Pampinea pidió a Corvus que eligiese el lugar para la reunión. Debería ser un lugar discreto pero no trivial. Los símbolos seguían siendo importantes. También le dijo que en esta ocasión no habría subvenciones. Ni en Santiago ni en Madrid les quedaba ya un solo amigo que no estuviese imputado. Corvus le dio algunas vueltas al asunto y pronto tomó una decisión: el Dolmen de Dombate. Sonaba bien, eran tierras cantadas por Pondal y hasta allí llegaban en sus correrías nocturnas sus parientes más queridos: “os corvos vagabundos / que se espallan do Xallas polas gándaras”. El Dolmen era la Historia pero también era la Piedra. El símbolo de la Resistencia contra la corrosión del tiempo y la intemperie. En el misterio de los petroglifos, en la ingenua sencillez de los templos románicos, en los cruceiros de los caminos, en la solidez barroca de los pazos. En Galicia el soporte contra el tiempo siempre era el mismo: la dureza del granito. Además Dombate rimaba con debate y con combate y eso al Cuervo le gustaba.
Y ya puesto en plan druida Corvus decidió también que la reunión comenzase al amanecer. Ya que no había dinero para músicas ni himnos quería que la inauguración tuviese al menos la alegre algarabía con que los gallos reciben la llegada de la aurora. Se acordó de Mío Cid: “apriesa cantan los gallos y quieren quebrar albores” y ¡cómo no! de Lorca: “las piquetas de los gallos / cavan buscando la aurora / mientras por el monte oscuro / baja Soledad Montoya”. Corvus pensaba que en todo el universo no había un ego tan cumplido como el del gallo que erguido en lo más alto del poleiro saluda al sol. Un gozo que la naturaleza había vedado a la negra y dura estirpe de los cuervos.
LA SAETA IMPREVISTA
La primera cuestión a debatir se refería al carácter imprevisto de la crisis. Para dirigir el debate Pampinea había invitado expresamente a un experto made in USA. Dos masters en el M.I.T. y tres años trabajando a las órdenes directas de Alan Greenspan lo avalaban. La anfitriona se fue directamente al grano y sin más le preguntó: ¿Cuál fue su primera reacción ante la llegada de la crisis? El experto que en un prospecto de la Xunta había leído que Galicia era un país trilingüe contestó con toda naturalidad: “Even now I am in a state of astonished disbelief”. Se produjo un incómodo silencio hasta que uno que había estudiado ingles en Peleteiro aclaró: dice que está como atontado. Pseudonimus recordó que “shocked disbelief”, una impactante incertidumbre había sido la expresión del propio Greenspan. Después se produjo una farragosa discusión sobre modelos predictivos y fenómenos cíclicos y anticíclicos. Hasta que un hombre ya mayor que había tenido una librería de viejo en los soportales de la rúa del Villar tomó la palabra. No sé por qué se extrañan ustedes tanto de que la crisis haya cogido con el culo al aire a los expertos. Siempre ha ocurrido así. ¿Alguien predijo Internet y la Sociedad de la Comunicación Global? El día anterior a la caída del muro de Berlín los expertos de la CIA seguían creyendo que la división de las dos Alemanias iba a durar cien años. En los años ochenta por las cátedras y pasillos de las universidades circulaban más de cien manuales que anunciaban la inevitable transición del capitalismo al socialismo. Ni uno sólo anunciaba lo contrario y fue lo que realmente ocurrió. Y no les hablo de Rusia sino de Suecia o de Finlandia o incluso de Alemania. Y aún queda el caso escandaloso de China. Y para terminar decidió adornar su perorata citando a Dante: “che saetta previsa vien piu lenta”. Eso ha sido la crisis: una saeta imprevista en el corazón del capitalismo especulativo. Pampinea advirtió que el tema de los expertos no figuraba en el orden del día. Pero el exabrupto del librero había abierto en Corvus viejas heridas y no pudo resistir la tentación de meter baza. Los expertos conocen y manejan datos en cuya producción no han tomado parte. Son gente “cool”. No crean, sólo informan. Se sitúan siempre “au dessus de la melee”. No sufren. La razón instrumental les permite construir un mundo objetivamente verdadero pero que nada tiene que ver con el mundo de la vida. El conocimiento de datos fabrica expertos pero sólo la experiencia de la vida hace sabios. Que yo sepa nunca a nadie se le ocurrió llamar expertos a Newton o a Voltaire, a Einstein o a Cajal. Tampoco a Churchill o a De Gaulle. Alguien dijo al Cuervo: debería usted intentar curarse de esas nostalgias tan anacrónicas. La sociedad ha cambiado. Los expertos son “les savants” de la sociedad virtual en la que ahora vivimos. Virtual, virtual, pensó el Cuervo ¿de dónde vendrá esa palabra? No de la virtus romana ni de la virtú renacentista. Y entonces se acordó de que en óptica física una imagen virtual se definía como aquella que tiene existencia aparente pero no real. ¡Las imágenes de los espejos! De ahí venía el brillo, la exactitud, la frialdad, la asepsia de los informes de los expertos. Alguien del gremio salió a defender a sus colegas. Veo que no les gusta mucho el lenguaje tecnocrático de los expertos. Pero supongo que no preferirán el que caracteriza a los políticos. Y citó textualmente la declaración urbi et orbi de George Bush anunciando la existencia de armas de destrucción masiva. “Hay hechos desconocidos que conocemos y hechos desconocidos que no sabemos que conocemos”. Ya puestos a engañar, pensó el Cuervo, casi me quedo con las torpezas del antiguo y tristemente famoso TOP. Y recordó un titular que había ocupado la primera página de todos los diarios españoles. “Se desconoce quienes perpetraron el atentado pero sabemos con certeza que todos eran comunistas”.
