Ese kamikaze que se oculta – o se manifiesta- bajo el nombre de José Ignacio Wert lleva algún tiempo soliviantando los ánimos del siempre sensible gremio constituido por docentes y discentes. En lo que se refiere al largo periodo de lo que en otro tiempo con buen nombre se llamó el Bachillerato – bachelier al principio y en francés quería decir “joven que aspira a ser caballero” – el principal agravio parece consistir en el intento del ministro de introducir en el sistema algún tipo de evaluación externa. Quiere eso decir que alguien ajeno a los enseñantes y enseñados implicados en el proceso pueda valorar el nivel de la enseñanza impartida y recibida. Y ante el mero anuncio de tal propósito ya se han alzado voces que denuncian el intento afirmando que significa un regreso a lo que en otro tiempo fue el Examen de Estado. La antigua, temida y denostada Revalida.
La Revalida, tan lejana ya en el tiempo que ahora con sólo nombrarla por la memoria emergen recuerdos y sensaciones que creía se habían ido para siempre. Terminado el séptimo curso para ser bachiller había que ir a examinarse a Santiago, a la Universidad. En mi caso eso ocurrió en el mes de julio del año cuarenta y seis. Recuerdo que los alumnos de los Hermanos Maristas hicimos el viaje en grupo en un tren que tardó más de dos horas. Para algunos aquella era la primera vez que salían y dormían fuera de su ciudad. Algunos, muy pocos, iban acompañados de sus padres o de algún familiar. Recuerdo también que ese acompañamiento era visto por los demás como una injerencia. Como algo propio de niños pijos. Hoy pienso que los que así pensábamos teníamos razón.
El primer acto de la Revalida consistía en un examen oral. Sobre una tarima y tras una gran mesa cinco profesores de la Universidad te preguntaban sobre cualquier cosa que considerasen conveniente sin atenerse a un temario previo. Todos los que nos presentábamos al examen oral – al menos todos lo que procedíamos de colegios de A Coruña – compartíamos dos cosas. Una era el temor a que en nuestro tribunal figurase don Mariano Zurimendi. La otra era una recomendación de Don Andrés Fernández que todos llevábamos – o creíamos llevar – para que el Tribunal nos tratase con especial benevolencia.
D. Mariano era un Catedrático de Física renombrado tanto por su gran categoría científica como por su carácter particularmente irascible. D. Andrés era un funcionario que llevaba muchos años desempeñando la Secretaria General de la Universidad. Su hermano D. Rafael era un acreditado médico analista en A Coruña y padre de los Fernández Obanza prole tan numerosa como dotada de un sentido del humor absolutamente sui generis.
Hay una historieta que relaciona a D. Mariano y a D. Andrés y que no resisto la tentación de contársela. En la asignatura de Física había una parte que se refería a las maquinas simples que sirven para aumentar la fuerza. El capítulo se titulaba: la palanca, la polea y la cuña. En él se describían los tres artilugios. Había unos dibujos con unas flechas que indicaban la distribución de las fuerzas e incluso unas ecuaciones que relacionaba la potencia y la resistencia en los tres casos.
Pues bien. En un examen de Revalida D. Mariano elige ese tema y pregunta al alumno por la polea. El alumno dice unas palabras, titubea y pronto se queda callado. El Catedrático pone mala cara y pasa al tema siguiente: la balanza. La escena se repite. El cabreo va aumentando y Don Mariano malhumorado pregunta finalmente: al menos diga algo sobre la cuña. El alumno que no entiende la pregunta murmura extrañado: ¿la cuña? D. Andrés Fernández. D. Mariano ya no se contiene y grita iracundo: ¡la cuña en Física, coño! El alumno ya completamente desconcertado responde: ¡en Física y en todas! Lo que ocurrió a continuación se lo pueden ustedes imaginar y yo no se lo voy a contar.
Tanto por su contenido simbólico como por sus consecuencias prácticas la Revalida era muy probablemente el primer asunto importante que acontecía en nuestras vidas. Pasar la Revalida representaba para nosotros algo parecido a lo que debió representar para Cesar pasar el Rubicón. Al lector que quisiere saber porqué eso era así sólo le diré que espere un poco y lea los próximos Zaguanes. Ahora he de hacer mutis antes de que el señor Director me aplique las tijeras. Pero por si le vale ahí le va una pista. El ritual exigía que al llegar a ser bachiller la familia te regalase un reloj. Muchas veces el primer reloj.
¿Significaría esa costumbre el reconocimiento de que por primera vez uno iba a ser ya dueño de su propio tiempo?.
Fuente:
Artículo publicado en la Voz de Galicia el día 23 de Marzo de 2013. Sección el Zaguán del Sábado. Firma: Doktor Pseudonimus
Por los mismos años me tocó también la reválida. El escrito, y en eso difiero, era antes del oral y además eliminatorio. Lo que a nosotros que veníamos de los jesuitas de Vigo, nos permitía un intervalo de hasta de una o dos semanas en su residencia de La Guardia. Allí eramos informados todas las noches de las preguntas que ese día se habían hecho en Santiago, recogidas y transmitidas telefónicamente por espías previamente aleccionados.
