásicamente achacada a Charles Maurice de Talleyrand: “Cuando un diplomático dice sí, está diciendo quizás. Si dice quizás, está diciendo no. Y si dice no, no es un diplomático. Por el contrario una señora cuando dice no está diciendo quizás. Cuando dice quizás, está diciendo sí. Y si dice sí, no es una señora.”
Tocata y Fuga
Las campanadas de la Berenguela sacaron a Corvus de su sueño. Estaba amaneciendo. Abrió los ojos y, allá arriba, vio como, sonrientes, los veinticuatro ancianos del Apocalipsis afinaban cítaras, violas, salterios y zanfonas. Se acordó de Rosalía. “Védeos, parece que os labios moven, que falan quedos / os uns cos outros e aló na altura do ceo a música vai dar comezo pois os gloriosos concertadores / tempran risoños os instrumentos”. Corvus Corax Xacobeus se había pasado la noche dormido en el Pórtico de la Gloria. Y ahora estaba allí ante lo que todo el mundo reconocía como la joya más valiosa del románico. Pero Corvus se preguntó: ¿románico o ya gótico? Porque en toda la historia del románico no hay ni una sola sonrisa ni una picardía como las que animan el rostro del profeta Daniel. No dejó que la anécdota le bloquease el trance. Volvió a ver el Pórtico como lo que realmente era. A la vez cántico y lección. Una gramática de signos y de símbolos más próxima a la magia que a la estética. La obra en la que El Magister Matheus lleva a su máximo esplendor la obsesión de los canteros del románico: Faire vivre la Pierre. Hacer vivir una piedra que ahora además había recuperado la alegría de la luz y del color.
Galicia celebraba su Gran Día. En su interior Corvus oyó una voz:: Herru Sant-Yago ¡Ultreya! ¡Esuseya! Deus adyuvanos. ¡Más allá! ¡Más arriba! Cerró los ojos y permaneció largo rato ensimismado. Después, de repente, levantó el vuelo se fue hacia nadie sabe dónde.
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