ADAN SMITH Y EL PANADERO
Una mujer madura, bien vestida, que llevaba un lacito en la solapa y tecleaba sin cesar en una tableta declaró con firmeza: ustedes ven en la crisis un fenómeno económico pero en el fondo consiste en un problema moral. Más que inversiones lo que España necesita es un rearme moral. No llegó a decir lo que pasa aquí es que se ha perdido el temor de Dios pero todos lo intuyeron. Pseudonimus pensó: siempre ocurre lo mismo: cuando el discurso político desvaría retorna el recurso a la moral. Desde la Ilustración el compromiso de los hombres para transformar la realidad era un compromiso político. No del todo ajeno pero si distinto al compromiso moral. Convendría no olvidar que en nombre de la moral Robespierre había hecho funcionar a tope la guillotina y todavía hoy los talibanes cortan las orejas a las muchachas que se atreven a salir a la calle en minifalda.
El amor al prójimo, dijo contestando a la señora, es un bello ideal pero el problema consiste en que no puede imponerse por decreto. En la convivencia cotidiana tenemos que servirnos de mecanismos más prosaicos pero más acordes a la naturaleza humana. Estrujó la memoria cuanto pudo y al final fue capaz de citar casi textualmente un párrafo de la Riqueza de las Naciones. “Para conseguir nuestra cena no apelamos a la benevolencia del carnicero, del vendedor de cerveza o del panadero, sino al esmero que ponen en sus propios intereses. No nos dirigimos a su humanidad sino a su egoísmo y no les hablamos de nuestras necesidades sino de su beneficio. Porque el panadero me vende la barra de pan porque prefiere tener mis monedas a tener una barra de pan. Y si funciona la competencia el interés del panadero consistirá en que la barra sea lo mejor y más barata que sea posible”. El Anarquista de Pontevedra dijo: me parece una obscenidad por su parte comparar a un panadero con un banquero. El pan no da poder, el dinero sí. Y esa es una diferencia esencial. Pseudonimus citó a Le Goff: la modernidad llegó con la banca, la letra de cambio y el tenedor. ¡Qué le vamos hacer! Supongo que usted no deseará comerse el cordero con las manos o recurrir al trueque para adquirir aquello que necesita. El librero de viejo aprovechó la pausa para decir: el capitalismo ha triunfado pero no sabe para qué. Un sistema puede sobrevivir sin tener sentido pero la gente no. Hacer bussiness mientras uno espera que llegue la muerte es una aberración. Habría que volver al Marx de la Crítica al Programa Gotha: “cada uno según sus capacidades a cada uno según sus necesidades”. Pseudonimus susurró: pero eso es una proposición moral, no científica. Bien mirado casi es una expresión de buenismo.
EL PAÑUELO, EL PAREO Y LA BODA
Un exjesuita holandés que ahora se ganaba la vida dando clases de sociología en Ginebra pidió poder hacer una pregunta. ¿Cómo se explica que una generación que creció y fue educada en la disciplina y en la escasez haya podido educar a sus hijos en el despilfarro y la laxitud? ¿Cómo quienes crecieron con deberes y sin apenas derechos han aceptado que sus hijos hayan llegado a pensar que se puede vivir con todos los derechos y casi sin deberes?
