El último Zaguán terminaba dejando en el aire una pregunta: ¿qué se puede, qué se debe hacer ante la pena? La respuesta nos llega, contundente, desde el ex-libris de un famoso. «Si la pena no muere, se la mata». Es lo que dice el ex-libris con el que D. Gregorio Marañón etiquetaba todos los libros de su bien nutrida biblioteca. Y ahora, al traerlo aquí, percibo que esa respuesta no sólo me sorprende sino que también, en cierto sentido, me incomoda. Porque no me parece propia de un médico y menos aún de quien tantas veces fue calificado como médico humanista. Suena un poco a prepotencia de Superman. A metralleta y además ¿qué sentido tiene eso de matar una pena? La pena y su inevitable corolario la tristeza no es un dolor de muelas que se extirpa de una vez con tenazas y un tirón. Ni es tampoco una sensación como el hambre o la sed que se sacian sin dejar rastro con un vaso de agua o un trozo de pan. La tristeza es una emoción básica del ser humano. Como lo son la alegría o el amor. Algo que nos obliga a mirar hacia dentro, a interrogarnos sobre nosotros mismo y sobre los demás. En la segunda parte del Quijote puede leerse: “las tristezas no se hicieron para las bestias sino para los hombres”. Eso es bien cierto. Tengo para mí que si algún día la farmacología – o la neurocirugía – consiguiesen eliminar toda forma de tristeza ya no seriamos seres humanos. Seriamos otra cosa. En este asunto más sabio me parece Machado que el supersabio Marañón. Oigámoslo una vez más en “yo voy soñando caminos…
«En el corazón tenía Mi cantar vuelve a plañir:
la espina de una pasión «Aguda espina dorada
logre arrancármela un día quien te pudiera sentir
ya no siento el corazón» en el corazón clavada»
La tristeza y el duelo no piden destrucción. Piden consuelo. Y con-solación etimológicamente significa algo así como sacar a la tristeza a tomar el sol. Esa es la cuestión. Saber decir «bonjour tristesse». Hacer de tripas corazón, tomarla de la mano y llevársela de paseo por ahí.
Hoy hay una doble conjura contra la vivencia auténtica y profunda de la tristeza y del duelo. De un lado está la tendencia a meter cualquier forma de tristeza en el saco terrible de la depresión. Pero la depresión es siempre destructiva y la tristeza no. Bien cerca tenemos el ejemplo. Sin la amorosa convivencia con la tristeza Rosalía de Castro no sería Rosalía. De otro lado está la banalidad de lo políticamente correcto. Esa obligación social de aparentar ser felices, optimistas y simpáticos. Estar triste ha llegado a ser signo de fracaso o de mala educación.
Pero ahora dejamos a los conjurados para un próximo zaguán y nos volvemos a D. Gregorio Marañón. Todavía recuerdo la emoción con que acudí a verlo y oírlo conferenciar por primera vez en mi vida. Debió de ser mediada la década de los cincuenta. Vino a Santiago invitado por D. Manuel Suárez Perdiguero. La conferencia tuvo lugar en aquella joya que era el Salón Artesonado de Fonseca y versó sobre una hormona recién descubierta como fármaco: la cortisona. D. Gregorio estuvo claro y preciso pero no deslumbrante. Recuerdo que en ningún momento se ayudó de ningún tipo de proyección. Sólo había pedido una pizarra y unas tizas. Y así fue. «Comme il faut». El auditorio pendiente todo el tiempo de las palabras, el humor y el más mínimo gesto del orador. Con sólo dos o tres excursiones al tablero negro para cambiar el ritmo pero siempre sin perderse el «hilo» del discurso en distracciones audiovisuales.
Y ahora como despedida ahí les va una pequeña aportación personal al conocimiento de la genealogía del ya famoso exlibris. El estoicismo radical de la sentencia podría hacernos pensar que nos llega desde Séneca o Marco Aurelio. O al menos desde un Marañón ya maduro y de vuelta de muchas experiencias. Pues resulta que ya lo encuentro en un poema juvenil del propio Marañón. En el poema, por lo demás bastante ripioso, puede leerse: “con tu espuela de plata/ no des pausa al corcel de la ilusión/ si la pena no muere se la mata/ ¡arriba corazón!”.
¡Arriba corazón! ¡sursum corda!. Está muy bien. Pero el corazón no es un ascensor en el que se pulsa un botón y sube automáticamente al sexto piso. Hace más de tres siglos no fue dicho: «le coeur a ses raisons que la Raison ne connait point, on le sait en mille de choses». Afortunadamente eso sigue siendo hoy igual de cierto.
Descargar pdf, La Voz de Galicia: Si la pena no muere, hay que matarla
Estimado Manolo,
He disfrutado leyendo tu articulo «Cuando el sol se viste de amarillo».
Tengo la costumbre de guardar aquellos articulos que merecen la pena de distintos autores y releerlos con frecuencia, ya que la memoria es efimera y conviene disfrutar de la sabiduria de otros.
En ciertas ocasiones se los enseño a mis hijos para tratar que se inicien en la cultura de la sabiduria, pues es una de las cosas que merecen la pena en la vida.
En este caso, se lo he dejado a mi hija Sofía, que es odontologa y me gustaria que hubieras escuchado sus opiniones acerca de el, pues me dijo que nunca habia leido nada que exudara tanta cultura y sabiduria.
En palabras que utiliza la juventud su conclusion fue «Que pasada! Que señor mas culto y mas listo! »
Te lo digo porque creo que te lo mereces, pues mi opinion es similir y disfruto leyendo siempre tus disertaciones.
Aprovecho para felicitarte el santo y desearte un Feliz 2014.
Un fuerte abrazo. Diego Vela.