A Ramón Villares Paz,
intérprete y guardián
de los secretos de la tribu.
En la historia moderna de la ciudad de Santiago de Compostela especialmente en lo que se refiere a su carácter monumental hay un momento bien curioso. El momento en que Santiago se convierte en eso que Ramón Villares designó como “la ciudad de los dos Apóstoles”.
Con la llegada al poder de la revolución liberal el poder económico eclesiástico entra en caída libre. A medida que en Madrid se va sucediendo los gobiernos liberales la Iglesia va perdiendo en todos lados propiedades, rentas, derechos, diezmos y privilegios. Para la ciudad de Santiago la consecuencia está bien clara: nadie va a construir en su recinto un nuevo templo o un nuevo convento. Se diría que la espectacular escenografía barroca que caracterizó a la ciudad a lo largo de la segunda mitad del siglo XVIII fuese algo así como una despedida. La última expresión de la vocación monumental de Compostela. Pero en ese momento aparece quien va a constituirse como el Segundo Gran Protector de la Ciudad: Don Eugenio Montero Ríos. El Gran Cuco de Lourizán convertido ya en un personaje superinfluyente en la Corte y en recolector máximo de los votos de Galicia decide hacerle a su ciudad natal tres espléndidos regalos: el Colegio de Sordomudos y Ciegos que se construirá en San Caetano, la Escuela de Veterinaria en el Hórreo y la Facultad de Medicina en San Francisco adosada a esa joya renacentista que desde su fundación por los Reyes Católicos funcionó sin solución de continuidad como Hospital Real. Con tres grandes edificios dedicados a la Salud y a la Educación la monumentalidad civil tomaba el relevo de la definitivamente periclitada monumentalidad eclesiástica.
Pues bien, después de múltiples y diversos avatares el edificio en principio dedicado a la reeducación de ciegos y sordomudos es hoy la sede del Poder Ejecutivo de Galicia y el que fué diseñado para el cuidado y selección de nuestras vacas, ovejas y pollinos lo es del Poder Legislativo. Y no me negarán que la ironía que por todos lados rezuma este suceso parece llegarnos desde alguna de las láminas de Cousas. Es Castelao en estado puro.
Y algún lector preguntará: ¿cómo una ciudad tan tradicional y conservadora como era el Santiago de esa época pudo ser durante tanto tiempo fidelísimo feudo político del gran líder de la revolución liberal? ¿Cómo fue posible esa connivencia cuando mucha gente al cruzar a Montero por la calle repetía la consigna-letanía: Montero, Lutero; Montero, Lutero?
Quizás la respuesta – o al menos una parte de la respuesta – pueda encontrarse en una carta. Una carta que encuentro en Ramón Villares sin duda alguna la persona que más y mejor conoce la vida, la obra y la maniobra de Montero Ríos. En esa carta – y el hecho de que pueda ser apócrifa no mengua en nada su capacidad explicativa – D. Eugenio dice lo siguiente:
“En Santiago como en todas partes hay necesidad de adaptarse al medio ambiente. Loco empeño sería el mío si hubiera pretendido abrir paso con gente exclusivamente liberal en un pueblo donde hay arzobispo, seminario y cien campanas las cuales apenas sin interrupción dan la voz de alarma. Bien lo estáis viendo allí, mis principales elementos son los que en su fuero interno son carlistas y en los actos externos que son los que necesito son monteristas”.
Carlistas por dentro, liberales por fuera. Suena a Maquiavelo: cuando no te puedas vestir con la piel del león vístete con la de la vulpeja.
Fuente: Noticia publicada en La Voz de Galicia en la sección Sociedad en El zaguán del Sábado del 2 de Marzo de 2013