Las manos son el instrumento del médico, como la lira lo es del músico o las tenazas lo son del herrero.
Galeno. Sobre el uso de las partes.
El hombre piensa porque tiene manos.
Anaxágoras
Supongo que no necesito advertirte, lector, que este libro que ahora tienes en tus manos constituye una joya difícilmente repetible. El orfebre que la ha creado es ciertamente un experto cirujano pero también es un artista. En las imágenes que ilustran estas páginas el cirujano es quien pone la audacia y la perfección técnica pero es al artista a quien debemos esa belleza que por todos lados asoma y nos sorprende. Las imágenes están ahí para ser vistas y admiradas pero ayudadas de un breve comentario también y sobre todo están para instruir. Para que aprendamos. Esta es la obra de un cirujano pero también es la de un docente, de un profesor. Pero a mí en este prólogo me gustaría resaltar precisamente aquello que en el libro no se ve. Lo que hay por detrás y por debajo de esas imágenes. Y lo que hay es una destreza y un esfuerzo durante largo tiempo mantenidos. Día tras día, años tras año, durante más de medio siglo, bajo la fría luz del microscopio las manos y la firme determinación de Joaquín Barraquer se han enfrentado con las más graves complejidades de la patología del segmento anterior del globo ocular. Moviéndose siempre como quería Goethe: “sin prisa pero sin pausa, como los astros”. Continuando y superando un modo de entender y ejercer la cirugía que es propio de su estirpe. Porque lo cierto es que hay un modo de operar “made in Barraquer”. Una cirugía muy reglamentada, muy segura, siempre idéntica a sí misma, poco amiga de la sangre, el azar, el susto o la improvisación. Y que me atrevería a designarla como “chirurgía more geométrica considerata” por su obsesión en acercarse a la limpieza y predictibilidad que son propias de la geometría. Una cirugía en la que el bisturí comparte sus funciones con las del tiralíneas.
La Cirugía. Resulta que a pesar del avance impresionante de fármacos y láseres, de dietas y cuidados todavía sigue siendo necesario que alguien se arremangue , se lave las manos, se meta en un quirófano y corte, extirpe, reponga y suture. Todavía sigue siendo cierto lo que hace treinta siglos Sófocles hizo decir en Áyax a uno de sus personajes: “no es de médico sabio pronunciar ensalmos ante dolencia que pide cuchillo”. Eso fuimos en nuestro origen y eso seguimos siendo los oftalmólogos: a la vez médicos y cirujanos. Si el oftalmoscopio nos emparentó con el talante y las costumbres de los internistas es la punta y el filo cortante del cuchillete lo que nos hace cirujanos. Lo que nos mete en el ámbito siempre dramático de los hombres de acción. De aquellos que asumen el riesgo pero también el placer de transformar la realidad con sus propias manos. Un ámbito en el que el éxito y el fracaso se juegan a una sola carta y en el que una vez iniciado el juego ya no se puede dudar o dar marcha atrás. Hands, Head, Heart. En esa triple hache ponen los anglosajones el fundamento de la personalidad de un cirujano. No hace falta ser muy avispado para saber que sin la habilidad de las manos, la lucidez de la mente y la firme determinación del corazón de Joaquín Barraquer este libro nunca hubiera sido posible.
Más de medio siglo de microcirugía ocular. Pero para mí también y sobre todo más de medio siglo de una sincera, continuada y siempre provechosa amistad. Sólo con nombrarla el revival se vuelve inevitable. Entorno los ojos, echo la vista atrás y rebusco en la memoria. Muntaner 314 y Laforja 88 aparecen como en papel sepia difuminados por el paso del tiempo. Pero están ahí inconmovibles como “lieux de memoire” decisivos en mi biografía personal. Me veo aprendiz en un quirófano, orador veinteañero en un pequeño auditorio neogótico, acogido y querido en un hogar. Un hogar donde tuve el placer y la fortuna de poder conocer y compartir mesa y manteles con personalidades como D. Ignacio Barraquer, Benedetto Strampelli, Hans Goldmann, Alfred Maumenee, Eduard Norton, Richard Troutman, Alberto Uvrets Zabalia o Enrique Malbran. Y siempre alrededor de la belleza y la amable sonrisa de Mariana Barraquer. Y ahora pongo ya el punto final. La nostalgia es una compañera peligrosa. Me pidieron un Prólogo y esto va camino de convertirse en un Epílogo. Un pecado cuando aún quedan muchas cosas por hacer. Entre otras la que ahora hago: dar las gracias a todos lo que han hecho posible una obra como esta que ahora, lector, tienes en tus manos.