Pseudonimus asumió la responsabilidad de la respuesta. Entre una y otra generación – dijo al exjesuita – ocurrió algo que hizo que esos deberes de que usted habla cambiasen de signo. El principal deber de esos padres fue el de producir. El de sus hijos, quizás más bien el de sus nietos, ha sido consumir. El capitalismo cambió de motor. La tecnología permitió producir muchos más bienes que los que la gente necesitaba para subsistir. Si no bastaba la necesidad para seguir creciendo ¿A dónde acudir? Pues al deseo. El mundo de los deseos no tiene límite. Desde el zoco más primitivo hasta nuestros días el lugar natural donde se satisfacen los deseos es el mercado. La hegemonía del mercado sobre la fábrica fue lo que hizo cambiar costumbres y deberes. La fábrica necesitaba gente disciplinada: acostumbrada a cumplir órdenes y a ser puntual, sobria y… dócil. Que el ego se autogratifique en el trabajo. El ego del consumo pace en otros predios. Alguien preguntó: ¿qué quiere eso decir? En tono aún más profesoral el Doktor continuó: el mercado determina las ideas que los hombres tienen de sí mismos y de los demás. El consumo nos hace creernos mejores de lo que somos. En la sociedad de consumo el principal marcador es el poder adquisitivo. Iba a explicar el papel que jugaba en todo eso el lujo ostentoso cuando el exjesuita volvió a preguntar: ¿Y todo eso, cuándo ocurrió? Más concretamente ¿Cuándo ocurrió en el ámbito de la política? Pseudonimus no quería meterse en líos y no contestó. Corvus que llevaba mucho tiempo callado aprovecho la ocasión y con aire desafiante dijo: hay dos sucesos que por su violencia simbólica tienen una relevancia especial. En la izquierda eso que Vicente Verdú denominó la marbellización del PSOE. El proceso que va desde la fotografía de Alfonso Guerra protegiéndose del sol con un pañuelo con cuatro nudos amarrado a la cabeza hasta las flores del bañador de Boyer y el pareo de la Presley con un torrefacto Julio Iglesias al fondo cantando “La vida sigue igual” con una mano en el hígado y la otra en el micrófono. ¿Y la derecha? preguntó intrigado el exlibrero. Hay una derecha, dijo el Cuervo para la que la ostentación es consubstancial. A unos les viene desde el Duque de Osuna y a otros directamente del dinero. Pero para la que a si misma se llamaba moderna y meritocrática quizás el suceso relevante haya sido el cambio que va desde los zapatones y las partidas de domino de Fraga hasta la boda en el Escorial. Aquella en que fueron invitados especiales Berlusconi y el Bigotes de la Gurtel. ¡Lujo ostentoso precisamente en El Escorial! Si Felipe II levantase la cabeza menudo trabajo iba a tener la Santa Inquisición…
Una periodista que había hecho crónica social en la Costa del Sol en la época dorada de Gunilla von Bismarck le dijo: Lujo ostentoso y Marbella ¿no se olvida usted de alguien? El Cuervo sonrió pero no abrió la boca. Ciertamente la imagen de un alcalde orondo, despechugado hasta el ombligo, secándose con una servilleta el sudor de las axilas en una cena oficial era bien poco decorosa. Pero Jesús Gil era el inventor de un neologismo genial: ostentóreo. La síntesis de ostentoso y estentóreo. A la vez su autorretrato y un hallazgo lingüístico. El Cuervo amaba las palabras. Y al creador de una palabra le perdonaba todo lo demás.
LA MIRADA Y LA ISLA
Pampinea preguntó: ante la ola del consumo ostentoso y compulsivo ¿qué se puede hacer? Doktor Pseudonimus se adelantó. Lo primero es no dejarse asimilar. Lo segundo educar la mirada. Hay que reivindicar una cultura que regule el uso de las cosas sin recurrir al elogio de la pobreza surgida de la necesidad ni al ascetismo religioso. La cultura puede regular el uso de las cosas porque educa la mirada. De repente irrumpió iracundo el anarquista. Déjense de zarandajas, dijo gritando, sólo hay una solución: la isla de Crates. Nadie sabía quién era el tal Crates pero un jovenzuelo tecleó en la tableta y aclaró: Crates de Tebas, discípulo de Diógenes, uno de los maestros de la escuela cínica, convirtió al cinismo a su mujer Hiparquia y a su cuñado Metrocles. Sorprendido por la erudición del anarquista el exjesuita le preguntó por la isla y el anarco le contestó recitando un texto con veinticinco siglos de antigüedad: “una isla sin necios, ni parásitos, ni glotones, ni culos prostituidos. Que produce tomillo, ajos, higos y panes. Cosas todas que no invitan a guerras ni al dinero”. La señora del lacito en la solapa le advirtió que debería suprimir por malsonante lo de los culos prostituidos. El anarco ya no aguantó más. Levantó el brazo izquierdo, cerro el puño y grito desafiante: “Libertad, Anarquía y cada noche una tía”. La del lacito comentó que esa era una frase machista. El anarco giró sobre sus talones e hizo ademán de marcharse. Pero antes de hacerlo y con el puño todavía cerrado extendió el dedo índice y se despidió de la asamblea con un largo tiempo sostenido corte de mangas.
Unos foguetes recordaron al Cuervo que Galicia celebraba su Día Nacional. En Santiago habría incienso en la Catedral, medallas en el Gaiás y algún que otro grito en la Quintana. Una brisa suave trajo hasta el olfato de Corvus el olor del salitre. No lo dudó. Conectó el GPS y puso rumbo a Malpica. En el aire de las Sisargas una gaviotas enloquecidas subían y bajaban graznando sin cesar. Se posó en lo más alto de una roca. Se acordó del tiempo en que deseaba más que ninguna otra cosa estar cerca del mar y las mujeres. Un tiempo en el que soñaba con espejos que podía atravesar sin rasguños ni roturas. Una gaviota muy joven en vuelo rasante saco del mar un pececillo y lo puso en el pico del Cuervo. Corvus notó que se le alegraba el corazón y se acercó a la gaviota hasta rozar sus alas. Nada más tocarla la gaviota emprendió el vuelo hacia no se sabe dónde. El Cuervo notó en el alma la oquedad que se produce cuando las cosas, los afectos y las personas nos van abandonando. Y pensó: que un exceso de lucidez acaba conduciendo siempre a la melancolía…