El sueño de una noche de verano: Sobre reliquias, anorexias, lenguas y príncipes que nunca fueron.

Por Procopio

El Corriere della Sera había anunciado que aquel iba a ser “il giorno piu caldo dell anno” y la predicción se estaba cumpliendo con asfixiante exactitud. Corvus llevaba ya casi dos horas sobrevolando el paisaje más y más bellamente pintado en toda la historia de la pintura – las colinas, olivos, cipreses y viñedos de la Toscana – y empezaba a sentirse sofocado. Al divisar a lo lejos el perfil del Ponte Vecchio pensó en darse un chapuzón en las aguas del Arno pero al acercarse el hedor que llegaba desde el río le hizo cambiar de opinión. Giró a la izquierda y enfilóla Vía Tuornaboni. Despuéstorció a la derecha y al cruzar la Signoria dedicó un recuerdo y una respetuosa reverencia al viejo Cósimo I fundador de toda aquella apoteosis de grandeza y de belleza. Y sin pensarlo más se fue directamente a la piazza dela Santa Croce.

Era mediodíay el sol imponía implacable su ley. Al entrar enla Basílica la penumbra que inundaba la inmensidad de sus naves casi le cegó. El cuervo cerró los ojos y permaneció quieto unos instantes. Al reabrirlos se encontró junto a una gran pila de agua bendita. Por tres veces se sumergió en aquellas aguas bendecidas para el perdón de los pecados y que en Corvus produjeron el efecto exultante de una ducha. Levantó la cabeza, respiró hondo, se sacudió el plumaje y tatareando la canción que los republicanos florentinos cantaban cuando llevaron a la horca a Girolano Savonarola a través de las naves desiertas se dirigió a donde solía: al mausoleo donde descansan los restos de aquel a quien el cuervo tenia por maestro y amigo: Nicoló Macchiavelli.

Cada cinco años repetía el cuervo con alegre devoción esa visita. Y lo hacía como quien intenta pagar una deuda. Aquella que se contrae con quienes nos han permitido entender cosas que sólo ellos por primera vez fueron capaces de entender. El cuervo reconocía que en sí mismo se había producido lo que con contenido orgullo Maquiavelo le dice a Lorenzo el Magnífico en la dedicatoria del Príncipe: “os será fácil comprender en pocas horas lo que a mí no me ha sido dado comprender sino al cabo de muchos años con suma fatiga y muchísimos peligros. Conocimiento que sólo he adquirido gracias a las horribles vicisitudes de nuestra época y a la lectura continúa de las historias antiguas. De los mayores y mejores gobernantes que han existido”.

Pero Corvus no admiraba tan sólo en Maquiavelo la inteligencia y el coraje de quien fué capaz de secularizar el arte de gobernar liberándolo de los criterios medievales y adelantando los fundamentos de lo que más tarde sería el Estado moderno. Lo que realmente emocionaba al Cuervo era el Maquiavelo final, pobre y derrotado. El que se queja de que ya nadie le encargue “ni echar a rodar una piedra”.El que tiene que ganarse la vida trabajando con sus propias manos una pequeña leira pero que cuando cae la noche y vuelve a casa tal como cuenta en la carta a Francesco Vettoni enciende unas velas, se viste con los trajes curiales que aún conserva y se pone a leer a Tucídides, a Ciceron, a Tito Livio. Entonces, hay que oírlo textualmente, “entro en la corte de los libros antiguos y trato con ellos. Durante cuatro horas no siento tedio alguno, olvido todo afán, no temo a la pobreza, no me asusta la muerte; me transformo todo en ellos”.

¡Me transformo todo en ellos! Corvus pensó que nunca nadie había expresado con tan emocionante precisión la capacidad conformadora de los grandes libros y de los grandes personajes. Y pensó también que allí se encerraba una de las claves de la genealogía de la grandeza.

