«Cada vez mi alma cree más cosas que mi razón rechaza.»
Imre Kertész
La historia me la cuenta Xosé Antón Fraga. Presidente del Instituto Cornide y probablemente la persona que mejor conoce la vida y milagros de D. Roberto Novoa Santos. La historia viene aquí atraída por el gran texto de Borges que aparecía en el último Zaguán. Por si algún lector anduviese flaco de memoria voy a permitirme repetírselo: «un número infinito de cosas mueren en cada agonía. Salvo que exista una memoria del cosmos como conjeturaban los teósofos. Hubo un día en que se apagaron los ojos que por última vez vieron a Cristo o el amor de Helena de Troya. La muerte de una persona mayor es como el incendio de una biblioteca». La historia que cuenta Tino Fraga sucede en mayo de 1916. Es un domingo. El Círculo Mercantil de Vigo tiene anunciada para la tarde una conferencia de Novoa Santos. El título se las trae: «Longevidad, muerte e inmortalidad». Desde Santiago a Vigo, Novoa se desplaza en ferrocarril. Sabemos que al menos le acompañan tres personas. Alejandro Rodríguez Cadarso quien años más tarde va a ser el gran rector de la Universidad de Santiago. Su discípulo Gumersindo Sánchez Guisande y el doctor Jesús Devesa. Novoa inicia su conferencia definiendo la muerte como un fenómeno natural. El agotamiento de lo que él llama «la energía intrínseca del ser humano. No hay por qué esperar premios o castigos». Desde Sócrates-Platón hasta Emmanuel Kant el tema de la inmortalidad del alma ha ocupado la mente de grandes filósofos. Pero ahora el viento del positivismo bate con fuerza en Academias, aulas y laboratorios. Sólo es real lo que nuestros sentidos son capaces de captar. Donde mejor se expresa ese paradigma es en la famosa respuesta que Laplace da a Napoleón. El astrónomo le está explicando su «exposition sur le système du monde» y ya casi al final el Emperador se permite una observación: «ni una sola vez habéis nombrado al creador de ese sistema». Respetuoso pero muy seguro de sí mismo, el astrónomo responde: «Sir, nous n’avons pas besoin de cette hypothese». No tenemos necesidad de esa hipótesis.
Todo parece indicar que hubo un momento en el que tampoco Novoa necesitaba de esa hipótesis. En 1906, siendo todavía estudiante, publica un trabajo sobre «el sustrato material del alma» y cree haberlo encontrado… ¡en unas extrañas sustancias albuminoideas fosfatadas! Pero diez años después, el día de la conferencia en el Círculo Mercantil de Vigo no parece que Novoa siga preso en tan simple determinismo. Oigamos lo que al final dice a sus oyentes: «¡Queda un enigma amigos! ¿Qué será de nuestros recuerdos, de nuestro tesoro espiritual acumulado? ¿Cuál es el destino de todo ese sistema de fuerzas sutiles que constituyen el contenido de la conciencia y flotan por ventura como espectros sutilísimos en la fronda y en el cielo limpio y entre nosotros como una luz que nunca se apaga?».
¿Qué es lo que ha sucedido? Los dioses antiguos hace ya tiempo que han huido, es cierto. También lo es que los que han de venir están tardando demasiado. Mientras, el ego y la inteligencia de Borges y de Novoa Santos se niegan a desaparecer para siempre sin dejar rastro. En la Summa, Santo Tomás dejó escrito que un deseo universal no puede ser vano. A esa rama del deseo es donde se agarra Novoa. Imre Kertész confiesa su contradicción: «Cada vez mi alma cree más cosas que mi razón rechaza». El escenario tiene un aire de déjà vu. De algo ya visto. Sucede hace más de veinte siglos. Lo cuenta Lucas en los Hechos de los Apóstoles (17:23) Pablo de Tarso llega a Atenas. Nada más llegar se va al Areópago. Los culturetas de la época –estoicos y epicúreos– ávidos de novedades lo rodean e interrogan. Pablo aprovecha la ocasión y va a por todas. Junto a un altar dedicado al Dios Desconocido proclama la resurrección del alma. Unos se ríen de lo que dice, otros, más corteses, le piden que vuelva otro día.
Entreverado a partes iguales de gurú antiguo y experto moderno, Rafael Gomá proclama: «necesario pero imposible». Lo que en román paladino quiere decir que cada uno debe apañárselas como pueda. Desde no sabemos dónde llegan unas palabras del maestro Jünger: bienaventurado el que antepone el pensamiento al cálculo, la verdad al hecho, la belleza a la función. Todo políticamente incorrecto. Como hace más de veinte siglos en la Acrópolis.
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Descargar pdf, La Voz de Galicia «Necesario pero… ¿imposible?»
Manolo,
me ha gustado mucho este artículo. No he leído a Imre Kertész, pero sí a Borges, al que no me canso de leer. Veo que planteas el problema de siempre, el que no tiene otra respuesta que la que tú sugieres: «cada uno debe apañárselas como pueda.»
Yo aprendí de los pragmatistas norteamericanos -sobre todo William James, John Dewey y Richard Rorty-, que las preguntas sin respuesta son malas preguntas.
Mi impresión es que nuestra época no busca nuevas respuestas, sino preguntas diferentes. Mientras tanto, vivimos entre «los antiguos dioses que han huido y «los que han de venir», que «están tardando demasiado».
La Voz de Galicia tiene un lujo al cederte un espacio para esas reflexiones.
Un abrazo
Javier