Es la letra de una canción cantada allá por el siglo XV tanto por juglares como por gente del común. Encuentro el texto en “El trabajo gustoso” un libro poco conocido de Juan Ramón Jiménez. Dice así:
Malherida iba la garza enamorada, sola va y gritos daba Donde la garza hace su nido, ribericas de aquel rio, sola va y gritos daba.
No parece fácil conseguir tanta intensidad con tan pocas palabras. El grito de esa garza-mujer es la expresión supercondensada de una profunda hendidura existencial. Porque en el fondo de todo amor autentico late siempre una idéntica pulsión: la que empuja a dos seres a convertirse en uno solo. A ser un ser-uno. Y además a serlo para siempre pues todos los amores verdaderos se viven como eternos… mientras duran.
Ahora aquí algo se ha roto. La pulsión continúa pues la garza sigue enamorada pero la fusión ya no es posible. Ya no podría decir de sí misma lo que dice la enamorada en una antigua canción alemana:
No me digas adiós cuando me voy Ni me digas bienvenida cuando vengo Pues no vengo nunca cuando vengo Ni me marcho nunca si me voy.
Alguien le ha dicho adiós y además ya para siempre. Esa es la herida. La malherida. Por eso grita. Pero su grito no es el de Edward Munch. La canción es bien triste pero no es una canción desesperada. La garza tiene al menos un nido donde recogerse y un río donde beber. Y donde mirarse. El espejo donde complacerse en su propia belleza y elegancia. Pero lo cierto es que esta sola. Irremediablemente sola. Como único consuelo posible desde muy lejos le llega un verso de Cernuda: ¿Cómo llenarte soledad sino es contigo misma?
Y ahora, por favor, pónganse cómodos. Cuiden la mise en scene. Una ventana que da al mar, un rincón en el que arden unos leños, la cercanía y la mirada del can con quien más gusten de hablar y a quien más le guste que le pasen la palma de la mano por la espalda. Cierren los ojos y a media voz vayan recitándose una y otra vez esas pocas palabras. Si se atreviesen a inventarles una música no duden en hacerlo. Cierren los ojos y… mantengan reabiertas las heridas.
Eso es importante. Porque va a ser de ahí, del fondo de la herida aún abierta de donde las palabras del poema irán haciendo salir antiguos amores/desamores, aventuras y desaventuras, tristezas y alegrías. Otra vez estarán vivos – recordar es volver a vivir – pero serán distintos. La distancia en el tiempo les pondrá un toque de nostalgia y la elegancia de la garza y de las palabras del poema derramará por el recuerdo un aura de belleza. Y de ternura. Y esa suave emoción hará que nos veamos a nosotros mismos como algo más sabios, más contentos quizás también algo mejores.
Eso es todo. No hace falta sufrir palpitaciones ni que se nos ponga la carne de gallina. Con los años las catecolaminas han aprendido a comportarse y las tempestades se han ido ya para siempre. Basta con percibir que no todo se ha desvanecido. Con comprobar que la savia que nutrió lo que en otro tiempo fuimos sigue nutriendo lo que toda vía somos. Y al final, quizás podremos ver como, al conjuro de nuestra propia voz, la canción levanta el vuelo y lo prosigue con la misma elegancia con que la garza vuela. Esa garza tan frágil y tan gentil, tan Greta y tan poco Marilin y ya tan nuestra que acepta quedarse a vivir para siempre en el nido caliente que la memoria le ha ido preparando.
Y ahora pasado ya el trance de la emoción poética ahí les va la pregunta impertinente. ¿Por qué será que desde Salomón – ahí está el Cantar de los Cantares – y desde San Juan de la Cruz – ahí está el Cántico Espiritual – hasta Picasso, Alberti o el Rocío – ahí está la Blanca Paloma – habrá sido imaginada la paloma como símbolo de la Belleza y de la Paz? ¿Cómo se explica la enamorada admiración de un poeta tan hondo como José Ángel Valente ante los términos que el Cantico dedica a la Paloma: “el vuelo alto y ligero, el amor en que arde, la simplicidad con que va”? ¿Por qué la paloma siempre torpe, rechoncha, entrometida, glotona e infinitamente cagona y no la garza siempre elegante y huidiza?
No hay respuesta. Desde siempre se ha dicho que los misterios de la poesía son insondables.
N.B. Al lector que habiendo cumplido todo el protocolo no haya sentido nada de lo que le he ido diciendo quiero pedirle, por favor, que no se disguste ni acompleje. Las últimas encuestas afirman que entre la Ley General de Educación, los reality-show de la televisión y algunos profesores que creen que la Literatura es una Ciencia ya han conseguido inmunizar al 90% de la población adulta contra el virus de la emoción poética. Un éxito algo inferior al conseguido con la vacuna contra la rabia pero suficiente para estar contentos. Así que tranquilo. Las estadísticas nunca fallan y muestran claramente que los anormales son los otros. Los del 10%. Nadie sabe lo que hacer con ellos pero me dicen que por los pasillos de algunos ministerios empieza a oírse el grito legendario que nos hizo famosos en el mundo entero: ¡A por ellos, olé! ¡A por ellos, olé! ¿Se acuerdan ustedes? Caras tiznadas, banderolas rojas, el bombo de Manolo. País…
Fuente:
Artículo publicado en la Voz de Galicia el día 26 de Enero de 2013. Sección el Zaguán del Sábado. Firma: Doktor Pseudonimus.