«Un mexicano es siempre un problema para otro mexicano
y para sí mismo».
El Laberinto de la Soledad
Octavio Paz
Beatriz Giménez Müller tiene cincuenta años. Periodista por formación, ejerce como novelista e historiadora por vocación. Hace pocos meses publicó su tesis sobre «La historia verdadera de la conquista de Nueva España» la gran crónica de Bernal Díaz del Castillo. De su propia investigación D.ª Beatriz dice que «debería ser leída por todos los mexicanos» porque «brinda respuestas a lo que somos como nación». Entre los múltiples méritos de la autora figura el de ser la esposa de D. Andrés Manuel López Obrador, Presidente de la República mejicana. En fecha aún bien reciente, D. Andrés Manuel –a quien algunas lenguas maledicentes apellidan como López «Cobrador»– ha ocupado las primeras páginas de los diarios y los momentos estelares de los informativos de la televisión. El asunto bien lo merecía. Porque llevado por los vientos reinantes de la recuperación de la memoria histórica -para algunos malvados memoria histérica- ha lanzado, urbi et orbi, un órdago a lo grande. El señor presidente exige que tanto el Rey de España como el Papa de Roma pidan público perdón por los daños que los españoles y la Iglesia Católica causaron a los indígenas en los tiempos de la conquista. La coincidencia en el tiempo de la proclama del señor presidente y de la publicación del trabajo de D.ª Beatriz pudo haber sido un hecho casual, bien lo sé. Pero no hace falta ser muy suspicaz para sospechar de donde pudo nacer la inspiración. O más bien la obligación. Porque Dª. Beatriz, por designación directa de su marido, es Presidenta del Consejo Asesor Honorario de la Memoria Histórica y Cultural de México.
Lo relatado hasta aquí puede ser considerado como una anécdota más o menos divertida. Pero lo que late por debajo no puede ser más intrigante. Que un pueblo tan activo y económicamente ya tan potente como Méjico ande preguntándose, un día sí y otro también, si es o no es una nación, resulta un tanto extraño. Y más extraño aún es que para resolver esa cuestión, una representante de su sector más ilustrado, recomiende la lectura y reflexión sobre un libro ¡escrito hace 500 años por un soldado raso!
¿Cómo puede explicarse semejante extravagancia? No lo sé muy bien. Lo cierto es que la identidad se ha convertido en el tema de nuestro tiempo. Frente a la mermelada de la globalización todos necesitamos raíces que nos sitúen. Y contarnos historias que nos definan y diferencien. También es cierto que ese conflicto en ningún lugar del mundo es tan visible y tan a flor de piel como lo es entre los mexicanos. Un asunto que ahora no podemos tratar aquí. Pero me van a permitir que les cuente dos experiencias personales. Cuando visité Méjico por primera vez –Navidades de 1965– dos cosas me sorprendieron sobre todo. Una fue la dificultad de algunos mejicanos para sostener la mirada ajena. Si tú mirabas fijamente a los ojos de un desconocido este con gesto airado podía preguntarte: ¿qué que me mira? Aún recuerdo a un limpiabotas que, ante mi insistencia, me tiró a la cara una naranja. La otra cosa fue comprobar en los periódicos que unos políticos insultaban a los otros llamándoles «malinchistas». La maravillosa historia de D.ª Marina la Malinche todavía vivita y coleando, como si no hubiesen transcurrido cinco siglos.
Hay que poner punto final. Y algún lector preguntará ¿Qué pinta un diván en todo esto? Habrá que esperar a un próximo zaguán. Pero, por si les sirve de algo, ahí les va una pista. Calle Berggasse n.º 19 primer piso. Viena. Un lugar que, durante cuarenta y siete años, fue vivienda y consultorio de Sigmund Freud. Y un diván en el que el arte del maestro conseguía que el paciente acabase viendo, precisamente, aquello que menos quería que le mirasen.
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Descargar pdf, La Voz de Galicia «Con Méjico en la mente y en el corazón (1)»