Doktor Pseudonimus
El último zaguán finalizaba con una dirección. Berggasse 19, primer piso. Durante cuarenta y siete años fue allí donde tuvo vivienda y consultorio Sigmund Freud. Hasta el año 1938. Cuando, con la llegada de los nazis, tuvo que escaparse con lo puesto. Ya anciano y con un cáncer corroyéndole la mandíbula se escapó a Londres. Sabía bien lo que le esperaba si se quedaba en Viena. Pocos meses antes, sus libros habían sido quemados en una plaza pública de Berlín. Y no solo por su condición de judío. Porque su obra “glorifica la vida instintiva que degrada el alma”. Hace ya muchos años que visité Berggasse 19, ese sancta sanctorum del psicoanálisis. Todo se conservaba tal y como lo había dejado Freud el día que tuvo que abandonarlo. Todavía conservo el bloc en el que anoté los detalles del protocolo que regía las sesiones. El paciente se tumbaba en el diván y Freud se sentaba detrás de la cabecera sin poder ser visto. La sesión se iniciaba siempre igual “le ruego que me diga cuanto sepa de sí mismo. Como un viajero que va sentado junto a la ventanilla del tren y le cuenta a quien va en el asiento interior como va cambiando el panorama ante sus ojos. Y, por último, no olvide que ha prometido absoluta sinceridad y no oculte algo que, por cualquier motivo, le desagrade comunicar”.
La cita es larga, pero no inoportuna. En Medellín (Extremadura) acaba de clausurarse un congreso internacional sobre “Hernán Cortés en el siglo XXI”. En el diario El País un periodista bien sagaz ha titulado a ese congreso como “terapia de grupo sobre Hernán Cortés en su tierra”. Porque esa sigue siendo la clave del conflicto. El problema del Padre. Después de cinco siglos la sombra de Edipo sigue complicando un psiquismo que intenta, encarnizadamente, encontrarse a sí mismo. ¿De quién se consideran hijos los actuales mejicanos? ¿De Cuauhtémoc o de Hernán Cortés? ¿De la Virgen de Guadalupe o de Dª. Marina la Malinche, la gran chingada? Y ahora resulta inevitable preguntarse: ¿de donde viene la dificultad de resolver ese conflicto? Volveremos a escuchar a Octavio Paz, la voz más lúcida de toda la historia y la literatura mejicanas: “Mexico-Tenochtitlan ha desaparecido. Y ante su cuerpo caído lo que me preocupa no es un problema de interpretación histórica sino que no podemos contemplar al muerto frente a frente: su fantasma nos habita. Por eso creo que la crítica de México y de su historia –una crítica que se asemeja a la terapéutica de los psicoanalistas- debe iniciarse por un examen de lo que significa y todavía sigue significando la visión azteca del mundo”. Un mundo de sacerdotes y soldados, astrólogos y sacrificadores. Atravesado, es cierto, por relámpagos de poesía, pero, siempre y por todos lados, dominando la obsesión, el olor y el tufo de la sangre. La crueldad integrada en el sistema con implacable coherencia. Un mundo hoy en día absolutamente inviable, pero que se mantiene vivo en el inconsciente de muchos mejicanos, gracias al arte de sus grandes muralistas: Diego Rivera, José Orozco, Siqueiros o de iconos como Frida Kahlo o de utopías como La Raza Cósmica de José Vasconcelos. Mitologías y sensibilidades muy difíciles de conciliar con las prácticas y razones de la civilización occidental. Esa es su cruz, pero también es su riqueza. Porque en el complicado juego de las identidades Méjico es, sin duda alguna, el experimento más interesante en todo el mundo.
Dejamos ahora a los aztecas abriendo con sus estiletes de obsidiana los corazones vivos de sus enemigos olmecas y tlaxcaltecas y ofreciendo esa sangre que brota a borbotones al Dios que bendice o maldice las cosechas. Regresamos a la actualidad. Algunos carpeto-vetónicos españoles han mostrado su extrañeza e incluso su malestar ante el hecho de que un presidente que se apellida López pueda reivindicar la memoria de los indios del país que preside. La etimología está bien clara: López, hijo de D. Lope. Pero una cosa es la etimología y otra bien distinta la ideología. Esta actitud me trae a la memoria un hecho ocurrido en el Ayuntamiento de Bilbao en 1980. En el fragor de una disputa un concejal del PNV increpa a uno de Euskadiko Ezkerra diciéndole: López que eres un López, un falso euskaldun. Olvidando que, precisamente, fue un López el fundador de esa ciudad. Porque fue D. Diego López de Haro quien, en el año 1300, escogió una aldea marinera y le dio cartas de ciudad mercantil libre de impuestos. De ahí nació la gran urbe que es hoy Bilbao. Y un olvido de tal magnitud en un concejal no parece ser un hecho casual. El maestro Freud lo consideraría el resultado de una “represión”. La que hace que olvidemos, precisamente, aquello que más nos disgusta recordar. Otro cliente para el diván.
Y ya para terminar ahí les va una recomendación. Hay que andar con cuidado con la obsesión de las identidades. Para una mente neurotizada la realidad psíquica es siempre más importante que la material. Y lo mismo da que el mito primigenio se llame Cuauhtémoc o Sabino Arana. Y no sería mala cosa que algunos nacionalistas, tanto centralistas como periféricos, dedicasen algunas tardes a tumbarse en el diván.
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Descargar pdf, La Voz de Galicia «Con Méjico en la mente y en el corazón (2)»