Un león con mañas de raposo

En estas cavilaciones andaba cuando pasaron cerca de donde estaban unos españoles. El cuervo se acercó sin ser visto, azuzó el oído y pronto advirtió que todos ellos eran gallegos de nación y por lo que ahora se verá compostelanos de devoción. Porque quien parecía el jefe de la expedición y al que todos llamaban respetuosamente Profesor Lesquereux explicó al Cuervo que estaban allí de paso hacia Pistoia en cuya Catedral pensaban contemplar y venerar una de las reliquias más importantes del Santo Apóstol Santiago. Ante la extrañeza del Cuervo el Profesor le contó la historia que hacia más de treinta años había oído contar personalmente a Victoria Armesto y que era lo que ahora realmente motivaba aquel viaje.

Resulta que en los comienzos del siglo XII Don Diego Gelmírez se adelantó una vez más a su tiempo y decidió montar en Compostela una Escuela en la que se enseñasen las siete artes liberales propias de Trivium y del Cuadrivium. Tanto las relacionadas con la elocuencia  (gramática, retórica y elocuencia) como las que lo estaban con las matemáticas (aritmética, geometría, música y astronomía).La Escuelaestaba situada entre su propio palacio y la catedral con la que se comunicaba a través de la que durante mucho tiempo se denominó Puerta de los Gramáticos.

Contrariamente a lo que ahora suele ocurrir Gelmírez era bien consciente de que nadie puede enseñar lo que no sabe, incluso tampoco lo que no ama, por lo que trajo a su sede a sabios de toda Europa. Así fué como en el año 1124 llegó a Compostela Rainiero de Pistoia. Pistoia era y, claro está, sigue siendo, una ciudad muy próxima a Florencia y en la que en aquel tiempo era obispo San Atton. Ante la deserción de Rainiero el obispo montó en cólera y envió a Santiago dos emisarios para que intentasen conseguir que el sabio regresase a su ciudad. Ante esa situación Gelmírez no se quedó quieto. Por un lado, dobló la paga a Rainiero y por otro escribió al Obispo prometiéndole el envío de una reliquia de valor incalculable: nada menos que la apófisis mastoides derecha del cráneo del Apóstol. El regalo calmó al Obispo y cuando allá por el año 1145 la reliquia llegó a Pistoia fué recibida con gran solemnidad por San Atton, por el clero y por todo el pueblo. Agradecida por la cordialidad del recibimiento la reliquia se dignó realizar múltiples milagros entre gente de muy diversa condición convenciendo así incluso a los más escépticos de la autenticidad de su procedencia.

Intrigado por la historia que acaba de oír el Cuervo se unió a aquellos extraños peregrinos y horas más tarde al llegar a Pistoia pudo comprobar los efectos producidos por aquella pequeña reliquia. La ciudad tiene por patrono a San Jacopo y en la Catedral existe una Capella consagrada al Apóstol en la que se encuentra una de las más impresionantes obras de orfebrería realizadas entre el medioevo y el renacimiento: il altare d´argento en el que entre otros puso sus manos Brunelleschi. Y pudo ver también como la famosa apófisis mastoides se exhibe encerrada en un relicario de oro que esta guardado bajo siete llaves en el Museo Capitulare instalado en el Antico Palazzo dei Vescovi. La veneración de la reliquia consiguió además otra cosa. Pistoia que antes del siglo X formaba parte dela VíaFrancígenaque unía Roma con Canterbury pasó desde entonces a hacerlo del Camino de Santiago.

Esta historia podría dejarse así como testimonio de las habilidades diplomáticas de Gelmírez y del valor de las reliquias de los santos durantela   EdadMediapero la verdad es que vale la pena verla reaparecer siete siglos más tarde de modo absolutamente fantástico.

En 1589 cuando cunde el temor de que Francis Drake arrase A Coruña y Santiago de Compostela el Arzobispo San Clemente preservó los restos del Apóstol ocultándolos en un lugar desconocido y así van a permanecer casi trescientos años hasta 1879 cuando en excavaciones practicadas enla Catedralaparece en un sepulcro rústico un amasijo de huesos.

Pues bien, resulta que después de muchas y muy rigurosas indagaciones la comisión constituida al efecto y formada por el Rector D. Antonio Casares y por los catedráticos de medicina D. Francisco Freire Barreiro y D. Timoteo Sánchez Freire dictaminó que la prueba más concluyente de que uno de los cráneos pertenecía al Apóstol Santiago era precisamente ¡que le faltaba la apófisis mastoides derecha!. Desde ese mismo día los peregrinos ya no rezan en Compostela ante una cripta vacía.

