La mer, la mer , toujours recommencée!
Paul Valéry. Le cimetiére marin
Ahora a esa aura que todavía rodea a su figura le llamaríamos leyenda urbana. Pero los sucesos que la componen solo tienen de leyenda la no necesidad de ser históricamente verdaderos. Más bien les llamaríamos “ocurrencias”. Urbanas sí lo son porque aún están vivas en el imaginario colectivo de su ciudad pero sobre todo por llevar el copy-right inconfundible del Urbano más genial y extravagante de la historia del País.
Nació en A Coruña hijo de una pianista y de un galleguista cofundador de la Real Academia Gallega de la que era presidente cuando falleció. Siendo bien joven llevado de la mano de su padre asistió a las reuniones de A Cova Celtiga. Aprendiz aventajado de los maestros del museo del Prado fue compañero en Madrid de Lorca, Alberti y Margarita Xirgú en las tertulias de la Granja del Henar. Colaboró con Rafael Dieste en las Misiones Pedagógicas. Después, como todo el mundo sabe, pasou o que pasou.
El Urbano Lugrís que hoy visita este Zaguan es el Lugrís que conocimos. El de la década de los cincuenta en A Coruña. El de casa Enrique la mítica taberna de la calle Compostela. El fundador con Mariano Tudela y Jose María Labra de la Revista Atlántida un intento de revivir aquel milagro que se llamó Alfar. El animador de la Asociación Cultural Iberoamericana fundada por Juan González Cebrián y después dirigida por Garcés.
Un enorme corpachón, unas gruesas gafas de miope, un humor amargo siempre a flor de piel, una obsesiva necesidad de sorprender. Un gusto por la bohemia y la extravagancia rozando a veces la frontera del histrionismo. Hijo ya para siempre de la derrota pero hijo también de ese mar y de ese viento que sus pinceles recreaban una y otra vez en el lienzo, en los muros y en las humildes paredes de los bares y tabernas que tanto amó. El mar del Orzán y el de la Bahía, el de Malpica y también después el de las Cíes. Pintado con la transparencia de Fra Angélico y la geometría de Chirico, y que poco a poco se fue poblando de fetiches oníricos: anclas, violines, bitácoras, catalejos, rosas de los vientos. De la pintura dijo Ortega que era “un trozo de materia puesta a arder”. De la pintura de Lugrís podría decirse que es “un trozo de mar puesto a soñar”.
Pero Urbano Lugrís no sólo dejó lienzos y murales donde mirar. También nos dejó múltiples sucesos e historietas de las que hablar. Ahí les van dos.
Se clausuran unos Juegos Florales. Presiden el acto las autoridades civiles y militares. En el escenario el poeta premiado recita emocionado el poema galardonado con la Flor Natural. Los versos van relatando el infortunio de un joven que muere traspasado por la tuberculosis y por un amor desgraciado. En el momento en que el féretro entra en el nicho el poeta pone punto final a su poema: “y el reloj en su muñeca todavía latía”. Desde el fondo del teatro la voz bronca de Lugrís completa la rima:
“¡Manda carallo! ¿De qué marca sería?.”
Que alguien se divierta poniendo en apuros a los demás es fenómeno no infrecuente aunque sea difícil de entender. En sus correrías nocturnas Lugrís practicaba alguna vez esa maldad. Cuando veía a una persona que podía estar regresando de una actividad non sancta se le acercaba, volvía la solapa de la chaqueta como si ocultase alguna placa y le decía: “Policía, identifíquese usted”. El lector puede imaginarse la sorpresa del así interpelado.
Pero alguna vez el tiro le salió por la culata. Lo que ahora les cuento lo oí de la boca de testigos presenciales. Agosto coruñés, calle de los Olmos, altas horas de la noche. Tres amigos vienen conversando después de haber cenado en Llardy. Lugrís se acerca al grupo y al que tiene más próximo le espeta: “Policía, identifíquese”. El interpelado se extraña de que un policía no lo reconozca pero hay consejo de ministros en Meirás y puede haber policías venidos de Madrid. Saca del bolsillo la documentación y dice a Lugrís: “Salvador Bujanda, Coronel Jefe de la Guardia Civil”. Y con gesto desabrido añade: “ahora identifíquese usted”. Lugrís duda un momento y con aire compungido contesta: “yo soy un pobre imbécil que debería llevar tres horas en la cama con su mujer”. Vicente Otero Valcárcel por todos conocido como “el zorro de Carral” acompañaba al coronel. Sus buenos oficios libraron a Urbano Lugrís no solo del inevitable interrogatorio sino también probablemente de algo más contundente.
Y ahora valga un consejo. Aprovechen la posible empatía provocada por este Urbano Lugrís cazador cazado en su propia obsesión por sorprender. Deténganse algún rato ante alguno de sus cuadros o murales. La luz y la geometría educan la mirada, nos enseñan a ver la realidad como antes no la veíamos. Y después, con la mirada ya educada, vuelvan al Orzán, o al Roncudo, o a las Cíes o a San Adrián. Allí estará, esperándoles, el mar, La mer, toujours recommencée. Siempre volviendo a comenzar. Desde el comienzo del mundo subiendo y bajando, lamiendo la playa y batiendo contra la roca una y otra vez. Toujours recommencér: siempre volver a empezar. Una bien bella metáfora sobre en que consista el oficio de vivir.