Por la derecha y por la izquierda. Sin que nadie lo hubiese anticipado los nacionalismos populistas emergían inquietantes en más de media Europa. Pampinea preguntó que sucedía en Galicia en ese asunto. Los tertulianos eran todos gente cauta, poco amiga de meterse en líos. Se miraron de reojo unos a los otros y nadie abrió el pico hasta que lo hizo Agapito Muradano. Aquí, En Galicia, dijo Agapito, el nacionalismo militante puede ser según le cuadre, emergente o sumergente. Pero casi nunca es populista. Sus dogmas y principios se lo impiden. Visto desde fuera da la impresión de que el nacionalismo va por un lado y la Nación por otro. A veces se encuentran y se saludan pero nunca se abrazan ni se besan. Incluso alguna vez se insultan. La gente más lúcida de la Nación reconoce y agradece el esfuerzo de los nacionalistas por mantener la identidad del país, incluso en tiempos bien difíciles. Pero lo cierto es que no se “gustan”. A los militantes nacionalistas no les gusta la Nación tal como es. Y consideran que el traje de la autonomía no sólo le queda corto sino que la disfraza, la hace parecer menos de lo que debería ser. Tampoco entienden bien porque estando ellos ahí la Nación, al menos hasta ahora, se ha ido con otros. Y a la Nación no le gusta en los militantes ni la estrella de cinco puntas, ni las malas compañías, ni que siempre la anden regañando ni que prefieran la muerte a ponerse alguna vez una corbata. No entiende que siendo admiradores de Castelao tengan tan poco sentido del humor. Ni tampoco que aún no se hayan enterado que la democracia no vino a Galicia por una revolución o un pronunciamiento militar sino en una comilona: en el Banquete de Conxo. Después de tan larga parrafada Agapito respiró hondo, se puso en pie y en un gesto propio de quien revela un gran secreto declaró: “las más importantes contribuciones de Galicia en más de medio siglo mantienen una misteriosa relación con la letra zeta”. Los contertulios empezaban a pensar que Agapito desvariaba cuando este los atajó aclarando, esas dos contribuciones son: “el ZZ de Zeltia que en los años cuarenta despiojó a media España y la Z de Zara que ahora viste a medio mundo”. Y añadió: “Ese es mi nacionalismo”.
Un hombre ya mayor que era profesor de EGB en el municipio de Narón preguntó quién era aquel chiflado que decía tales cosas. Le aclararon que le llamaban Agapito por su padre pero que Muradano nada tenía que ver con la villa de Muros. Se debía a que Agapito era fan tan entusiasta de Miguel-Anxo Murado que andaba siempre por ahí citando sin cesar párrafos completos de “Otra Idea de Galicia” el gran libro de Miguel-Anxo. También le dijeron que no era propiamente un literato sino más bien hombre práctico y sensato. Nacido en Lugo de joven había trabajado en Sargadelos y ahora tenía una granja cerca de Mesia en la que criaba porco celta y fabricaba unos yogures ecológicos a los que añadía vitaminas y ácidos omega. Bajo la marca “Young forever” los yogures se vendían como roscas en Madrid en boutiques especialmente diseñadas para gente pija.
Con cierta sorna el profesor preguntó a Agapito: ¿Puede saberse el concepto que usted tiene sobre lo que es una Nación? Agapito que a través de Ramón Maíz había leído al abate Sieyès contestó: “la Nación es el conjunto del Pueblo reunido”. Y aún añadió: “La nación es un ente de derecho natural como el Estado lo es del derecho positivo”. Con la sorna ya medio convertida en mala uva el profesor insistió: ¿el Pueblo reunido en el Parlamento o en la Plaza de la Quintana? Agapito se acordó del porco celta y de sus yogures. No pensaba contestar pero al final con voz casi inaudible susurró: siempre he sido más amigo de los votos que de los gritos. Y a pesar de todos los pesares creo que lo seguiré siendo. A la Quintana voy algunas noches a escuchar silencios y campanas. Nunca fui a compartir entusiasmos, proclamas y consignas. Pero no me disgusta que haya gente que guste, necesite o crea convenientes esos desahogos. Creo que es buena cosa que pueda ser así.
Se hizo una pausa. Lo de “Young forever” tenía a Pampinea encandilada y aprovechó la ocasión para pedir a Agapito que le enviase sin tardanza un cargamento de yogures. En eso andaba cuando recordó que tenía una cita en el gimnasio y allá se fué sin apenas despedirse. Agapito disculpó el desplante pensando que ante la ilusión de seguir siendo siempre joven bien valía la pena dejar para otro día la ilusión de llegar a ser una Nación. Por su cabeza volvió a rondar el tema del nacionalismo. Y cuando ya se iba, se sorprendió a si mismo al verse recitando las palabras del clásico: “fuerte es la verdad, valiente la razón, poderosa la justicia pero sin el buen modo todo se desluce así como con él todo se adelanta”. Y pensó: tanto enfrentamiento, tanta diatriba ¿No será en gran parte una cuestión de “modales”?