Manuel Sánchez Salorio
Lo prometido es deuda. Por eso vuelve al Zaguán el Sueño de una Noche de Verano. Hoy la cuestión es esta: ¿por qué y para qué Procopio? Lo primero que conviene advertir es que un pseudónimo no es siempre necesariamente un modo de ocultarse. Para eso están los anónimos. A veces es incluso lo contrario, un modo de expresarse. No sé muy bien el mecanismo, pero vamos a explorar algunas pistas. «Je est un autre» dice un misterioso verso de Rimbaud. ¿Qué querrá decir esto de «el yo es otro»? Pues a quien viva eso que Karl Jaspers llamó una «existencia empíricamente despreocupada» la frase le sonará a puro disparate. Pero a quien goce y sufra con el hábito de hacerse preguntas a sí mismo, quizá le dará algo en qué pensar. Pero pensar el yo no es tarea fácil. Porque pensar es siempre un viaje de ida y vuelta. Salimos hacia las cosas y hacia los problemas para luego volver a nosotros mismos. Por eso decimos reflexión. Porque eso es lo que hace la luz en el espejo. Pero pensar el yo obliga a un proceso diferente. Somos a la vez el que piensa y lo pensado. Al mismo tiempo el sujeto y el objeto de una acción. Una acción en la que además no somos neutrales. Al final asumir el yo no es tanto una cuestión de la inteligencia como de la voluntad. Cuando D. Quijote dice «yo sé quien soy» no expresa tanto una evidencia como una decisión.
En ningún sitio está expresado eso con tanta belleza y precisión como en un poema de Jorge Guillén: «Es siempre ignoto el yo para sí mismo: / Aparición confusa / que con realidad jamás coincide. / Se repuso otra voz cortés y clara: / ¿No estamos en terrible dependencia / de lo que nos adviene? / Continuidad ocurre en el esfuerzo. / Yo soy mi cotidiana tentativa.» También para eso sirve el disponer de un Alter Ego. Para aliviarnos, aunque sea breve tiempo, del esfuerzo de esa tentativa. Bajo la piel del pseudónimo el yo se va de vacaciones para así poder hablar, sentir y conducirse como si fuese «un autre». ¿Un otro imaginado? Imaginado y distinto pero no ajeno. Porque la imaginación no es algo que nos llegue desde fuera. Nace siempre de la fermentación de la memoria. Ponemos los recuerdos a fermentar y, de repente ¡zas! salta la imaginación. Como de la fermentación del mosto, acaba saltando la burbuja del champagne. Se me dirá que este andar dándole vueltas al yo denota una tendencia narcisista. No niego que así sea. Pero a quien eso piense le contestaré lo que Salvador Pániker dijo a Mosteirín en un trance parecido: «El yo es el desconocido que tenemos más cerca y más a mano». Y no hay por qué renunciar a su conversación y compañía.
Llegados a este punto me doy cuenta de que este Zaguán me está saliendo todavía más pedante de lo que han sido sus predecesores. Y además lo de la burbuja del champagne me suena un tanto cursi. ¡Qué le vamos a hacer! Quien ha sido alguna vez profesor queda ya contaminado para siempre. No en vano pedagogía y pedantería comparten una misma raíz etimológica: Paidós (παιδός) : niño. Bien sabido es que pedagogo significa guía o conductor de niños. El caso de pedante es más curioso. Es vocablo italiano que significaba maestro de escuela y que a mediados del siglo XVI en el Diálogo de la Lengua, Juan de Valdés aconseja introducir en el castellano. Pero hay aquí también una cuestión jocosa. Porque pedante también viene de «pes, pedís» (pie). Y quería decir soldado de a pie.
Bien claro se ve que este Zaguán se me resiste a bajar de las alturas a las que sin saberse muy bien por qué, se ha encaramado. En el diálogo entre Babieca y Rocinante, Cervantes hace decir a Babieca: «Metafísico estáis.» y Rocinante contesta: «Es que no como.» Por si ese fuese nuestro caso, me despido de ustedes y me voy a tomar algo. Pero quizás antes de marcharme alguien preguntará: ¿Y qué fue de la Rive Gauche, de Juliette Greco cantando a Yves Montand y de Jean Paul Sartre tomándose una cerveza en Brasserie Lipp? No se preocupen, no me olvido. Ya se lo había dicho: París era una fiesta que a quien la vivió de joven le acompañará toda la vida. Para poner punto final habrá que esperar al próximo Zaguán.
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Descargar pdf, La Voz de Galicia «Sobre sueños, periódicos, pseudónimos y otras cuestiones (2)»