Doktor Pseudonimus
“El pulmón necesita aire,
el corazón sangre,
la boca saliva
y el cerebro cambio”
(Jorge Wagensberg)
Son las once de la mañana de un día cualquiera de la era del confinamiento general y digo cualquiera porque los días se habían vuelto extrañamente similares los unos a los otros. El sol alancea sin ganas el vientre de unas nubes que caminan lentamente hacia el sur. Hace media hora se oyó cantar al cuco en la zona más alta de La Zapateira. También desde hace media hora el caniche que me acompaña no oculta su nerviosismo. Me mira anhelante, mueve el rabo sin parar y de vez en cuando larga algún gruñido. Sabe que es la hora del paseo. Y quizás intuya que sin su presencia el paseo no sería posible o sería un acto punible. Porque resulta que eran las necesidades del can y no las mías las que nos permitían transitar caminos solo habitados por algún conejo despistado y por bandadas de cuervos en busca de miñocas. Pero en el cruce de caminos tengo una cita con un amigo casi tan mayor y tan letraherido como yo. Sonriendo me entrega la fotocopia de un artículo. Se titula “Cuando lo nuevo se hace viejo” y su autor es Fernando Vallespín. Una garantía de inteligencia y perspicacia.
Y ahora, ya de vuelta, estoy en casa. La tarde está muriendo y las nubes ya están quietas. Y sentado ante los folios me dispongo a contarles dos cosas diferentes. Por un lado algo sobre lo que he leído. Por otro lo que andan rumiando mis neuronas. Lo que afirma Vallespín es algo tan sorprendente como cierto. Los actuales líderes políticos nacionales españoles están envejeciendo a una velocidad vertiginosa. En el caso de Pedro y de Pablo es evidente y uno podría preguntarse: ¿por qué no sucedió eso con Santiago Carrillo, Manuel Fraga, Felipe González, Alfonso Guerra? o ¿por qué no sucede ahora con Alberto Núñez o Íñigo Urkullu? La explicación podría radicar en una especie de trampa. La obsesiva manía de esos líderes nacionales por la omnipresencia en los medios de comunicación. Las noticias son heraldos de la novedad. Pero, por definición, son efímeras. Y cuando se desvanecen solo queda el personaje. De donde viene y lo que lleva dentro. Su biografía. Y todo parece indicar que ni la Venezuela de Maduro ni la Mercadotecnia de un partido da mucho más de si. Por eso, son “jóvenes” pero “suenan” a viejos. Y ahora surge una pregunta: ¿por qué una veterana como Ángela Merkel puede seguir apareciendo tan pimpante y actual? La respuesta queda para otro día. Pero por si les valiese de algo ahí les va un brevísimo adelanto. Hija de un pastor protestante. Estudia ciencias en la Universidad de Leipzig. Doctorada con una tesis sobre física cuántica. Pronto se hace notar en la política de la CDU. Una democracia cristiana dominada por católicos y varones. También discípula predilecta del canciller Helmut Kohl. Quien solía nombrarla como Mein Mädchen, mi chica. Otra vez la biografía: menos cuidar la imagen y más llevar cosas por dentro. Y ya para terminar solo dos cosas: una cita y un recuerdo. A mi vera tengo Aquí y ahora, un libro de François Mitterrand prologado por Felipe González. Y el autor concluye: “Estar de acuerdo con uno mismo. Es la mejor receta que conozco”. El recuerdo es para Charles de Gaulle. Volvió al poder a los setenta años y no lo dejó hasta once años después. De Gaulle y Mitterrand. Ambos dejaron el poder siendo ya viejos. Pero ambos tuvieron siempre algo nuevo que hacer y que decir. Algo que Francia siempre exigió a sus gobernantes.
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Descargar pdf, La Voz de Galicia «Sobre envejecimientos»