El día en que Franco habló en gallego

Doktor Pseudonimus

El título que encabeza este zaguán se lo debo a Santiago Lamas. Siempre psiquiatra tan sagaz como escritor bien informado. Brevemente contada esta es la historia. En la Fundación Penzol yacían medio olvidados unos manuscritos donados por Rodolfo Prada. El autor de esos escritos era nada menos que Alfonso Daniel Rodríguez Castelao. Pero, que yo sepa, no habían visto la luz pública hasta el año 1992. Cuando aparecieron como apéndice de una obra absolutamente monumental: la edición crítica de Sempre en Galiza patrocinada conjuntamente por el Parlamento de Galicia y la Universidad de Santiago de Compostela. Más de 1000 páginas y… casi cuatro quilos de peso. La amabilidad del actual presidente del Parlamento me facilitó el acceso a ese monumento. Editados por I. Cochón, F. Dubert y H. Monteagudo, en el apéndice aparecen las notas que Castelao escribió entre 1938 y 1947. Agrupados en 4 “Cadernos”. Y es en la página 870 del “Caderno A” donde aparece la almendra del asunto que ahora nos ocupa. Porque es ahí donde Castelao recoge una afirmación del embajador Sir Samuel Hoare en su libro Ambassador on special mission. Castelao escribe: “cuando el Caudillo se entrevistó con Oliveira Salazar en Sevilla fue el Caudillo quien pronunció el discurso y lo hizo en gallego. Idioma que Salazar conocía”. El suceso me pareció tan insólito que decidí documentarme recurriendo a la fuente original. Samuel Hoare publicó su libro en ingles en 1946 pero por razones obvias no pudo ser publicado en España hasta después de la desaparición de la dictadura. La primera edición española de “Embajador ante Franco en misión especial” es de abril de 1977. El autor sitúa la entrevista en un año crucial: 1942. La victoria de los aliados es ya algo más que verosímil. Pero Serrano Suñer, el cuñadísimo, ministro de asuntos exteriores y admirador de Hitler y Mussolini acaparaba casi todo el espacio público. Según Hoare, Franco se sentía relegado y dice textualmente: “era evidente que la técnica de Franco para eliminar a un ministro se estaba aplicando con Serrano Suñer”. Y continúa: “después del mes de febrero Franco se había decidido a ocupar el centro de la escena. Cuando se reunió con el doctor Salazar en Sevilla fue Franco quien condujo la conversación en gallego, lengua que su interlocutor entendía bien. Después de esa entrevista Franco se atribuyó todo el crédito en las relaciones de España con Portugal que, desde el comienzo del conflicto continuaba siendo neutral”. La entrevista se produce en un momento en el que en la guerra se comienza a cambiar la dirección del viento. Franco no acepta ser empujado por Serrano Suñer al camino que lo llevaría rápidamente a la guerra. Tiene que demostrar que es el dueño de la casa. Hoare lo expresa bellamente: concordaba este caso con el sabio consejo que Stendhal ofreció a un príncipe reinante. Il faut aimer sa place. Si donc tu es roi, aime ton sceptre”. Es necesario amar tu puesto. Si tú eres rey, ama tu cetro. Un consejo que, por lo demás, no parece que Franco nunca hubiese necesitado demasiado.

Uno de los temas clave de la entrevista de Sevilla fue el tema de Gibraltar. Y antes de abandonar definitivamente a Sir Samuel Hoare, vizconde de Templewood les voy a contar una historieta. Cuando yo estudiaba los últimos años del bachillerato, el gobierno solía organizar manifestaciones reivindicando Gibraltar. Unos cientos de estudiantes falangistas se concentraban delante de la embajada inglesa en Madrid ondeando banderas, dando gritos, profiriendo insultos y lanzando alguna que otra pedrada. En una ocasión los estudiantes se pasaron de la raya. Temiendo algún conflicto internacional desde el ministerio de la Gobernación llamaron a la Embajada preguntando si necesitaban que enviasen a la policía. El embajador que no era otro que Sir Samuel sin perder la calma contestó: “no necesitamos más policías pero, por favor, dejen de enviarnos más estudiantes a la embajada”. Confieso que me ha costado mucho trabajo, pero al cabo de tres días fui capaz de recuperar la canción que cantábamos en el patio del colegio antes de entrar en clase. Ahí les va: “Gibraltar, Gibraltar, punta amada de nuestra nación/ una historia te contempla con ansias de reivindicación. Adelante por España/ que si en Rusia ya triunfó mi División no es bastante nuestra hazaña/ si es inglesa la bandera del Peñón”. Han pasado más de setenta años. De la división Azul nunca más se supo y en el Peñón la bandera inglesa sigue protegiendo a traficantes contrabandistas y mafias de muy diversa condición.

Llegado a este punto algún lector podría preguntarme: ¿y para qué sirve andar ahora discurriendo sobre estas cuestiones? Al que eso hiciera le contestaré con unas palabras de Horace Walpole: “yo no soy historiador. Escribo autobiografías casuales. Dibujo personajes. Preservo anécdotas”. ¡Preservar anécdotas! Tal como se preserva al urogallo en O Courel o a los cerezos en Jerte o en el Museo del Prado la mirada de los cuatro hijos pequeños de los duques de Osuna. No es oficio menor este de preservar anécdotas. Las anécdotas son la salsa de la vida. Contribuyen a enriquecer la variedad del mundo.

Hay que poner punto final. Pero no sin antes proclamar bien alto el lema de Gabriele D´Annunzio: Laudata sii diversitá delle creature, sirena del mondo!

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