Doktor Pseudonimus
Corvus Corax Xacobeus llevaba varios días en Israel. En toda Europa nadie había querido vacunarlo. Carecía de los papeles reglamentarios. Corvus no tenía ganas de morirse. Pero si no había otro remedio, deseaba al menos tener eso que Rilke había designado como una «muerte propia». Justo lo contrario a la muerte anónima y vulgar de una pandemia. En eso estaba cuando a sus oídos llegó una noticia. Los cuervos de Israel, doblemente sabios por cuervos y por judíos, habían llegado a un acuerdo con Pfizer. Los cuervos se ofrecían como animales de experimentación para valorar los efectos adversos de la vacuna. En la oferta no se hablaba de dinero. Pero los cuervos gallegos pensaban recibir algo aunque solo fuese como propina. Corvus deseaba ese dinero para hacer con él algo que D. Wenceslao hizo con su imaginación. Transformar la fraga de Cecebre en El bosque animado. Ese libro maravilloso en el que las moscas se reúnen para fecilitarse por su falta de inteligencia y su capacidad para encontrar alimento. Y en el que el héroe Fendetestas aprovecha una noche en la que el cura no está en el hogar y decide cometer una de sus mayores ilusiones: robar su casa. Y cuando llega, el cura no está pero sus criados están ayudando torpemente a una vaca parturienta. Y el bandido Fendetestas se olvida de su propósito para ayudar a la vaca y fue allí donde Corvus pudo conocer a la meiga Paquita, la que quitaba la sombra con conjuros: «Vaite Fulipa Rapada, con agua do cu laveiche a cara» y el sueño de Corvus se enriqueció con los encantos de Paquita.
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Descargar pdf, La Voz de Galicia «El Bosque Animado revisitado»