Cumpliendo lo prometido vuelve a este Zaguán el tema de la antigua, temida y denostada Revalida del Bachillerato. En la última entrega aparecía un catedrático Júpiter tronante examinando a un alumno atenazado por su propia ineptitud. En honor de la verdad he de advertir al lector que no era ese el clima habitual: el miedo lo poníamos nosotros no los profesores.
Aprobado el examen oral, a los dos o tres días, venia el escrito. Cuatro problemas matemáticos, una traducción del latín con diccionario y una redacción. Un examen propio de los tiempos medievales del Trívium y Cuadrivium pensarán algunos y quizás tengan razón. Pero en mi opinión bastante superior a esas pruebas tan en boga hoy consistentes en ir poniendo crucecitas en un cuestionario de opciones múltiples. Después de todo la bipedestación y la palabra articulada es lo que más caracteriza al ser humano y en la Revalida había que hablar mucho y bastante que escribir.
La prueba final era una Redacción. Tuve la suerte de que me tocase realizarla en un escenario deslumbrante: la Biblioteca General de la Universidad. Nunca había visto yo tantos y tan bellos libros juntos. Y ya acomodados en unos pupitres dignos de un scriptorium de Monte Cassino una sorpresa: el examen iba a ser vigilado por una profesora. Tan joven como gentil. Sorpresa digo y bien grande porque en el colegio las únicas faldas que habíamos visto eran las faldas negras de las sotanas de los Hermanos Maristas. (Años más tarde supe que esa profesora había sido Mercedes Alsina Gómez-Ulla durante mucho tiempo cuidadora de esa fantástica ciudad de libros como bibliotecaria de la Universidad).
En medio de un silencio anhelante la profesora lee en voz alta los nombres de los tres temas propuestos para la Redacción. Ahora sólo puedo acordarme de dos: el Ciclo del Nitrógeno y Menéndez Pelayo. Había que elegir uno y no lo dudé. Agarré la pluma estilográfica – el bolígrafo aun tardaría años en llegar – y me puse a hilvanar algunos de los tópicos que por entonces circulaban sobre Don Marcelino. En aquel momento Menéndez Pelayo era el bastión ideológico de los intelectuales orgánicos no falangistas del régimen imperante. Lo era sobre todo por su defensa de la fe católica como fundamento de la unidad y la grandeza de España. Pero no se recordaba la firme oposición que como el concienzudo antiliberal que siempre fue mantuvo contra el centralismo tanto cultural como político. Ni tampoco su admiración por Cataluña ni por Milá i Fontanals el erudito catalán que le abrió las puertas de la ciencia literaria, de la estética y de la historia. Admiración que le llevó a situarse muy próximo a la idea de la España “una y trina” (Castilla, Cataluña y Portugal) de la que después hablaría Unamuno. No resulta fácil hacer compatible al Menéndez Pelayo que nos enseñaban con el que escribió:
Caído el comercio cayó la industria, no había brazos porque lo esencial entonces no era tejer lienzo sino matar herejes”. O con lo que dijo de sí mismo: “no sólo soy montañes sino también santanderino y callealtero”.
Por si alguien dudase de lo que llegó a significar D. Marcelino, voy a contarles un sucedido tan cierto como significativo. Hubo en A Coruña un delegado del Ministerio de Información y Turismo que cuando bautizó a uno de sus hijos le puso como nombre nada menos que Francisco Marcelino Mauro. Al Delegado sus amigos le llamaban Paco pero el mismo explicaba que su hijo se llamaba Francisco por Franco, Marcelino por Menéndez Pelayo y Mauro por D. Mauro, por aquel tiempo famoso Abad de Samos. ¡No se puede pedir más! El Trono, el Altar y la Inteligentzia unidos en un único onomástico.
Volvemos al aula. Yo llevaba escribiendo más de una hora y había que terminar. Cesar González Ruano dijo una vez a Umbral: esto de escribir artículos, querido Paco, es como hacer morcillas. Hay que cuidar y apretar bien el principio y el final. Pero por la mitad puede uno meter cualquier cosa. Yo había iniciado el ejercicio citando a Ramiro de Maeztu y necesitaba encontrar un buen final. Estrujé la memoria cuanto pude y fueron apareciendo las palabras del famoso y desafiante párrafo de la Historia de los Heterodoxos:
España, evangelizadora de medio orbe. España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma. Cuna de San Ignacio. Esa es nuestra grandeza: no tenemos otra”.
Al poner punto final tuve la certeza de haber aprobado la Reválida. Casi la misma certeza de que de haberlo escrito hoy me hubiesen suspendido. En España el pasado se ha vuelto tan difícil de predecir como siempre lo fue el futuro.
El ritual de la Revalida era importante porque escenificaba un decisivo rito de pasaje. A los diez años el ingreso en el Bachillerato había significado cambiar el vientre de la madre, el hogar materno, por el vientre de la tribu: el colegio y la pandilla. Sin apenas percibirlo pasar la Revalida significaba pasar el Rubicón que separaba el vivir en dependencia del vivir en libertad. La libertad que nos esperaba en la Terra Incógnita de la Universidad. Porque en aquel tiempo para la mayoría de nosotros ir a la universidad significaba cambiar de casa y de ciudad. Sin que quizás nadie se lo hubiese propuesto se seguía el sabio consejo de Paul Theroux: si quieres llegar a ser algo lee muchos libros y … lárgate de casa.
Entre ambos ritos de pasaje se había producido una importante novedad: la aparición del yo. Ese momento en el que al adolescente le cambia la voz, le aflora el bigote, le salen granos por la cara, se le alargan las piernas y los brazos, y goza y sufre el primer amor. Cuando se pasa horas y horas haciendo muecas ante el espejo intentando reconocer la persona que ya está empezando a ser. Si como dijo Rilke la infancia es la patria del hombre, el bachillerato es su carnet de identidad.
¿Fué nuestro bachillerato mejor o peor que el actual? He de confesar que no lo sé ni entiendo mucho de evaluaciones. Lo que si sé es que munca tuve un profesor que al recreo le llamase “espacio de ocio” ni que creyese que el Duero pasaba por Madrid. Pero el lector interesado en esa extraña connivencia de la pedantería con la ignorancia deberá esperar a un próximo Zaguán.
Fuente:
Artículo publicado en la Voz de Galicia el día 30 de Marzo de 2013. Sección el Zaguán del Sábado. Firma: Doktor Pseudonimus