Doktor Pseudonimus
¿Quién me dará paz del alma si mi alma ha nacido para la guerra?
Miguel de Unamuno. Cuaderno XVIII
Unamuno vuelve hoy a este Zaguán. Y lo hace por algo que desde antiguo no ha dejado de intrigarme. La discordancia existente entre las distintas versiones que circulan sobre las aventuras y desventuras de D. Miguel. Para muestra, baste un botón. Para el diario francés Liberation, el acto del 12 de octubre de 1936 en el Paraninfo supone uno de los sucesos más significativos del siglo XX. Pero José María Pemán, que fue uno de los cuatro oradores que participaron en el acto, llegó a escribir: “la intervención de Millán Astray sólo fueron unos gritos arrebatados de contradicción a Unamuno, gritos que no llegaron a un minuto”. Ahora podríamos suponer que gran parte de esas contradicciones quedarían resueltas para siempre. Dos reconocidos expertos en Unamuno – Colette y Jean-Claude Rabaté- acaban de publicar “En el Torbellino. Unamuno en la Guerra Civil”. Más de doscientas cincuenta páginas rastreando fuentes y aventurando explicaciones. Luchando siempre con una gran dificultad: el irrefrenable afán de Unamuno por la contradicción. No en vano ese fue su lema preferido: “sólo no se contradice aquel que nunca dice nada”.
El tiempo y el espacio propios del Zaguán apenas permiten algo más que la noticia y la invitación a la lectura. Pero para que vayan haciendo boca, ahí les van, a modo de aperitivo, tres breves comentarios. El primero se refiere, una vez más a Mourir à Madrid. Para la izquierda cultural de la época un ejemplo de cinéma-vérité de importancia documental. Pero En el Torbellino los autores rastrean la manipulación del relato de un testigo del 12 de octubre –Luis Gabriel Portillo- que al ser incluido en The Spanish Civil War de Hugh Thomas quedó constituido en canónico ya para siempre. Más curioso resulta el renuncio que cazan en unas declaraciones del director del film. Esto dice textualmente Frédéric Rossit: “yo no puedo hacer nada. Franco es feo y la Pasionaria es bella. Las tropas franquistas son frías e impersonales mientras las Brigadas Internacionales son calurosas y simpáticas.” Ciertamente ni Franco era Robert Redford ni Millán Astray se parecía a Rodolfo Valentino. Pero ver la Guerra Civil con la óptica y los valores de un concurso de belleza parece bastante frívolo.
No diré viva la República aunque desee que viva
Contradicción en estado puro. Este segundo comentario se refiere a la relación amor-odio entre Unamuno y la República. D. Miguel fue el intelectual español más activamente combativo contra la monarquía. Muy especialmente durante el directorio del General Primo de Rivera. Una actitud que le valió ser desterrado a Fuerteventura. Amnistiado por un Real Decreto, no acepta el favor real y se autoexilia primero a París y después a Hendaya. En total seis años de soledad y precariedad económica. Cuando cae la Monarquía, la República reconoce y agradece el sacrificio. Nombra a Unamuno Ciudadano de Honor de la República, Rector Vitalicio de la Universidad de Salamanca y muchas otras cosas más. Pero pronto llegó el desamor. Unamuno protesta por el desorden revolucionario, por la quema de iglesias y conventos, por la confiscación de los bienes de los jesuitas. Pero sobre todo crece su antipatía por Azaña. Hasta tal punto que en algunos sectores se le achaca una frase terrible: “el mayor servicio que Azaña puede hacer a España sería suicidarse”. Dicho que nunca pudo demostrarse. Una especie de fake news avant la lettre. El 18 de julio de 1936 Unamuno no oculta su simpatía por los sublevados. Aunque él mismo se sorprenda. El 26 de julio del 36 escribe: “Antes yo decía: un canónigo antes que un teniente coronel. No lo repetiré. El ejército es la única cosa fundamental con que puede contar España”. Escribe una carta a todas las Universidades y Academias del mundo. Pero pronto llegan tristísimas noticias. Primero García Lorca y después algunos amigos y muchos conocidos. El altercado con Millán Astray, el venceréis pero no convenceréis y la marginación social. El mismo 12 de octubre va a tomar café al casino y los contertulios se levantan y se van. Y le dicen incluso que prefieren que no vuelva.
El mitin, las zapatillas y el banquete
El tercer comentario se refiere a un asunto bien curioso. El intento de Falange Española de instrumentalizar la figura y más especialmente el entierro de Unamuno. El primer acto se produce el 10 de febrero de 1935. Falange celebra un mitin electoral en Salamanca. Los oradores son tres primeros espadas: José Antonio Primo de Rivera, Rafael Sánchez Mazas y Alejandro Salazar. Organiza el acto Francisco Bravo, periodista y jefe provincial de Falange en Salamanca. Antes del mitin y en plan borde Bravo propone visitar a Unamuno. Contra lo esperado Unamuno acepta y los recibe en su casa en la calle Bordadores. José Antonio está ante el enemigo más constante y furibundo de su padre. Pero ambos se las arreglan para resaltar más coincidencias que oposiciones. El ambiente es tan distendido que Bravo se atreve a decirle a D. Miguel: ¿cuándo lo apuntamos en Falange? Unamuno se pone serio y contesta: “yo soy un liberal y moriré en liberal”. El tiempo apremia y los falangistas se levantan para acudir al mitin. Unamuno les dice que esperen un momento. Se quita las zapatillas, se pone unos zapatos y se va con ellos al mitin. Y por si la provocación no fuese suficiente para más escándalo…. se queda al banquete que se celebra después del mitin! Al día siguiente la noticia es trending topic en diarios, radios y tertulias de toda España.
El lector que quiera saber cómo acaba el torbellino ha de esperar al próximo Zaguán. Porque la contradicción persigue a Unamuno incluso hasta más allá de su muerte. En el octavo canto de la Odisea Homero dice que los dioses envían desgracias a los hombres para que las próximas generaciones tengan algo de qué hablar. O escribir. Levanto el bolígrafo, entorno los ojos y me doy cuenta de que llevo ya un largo rato cumpliendo ese mandato. Una vez más Nihil novum sub sole.
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Descargar pdf, La Voz de Galicia «En el torbellino»