Doktor Pseudonimus
En el último zaguán dejábamos a D. José Ortega y Gasset dedicado a su oficio favorito: el de zahorí. El de quien intenta conseguir con su perspicacia lo que el zahorí consigue con su varita de mimbre. Alumbrar las aguas subterráneas que subyacen, nutren y explican los procesos sociales propios de su tiempo. El asunto era bien evidente. En pocos años un hecho minoritario, superelitista y aparentemente trivial -«el sport»- se había convertido en un fenómeno de masas: el Deporte. Como no podía dejar de suceder Ortega intenta hincarle el diente al asunto. No solo por exigencia de su mente, siempre abierta a la novedad sino también, que todo hay que decirlo, por la vanidad de seguir representando la figura de filósofo «mondain».
Lo que les voy a contar debió de ocurrir en 1923. Un año antes de que La Nación de Buenos Aires le publique El origen deportivo del Estado. En ese momento Ortega es ya una figura importante en la vida intelectual y política de España. Parodiando los títulos del Emperador Carlos V en el «ranking» filosófico mundial se le reconoce como «primero de España y quinto de Alemania». Pero a pesar de su fama y de sus obligaciones Ortega, siempre sensible a una audiencia femenina, en 1923 acepta una invitación. La de conferenciar en Madrid y en una institución cuyo nombre es el de » Residencia de Señoritas». Un nombre que hoy nos llega iluminado por un aura anacrónica, beata y escandalosamente elitista. Pero al lector poco informado quizá convenga recordarle que esa Residencia se fundó como equivalente femenino de la Residencia de Estudiantes y ambas fueron creaciones de la, por tantas razones, benemérita Institución Libre de Enseñanza. La residencia tenía biblioteca y… ¡laboratorio! Desde su inicio hasta su clausura fue dirigida por Dª. María de Maeztu y entre sus residentes figuraron personajes como Victoria Kent y nuestra Maruja Mallo, intrépida capitana de las «sin sombrero». Y ahora ahí les van dos párrafos de lo que Ortega les dice a las susodichas «señoritas». «La primera sociedad humana es la asociación de jóvenes para robar mujeres extrañas al grupo consanguíneo y dar cima a toda suerte de bárbaras hazañas «. Y, al final, aún añade «No ha sido el obrero, ni el intelectual, ni el sacerdote ni el comerciante quien inicia el proceso político. Ha sido el amador, el guerrero y el deportista».
No hace falta ser muy perspicaz para darse cuenta de que ese día el filósofo de la razón vital andaba mal de frenos. Y algún lector podría preguntar: ¿de donde le vendría a Ortega ese «desenfreno»? Ahí les va una hipótesis. En los años veinte para Ortega el gran problema de España consiste en que es una nación sin pulso. Y por su cuenta y riesgo decide inyectarle en vena un cóctel máximo de estimulantes, En algún lugar escribe: «somos un poder ver, un poder gustar; un poder amar y odiar; un poder alegrase o entristecerse». Y se pregunta: «¿de donde salen los bienes deseables?» Él mismo se contesta: «de la fantasía». Pero parece olvidarse de que de la fantasía y de la vitalidad de los bábaros solo nace la barbarie. Bastará que transcurran diez años para que pueda comprobarlo en su propia carne.
Ahora volvemos a la conferencia en la Residencia de Señoritas. Y lo hacemos rastreando el significado de una palabra. El lector recordará la expresión con la que Ortega intenta asustar a los jóvenes residentes. «Dar cima a toda suerte de bárbaras hazañas». El diccionario de la RAE define hazaña como «buena obra, acción meritoria. Hecho especialmente ilustre, señalado o heroico». Da la impresión de que la Academia piensa que quienes acometen hazañas lo hacen deseando mejorar su curriculum vitae o que sus vecinos les levanten una estatua en la plaza mayor de su pueblo. Pero la hazaña amorosa nada tiene que ver con eso. Miro el retrovisor etimólogico y a mediados del siglo XIV aparece alguna luz. El Arcipreste de Hita -¡Tenía que ser El Arcipreste!- dice textualmente: «Dar de hazaña significa dar que hablar». La fama. La vanidad del macho alfa necesita del reconocimiento de los demás. Por si lo dudan ahí les van dos ejemplos. En 1961 viene a España Ava Gardner, Según algún periodista «el animal más bello del mundo». Luís Miguel Dominguín pone cerco a la presa. Y cuando concluye la hazaña se ducha, se viste y recorre bares y tertulias para publicarla. Solo le faltó cortar las orejas y dar la vuelta al ruedo. El segundo ejemplo se lo debo a Manuel Vicent. Durante la Guerra Civil, el Hotel Voramar de Benicasim se convirtió en Hospital de Guerra para heridos de las Brigadas Internacionales. Dorothy Parker, una gran escritora norteamericana, visitó el Hospital y ayudó como enfermera. Tuvo un affaire amoroso con un miliciano y, al acabar la guerra, el miliciano se volvió loco porque cuando lo contaba nadie se lo creía.
Siempre ocurre lo miso. Leemos a Ortega y sabemos donde estamos. Pero nunca sabremos hasta donde nos llevarán sus metaforas.
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Descargar pdf, La Voz de Galicia «Paisaje con Ortega al fondo»