Homilía para unas Bodas de Oro
La Gran Rueda del Tiempo va haciendo pasar los días y los años, las primaveras y los otoños, las alegrías y las tristezas, los éxitos y los fracasos. Tempus fugit. El Tiempo huye. Y para que todo no se desvanezca como nube de verano que viene y se va sin dejar huella sólo tenemos un recurso. Ese recurso es la memoria. La memoria es el lugar donde el Tiempo, se remansa, se atrapa y nos atrapa y deja huella. Eso es lo que somos: la huella que el tiempo vivido ha ido dejando en nuestra memoria. Siglos antes de que nos lo haya enseñado dramáticamente la enfermedad de Alzheimer, nos lo dejó dicho el primer hombre moderno de la cristiandad. Sedes animi est in memoria. El hogar del alma es la memoria.
Os digo esto porque las Bodas de Oro de una promoción siempre tienen algo de regreso a Ítaca. Después de medio siglo de trabajos y avatares la Tribu su reúne y pone proa a los paisajes de su memoria colectiva. Intenta el «revival». Ya lo dice la canción: recordar es volver a vivir. También es otra cosa. Cor, cordis, corazón. Recordar es hacer pasar las cosas otra vez por el corazón. Lazos que no se quieren romper, afectos que no se quieren perder, vivencias que no se quieren olvidar. La Tribu se reúne porque quiere poder seguir diciendo «nosotros». Y eso es así porque aún está vivo un pasado vinculante. Porque no sólo somos hijos de nuestros padres. También lo somos de los maestros que compartimos, de los amigos que tuvimos, de los libros y canciones que leímos o cantamos juntos. Y de unos amores particularmente de los que fueron desgraciados. Somos hijos de aquel tiempo en el que la personalidad se perfila y se troquela para siempre. Eso es lo que es esta reunión: el intento de hacer pasar todas estas cosas otra vez por el corazón.
Y ahora llega la pregunta: ¿qué pintaré yo en todo esto? De sobra sé que estoy ocupando esta tribuna porque fui vuestro profesor cuando vosotros erais alumnos. Pero resulta que ese hecho se ha vuelto hoy absolutamente irrelevante. Ni yo puedo veros como alumnos ni vosotros me podéis ver como profesor. Eso es así porque todos hemos cruzado ese gran rito de pasaje que es la jubilación. Todos somos ya “supervivientes”. Jugadores de una prórroga. Vosotros iniciando la jugada y yo esperando la tanda de penaltis, es cierto. Pero todos jugadores de una misma prórroga.
Y ese es el problema. Porque de niños nos enseñan a leer, a escribir, a comportarse. Después nos enseñan a aprender un oficio, a ganarse el pan, a competir con los demás. Pero nadie nos enseña a jugar la prórroga. Crecer es asignatura que se aprende con los demás. Pero envejecer es negocio que debemos aprender solos.
Y ahora empiezo a sospechar la razón por la que me habéis traído aquí. Por mi condición de experto en jugar prorrogas. De algún modo recupero mi viejo papel de profesor. Espero que perdonareis que con él recupere también la dosis de pedantería propia del oficio. La lección comienza en Roma. De Senectute es un libro tan breve como sabio. En él Cicerón hace decir a Catón el Viejo que sólo un mal poeta no dedicaría al último acto más cuidado que a los demás. El mensaje está claro pero también lo está su dificultad. La vida es un juego de roles y resulta que para jugar el último acto nos hemos quedado sin papel. Tenemos que inventarlo. No hay recetas. Pero quizás convenga recordar que, incluso ahora, la vida es siempre una operación que se hace hacia delante. Tantas veces hice uso de la cita que casi me da vergüenza repetirla. «Busca el arquero un blanco para sus flechas y ¿no hemos de buscarlo nosotros para nuestras vidas?». Esa sería la receta. Mientras quede una flecha hay que seguir apuntando…
La lección se nos va ahora por otros vericuetos. No se trataría tanto de seguir siendo útiles como de empezar a ser algo más sabios. Los antiguos persas llamaban a la vejez, hoy diríamos a la madurez, «el tiempo en el que el Sol se vuelve amarillo». El transcurso de la vida del hombre puede compararse al curso del sol: orto, zenit, ocaso. La luz del mediodía es la más clara y poderosa, pero también es reduccionista; todo lo vuelve blanco o negro, bueno o malo, justo o injusto. La tenue luz del atardecer permite ver detalles y matices que antes no veíamos. No en vano ya Hegel recordó que la Minerva-Lechuza diosa de la sabiduría levanta su vuelo al anochecer.
En algún lugar dice Cunqueiro que el secreto propósito de todas las civilizaciones consiste en la invención del otoño. Ese sí que sería un buen mensaje: ser capaces de inventarse un otoño a la vez sabio y feliz, activo y sosegado.
En la Euforia Perpetua, un fantástico libro de Pascal Bruckner, a un niño de cuatro años le preguntan ¿qué es la vida? Y el niño responde: vivir es reírse, hablar, darse besos. Eso os deseo para hoy: que las palabras y las risas os acompañen y alegren este viaje por los paisajes de vuestra memoria colectiva. «Los que no ríen nunca parece que no existen como hombres» dijo el teólogo Alfonso Salmerón en Trento. Y para el resto de la prorroga esto es lo que de todo corazón os deseo: que el triste pájaro de la melancolía nunca pueda anidar en vuestra mente ni en vuestro corazón.
Descargar pdf, La Voz de Galicia, «La memoria y la prórroga»
Cuanto me había gustado ésta homilía!
Bien valió el viaje a Santiago!
Muchas gracias.
Escribí a la dirección de mail que me habían dado, pero debía ser errónea porque nunca recibí respuesta.
Gracias también por recordar a D. Ramón Domínguez.
Me he leido todo el blog y no tiene desperdicio.
Un abrazo y que la prórroga siga siendo tan fructífera!
Miguel Cabanela