En el examen oral, una de las integrantes era precisamente Mercedes Alsina, que citas en otro artículo tuyo. Para mí un alivio, pues era el único miembro del tribunal que conocía de antes (amiga de mis hermanas), recuerdo que me preguntó sobre Alfonso X. Un saludo a la distancia Jesús
Estimado Doktor pseudonimus:
Acabo de leer su Zaguán del sábado día 6 de abril.
Yo también estudié en los HH.MM. ,pero de la calle Betanzos. El motivo del escrito es por su recuerdo de Francisco, Marcelino, Mauro. Sierra creo que era el apellido. Estudié con él varios cursos de Primaria y Bachillerato, en los años sesenta. Creo que fue en primero de bachiller la anécdota que voy a contarle. Ese día el Hermano me había dejado al cuidado de la clase mientras se ausentaba un rato. Si alguien se porta mal apunta el nombre en el encerado, me dijo. Aunque normalmente o nunca apuntaba a nadie, ese día avisé varias veces a Marcelino que como no parara de hacer tonterías, le iba a apuntar. Repito que nunca lo hice pero ese día apunté el nombre de Marcelino. No se sí el Hermano lo castigó o no. Lo cierto es que después de clase me amenazó diciéndome que a la salida me esperaba. Efectivamente a la salida, en la entrada por Teresa Herrera al colegio, allí estaba él y algunos más esperándome. En cuanto me vió me dijo: ¿Y ahora qué?. Tiré la cartera de cuero que llevaba en las manos ( aún recuerdo su olor) me dirigí hacia Marcelino y le pegué un puñetazo en el labio. Empezó a sangrar y ahí se acabó todo. Al día siguiente al volver a clase los compañeros empezaron a gritar !Cassuis Clay¡, aún no era Mohamed Alí. Después le perdí la pista ya que abandonó el colegio supongo que por traslado de su padre a otros quehaceres en otra ciudad. Yo no sabía quién era su padre, me enteré muchos años después y no sabía que era un mandamás del Régimen. Lo cierto es que nadie me llamó ni me dijo nada. Ya no llegué a cursar Preuniversitario y la famosa reválida, la hice en sexto, fui de la primera promoción que cursó COU.
Leo todos los sábados, con gran fruición, El Zaguán y ahora por más motivo.
Atentamente,
Leopoldo García
Estimado Leopoldo:
Ahí te va ni doble agradecimiento. El que te debo por ser lector del Zaguán y el que deriva de hacerme revivir los tiempos del Colegio de los Maristas. Yo empecé el bachillerato en el chalet que había donde después estuvo el edificio de Fenosa. Creo que fue en cuarto curso cuando nos trasladamos al edificio de la calle de Betanzos pero nunca entré por Rosalia de Castro pues al principio sólo se recuperó la mitad del edificio: incluso el patio estaba dividido por una pared tan difícil de saltar como el muro de Berlín. No recuerdo al hermano Marcelino. De mis tiempos recuerdo sobre todo a D. Jesús Des que era el Director, al hermano Nemesio y de un modo más difuso al hermano Angel, quien nos dio literatura. Pero sobre todos recuerdo a D. José Domínguez a quien llamábamos Pepote y que tanto en el colegio como en las clases particulares a las que tuve la fortuna de asistir fue un profesor extraoridinario. Lo que opino sobre la experiencia del colegio se resume en esto que contesté en una entrevista.
¿Dónde estudió el bachillerato?
El bachillerato (1940 – 1946) lo cursé en el colegio de los Hermanos Maristas, de La Coruña. Desde la perspectiva actual lo veo como un colegio sin grandes pretensiones que cumplía su función de modo amable y bastante eficaz. En aquellos tiempos la clase alta de La Coruña enviaba sus cachorros en régimen de internado a los jesuitas de Vigo. El ambiente era agradable – no había castigos ni expulsiones – y el nivel de la docencia más que aceptable. Aunque era un colegio religioso y mi época coincidió con lo que dio en llamarse nacional catolicismo, la religión nunca fue utilizada compulsivamente. Ni hacíamos ejercicios espirituales ni la culpa y la condenación eterna fueron temas a los que los maristas dedicasen especial atención.
En mi generación el bachillerato funcionaba porque al final había que superar una evaluación externa: el Examen de Estado. La famosa Revalida en la que te examinaban catedráticos de la Universidad de Santiago.
Un cordial saludo
Manolo
Buenísimo!.
Antes del llegar al final, y leer lo de sansalorio, estaba seguro que el Doktor Pseudonimus eras tu.
Abrazos
Manolo Rivadulla