Para Joaquín Achúcarro y Juan Durán de la Colina
Puede haber palabras sin banquete pero desde Platón no puede haber Banquete sin palabras. Y Juan Durán ha decidido que sea yo quien ahora se levante y cumpla el ritual. ¿Por qué precisamente yo? Pues porque de entre todos los comensales ya soy yo el único superviviente del Congreso celebrado aquí en 1955. Y un superviviente sobrevive sobre todo recordando. Recordar, ya lo dice la canción, es volver a vivir. Es también algo más. Cor, cordis: corazón. Recordar es hacer volver otra vez las cosas por el corazón. No es que el pasado se venga hacia nosotros. Somos nosotros los que vamos a buscarlo. Y eso voy a hacer. Bucear en el recuerdo sesenta años hacia atrás para después contarles lo que encuentro. Y ¿qué es eso que encuentro? Pues recuerdo que entonces yo tenía veinticinco años. Y que todas las actividades del Congreso se desarrollaron en un único salón del Hotel Carlton. Creo que en el llamado Salón de la Cúpula ahora muy bellamente restaurado. Recuerdo que no hubo Ponencia Oficial, pues sólo se presentaba en años alternos. Si hubo dos comunicaciones solicitadas: Síndromes uveomeningeos de Antonio Piñero Carrión y Plásticos en Oftalmología de Alfredo Arruga. Esta última había despertado gran expectación pues Alfredo había vivido en Inglaterra la experiencia de las primeras lentes intraoculares. Las diseñadas por Harold Ridley. Por primera vez en la historia la cirugía de la catarata dejaba de ser sólo extirpadora para convertirse en rehabilitada. Pero pronto se vio que los fracasos, muchos de ellos estrepitosos, eran más frecuentes que los éxitos. Y hubo que esperar varios años aún hasta que llegaron las lentes de Cornelius Binkhorst.
Eran tiempos de autarquía. De cierre de fronteras y aduanas. Faltaban cinco años para aquel Plan de Desarrollo que empezó a cambiar España. La defensa de la «producción nacional» hacía muy difícil la importación de aparatos. En la exposición comercial dominaba el oftalmoscopio de imagen recta diseñado por Díaz Caneja y fabricado por Ulloa Óptico. Don Emilio decía, con razón, que el problema del oftalmoscopio de imagen recta no era la óptica sino la luz. Ulloa fabricó un oftalmoscopio en el que la luz era producida… por la bombilla de un faro de automóvil. El fondo de ojo se veía bien pero si te demorabas en la exploración te quemabas la mano.
En lo que se refiere a los fármacos la cosa estaba clara. Para colirios Collado, para pomadas Cusi. Creo que aún no había aparecido Antonio Folch con Oculos-Fruntost. No había aplicación tópica de penicilina ni de corticoides.
Algunas firmas generalistas llevaban sus productos a nuestra exposición. Recuerdo una que presentaba una loción para la caspa y la calvicie. Yo era amigo de Faustino Santalices. Era hijo de quien recuperó la Zanfoña y hacía llorar a D. Ramón Menéndez Pidal recitándole el romance de D. Gaiferos. Faustino era supercreativo. Había diseñado una ventosa y era un artista afilando agujas de córnea y cuchilletes de von Graefe (nada era desechable). Pues yo veía que Faustino aprovechaba todos los días del Congreso para llenar bolsas y bolsillos de la loción contra la calvicie. Estaba empezando a quedarse calvo y yo le pregunté si creía que la loción le servía para algo. Me contestó muy seguro: ¡para la calva no sirve para nada pero para las manchas de la moto no hay nada mejor!
El Congreso estuvo organizado por los tres oftalmólogos imprescindibles en el Bilbao de aquella época, Ángel Corcóstegui, Pedro Amias y Severino Achúcarro. Porque era amigo de mi padre y porque siempre sentí hacia él una especialísima predilección sólo me referiré a D. Severino. Lo recuerdo, alto, delgado, con una elegancia natural entreverada por un aire tirando a sabio despistado. La ironía brillándole en los ojos y la sonrisa socarrona a flor de piel. Jugaba al tenis y había estudiado en Inglaterra. No se había perdido ni un solo Congreso pero que yo sepa jamás había pedido la palabra ni presentado una comunicación. No quiere decir esto que estuviese callado. Sus comentarios en voz baja y sobre la marcha eran siempre sabios y ocurrentes. Las anécdotas son múltiples pero, como muestra, sólo les contare una. Sucedió en un Congreso celebrado en Madrid. Mi padre invitó a cenar en el Lar Gallego a D. Severino y a D. Mariano Soria con sus esposas. Para empezar D. Severiano pidió una buena ración de chipirones. La señora de Soria le advirtió: ¡Pero D. Severino a su edad comerse chipirones por la noche! D. Severino no se inmutó y se zampó los chipirones sin dejar ni una raspa. Viene luego una merluza y Achúcarro le mete el diente. La entrometida señora vuelve a expresar su sorpresa. D. Severino pone el gesto serio y le dice: ¡Mire usted señora, en el intestino siempre es de noche! Tantas veces me aproveché de tan sabia sentencia que por algunos lugares circula como mía.
Con todas estas historietas puede que ustedes piensen que nuestra Sociedad era entonces muy distinta a lo que ahora es. Que su magnitud, importancia y complejidad ha crecido exponencialmente es bien evidente. Pero hay algo en que no ha cambiado. Esta Sociedad siempre fue y sigue siendo una Sociedad de gente bien avenida. En la que quienes buscan la discordia o la trifulca sin saberse bien como ni por qué acaban siempre desapareciendo por el foro.
Y ya sólo me queda decir unas palabras sobre la ciudad que hoy nos acoge. En 1955 Bilbao era el prototipo de una urbe industrial: fuerte, dura, sucia, gris. Marcada por la rigidez y la servidumbre de la siderurgia pero con una gran personalidad. En poco tiempo se ha transformado en una bella, limpia y amable ciudad de servicios. El icono de los Altos Hornos ha dado paso al del Guggenheim o al del Palacio Euskalduna. Y esa siempre complicada transformación se ha producido manteniendo su peculiarísima personalidad. ¿Cómo se explica que eso fuese posible? Sin duda fue debida en gran parte a la sabiduría de sus gentes y gobernantes. No en vano Iñaki Azkuna fue distinguido como «Mejor Alcalde del Mundo». Pero tengo para mí que no ha sido ajeno a ese prodigio otro gran personaje: la Ría. Siempre me han fascinado las ciudades que han nacido y crecido a la vera de un río. El río es el prototipo de lo que fluye – el «panta rei» de Heráclito – pero sin dejar nunca de ser siempre el mismo. Como siempre, fueron los poetas quienes mejor nos lo dijeron, ¿recuerdan?
«Río Duero, río Duero / nadie a acompañarte baja.
Quien pudiera como tú / a la vez quieto y en marcha / cantar siempre el mismo verso / pero con distinta agua».
Cantar siempre el mismo verso pero con distinta agua. Un bello lema para una ciudad. Pero también para la vida personal de cada uno de nosotros.
Muchas gracias
Descargar pdf, Información Oftalmológica «Mas de medio siglo y otra vez Bilbao»