Doktor Pseudonimous
Navegar es la gran metáfora sobre la vida. Especialmente cuando esta se vuelve problemática. Está en Plutarco citado por Ponpeyo: «Vivere non est necesse, navigare necesse est». Vivir no es necesario, navegar sí. Plutarco se lo dice a unos marineros a los que el miedo les hace negarse a embarcar para ir a una guerra. La frase suena bien, pero puede ser el recurso de un embaucador. Si tenemos que elegir un lema para nuestra vida, yo elegiría el de Pedro Aretino: «Vivere resolutivamente». Vivier aportando soluciones. Algo que se relaciona tanto con el conocimiento como con la voluntad. Ya nos lo dijo Baltasar Gracián: «¿De qué sirve el conocimiento si el corazón se queda?». Corazón es aquí la metáfora de la voluntad. La voluntad como mecanismo explicativo de la conducta está siendo sustituido por la «motivación», un sistema determinista que puede ser estudiado científicamente. Algo que hasta hace bien poco se atribuía al alma o al libre albedrío. Pero uno no puede dejar de estar de acuerdo con Antonio Marina en El misterio de la voluntad perdida. «Si lo entiendo bien, la ciencia ha sustituido la voluntad por un sistema determinista para estudiar la conducta científicamente. Lo que me recuerda el comportamiento de aquel borracho que perdió una moneda en la oscuridad de un callejón, pero fue a buscarla debajo de un farol porque allí había más luz».
Vivir es navegar. Y para una vida frívola vale cualquier puerto. Pero para una vida auténtica ese puerto tienen un nombre. Ese nombre es el destino. Y la nobleza de la vida consiste en interrogarse y cumplir ese destino.
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Descargar pdf, La Voz de Galicia «La proa, el timón y el destino»