Sobre Modas, Modales y lo Impropio (Segunda entrega. Parte IV)
Se produjo un largo silencio. Hasta que un lector adicto a Jacques Barzun pidió la palabra. El éxito de los jeans, dijo, forma parte de un proceso mucho más general. Dejó pasar unos segundos y con aire solemne declaró: el fenómeno clave consiste en el uso de lo Impropio como liberación. Como expresión de una existencia liberada. No condicionada por el repertorio de valores, costumbres y fetiches que son propios de la burguesía clásica. Nadie entendió lo que decía y el orador recurrió a poner unos ejemplos. Los jefes de gobierno de naciones importantes hacen llamarse Tony, Jimmy o Fred. Mostrarse descuidado –o incluso no haberse lavado en siete días- es la rúbrica de la nueva libertad. En la hamburguesería te sirven la hamburguesa sin cuchillo ni tenedor para recordarte que debes comerla con las manos. Y, si eres un súper liberado, limpiarte los dedos en el pantalón vaquero. Durante toda la semana la obligación de la corbata recuerda al oficinista su condición de asalariado. Hasta que llega la libertad del viernes mediodía. Y ya no vuelve al cuello aunque esa misma tarde haya de acudir a un concierto o a un funeral. Iba a decir que se habían perdido los modales cuando se dio cuenta de dos cosas: moda y modales eran palabras que compartían etimología. Pero la segunda hacía ya tiempo que había desaparecido del vocabulario. Una persona ya mayor a la que todo aquello le parecía un despropósito se atrevió a hacer una pregunta. ¿Cómo se explica que algunos vaqueros vengan ya de fábrica con rotos y desgarros de diseño? Aunque era el más brillante ejemplo del uso de lo Impropio, el discípulo de Barzun no le hizo ningún caso. Para evitar el desaire Pseudonimus trató de improvisar una respuesta. En el estilo macarra, le dijo, la obsesión del rechazo de lo convencional y establecido riza su propio rizo. Hasta tal punto en que a veces parece que está buscando un efecto cómico. Pero quizás no pueda negarse que en algunos se trate del deseo de identificarse con el “lumpen”. Con los más desfavorecidos. Porque desde siempre el uniforme universal de la miseria fueron los harapos. Claro que no es lo mismo ser harapiento por afición que serlo por obligación.
Y ya metido en materia continuó el discurso. El diseño estilo macarra intenta apropiarse de la energía y del encanto que subyacen en toda subversión. Lo que hasta ahora veíamos como bello nos lo hace ver como amanerado. Y en el desorden zarrapastroso parece decirnos que hay algo de verdad. Y aún queda otro asunto: la caja. Pseudonimus se acordó del lema que la mala uva de Paco Umbral había atribuido a Jean Paul Sartre: siempre, a la vez, hay que estar haciendo literatura y haciendo caja. También eso valía para explicar el éxito de la moda utilizada como transgresión, o como panfleto.
Aún quedaba por discutir otra gran cuestión. Muchos años antes Coco Chanel había dicho: «moda es todo lo que pasa de moda». Pero los jeans tenían más de un siglo de existencia. Además no sólo duraban como género, también lo hacían como objeto. Eran fabricados para durar y duraban. En los vaqueros el paso del tiempo no producía estigmas sino que los ennoblecía. En la sociedad de consumo, en la de usar y tirar, eso representaba una herejía. Algo extraño había ahí. Ya no quedaba tiempo ni ganas para seguir discutiendo. Pero antes de levantar la reunión Pseudonimus se repitió a sí mismo unas palabras de Bertolt Brecht que se sabía de memoria. «De todos los objetos los que más amo son los más usados. Las vasijas de cobre con abolladuras. Los cuchillos y tenedores cuyos mangos han sido cogidos por muchas manos. Esas son las formas que me parecen más nobles. Esas losas en torno a las viejas casas desgastadas por haber sido pisadas muchas veces. Objetos que son felices por haber sido apreciados muchas veces».
Y ahora cuando ya saben ustedes que pueden amar a sus viejos vaqueros sin ser diagnosticados de neurosis fetichista, llega ya ¡por fin! el punto final a la mini serie.
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