Corvus no pudo evitar volver a pensar en la acción conformadora de los grandes personajes. Y de los grandes libros: sin la Compostelana y sin el Codex Calixtinus Gelmírez no sería para nosotros lo que es. Lo que pensó sobre los catedráticos de universidad es mejor dejarlo para otra ocasión.

Cadáveres, muertos y difuntos

Uno de los compañeros de viaje comentó que en el Museo del Prado se había inaugurado una exposición con las obras más importantes de Francis Bacon. Al oírlo al Cuervo le dio un vuelco el corazón. No quería morirse sin antes ver de cerca la representación más cruel del ser humano que jamás nadie haya concebido. Sin apenas despedirse voló directo a Madrid.

Y ahora ya estaba allí, en el Prado, contemplando sobrecogido las obsesivas deformaciones del retrato de Inocencio X de Velazquez o de la Crucifixión de Cimabue. Los cuerpos truncados, las bocas abiertas, las figuras sin tronco o sin cabeza que revelaban como nadie antes lo había revelado la vulnerabilidad de la carne y la animalidad intrínseca del ser humano. Viviendo la angustiosa sensación de que podríamos se comidos o vendidos en canal en cualquier carnicería. Aquella portentosa revelación sobre la futilidad y la animalidad de la vida impactó con tal fuerza al Cuervo que sucedió lo inesperado: somatizó la catarsis.

A partir de ese momento ya no pudo ver, oler o pensar en cualquier cosa relacionada con la carne sin que le acometiese una irresistible repugnancia. Vomitaba por la calle cuando menos lo esperaba y por la noche, al apagar la luz, la obscuridad se le poblaba de cadáveres que se retorcían entre ayes y gritos de dolor.

El Cuervo consultó a médicos y psiquiatras, siguió estrambóticos regimenes alimenticios y se atiborró de ansiolíticos pero cada día se sentía peor.

Hasta que alguien le aclaró que lo que padecía era un síndrome AVC y que sólo podía curarlo un médico nacido en Tuy y que ejercía en A Coruña. Al cuervo le extrañó que alguien de Madrid le recomendase tratarse en A Coruña pero en España estaban cambiando muchas cosas y quizás aquella fuese una de ellas.

Voló a Coruña donde el médico lo recibió como a un amigo. Y lo llevó junto a la recién premiada Torre de Hércules – o de Breogan como con buen tino dice Ferrín que deberíamos llamarla – donde le dijo que quería contarle una historia. Al Cuervo le extrañó sobremanera que en tiempos en los que los médicos apenas hablan con los pacientes hubiese uno que le quisiera contar una historia pero Ángel Vázquez de la Cruz que ese era el médico cuyas iniciales daban nombre al síndrome ya le había advertido previamente que él “era de letras”.

El médico contó al Cuervo que muchos años antes, al iniciar la carrera de medicina, le había ocurrido algo muy parecido a lo que ahora a él le estaba sucediendo. Al ver, oler y tocar los cadáveres troceados que conservados en formol colocaban sobre el mármol de las mesas de disección había interiorizado la misma irresistible repugnancia. También él no podía ver ni probar la carne en las comidas y fuese a donde fuese por todos lados se veía acometido por aquellas piernas, brazos y cabezas. También en su caso habían fracasado todos los remedios hasta que Doña Eduvigis la patrona de la pensión donde vivía lo llamó y lo hizo sentar junto a la mesa camilla en la que por las tardes calcetaba, rezaba las novenas y echaba las cartas del Tarot. Con afecto maternal le dijo: o que che pasa meu filliño e que confundes os cadáveres cos mortos e cos difuntos.

Ante el gesto sorprendido del aprendiz de médico la patrona le aclaró: cadáveres son eso que andáis cortando en anatomía, muertos son los que van en los entierros y salen en las esquelas y difuntos… la patrona dudó unos instantes hasta que dijo: los difuntos son las benditas ánimas del Purgatorio. Y para reforzar gráficamente aquella insólita definición la patrona se levantó y volvió con un cuadro en el que la Virgen del Carmen repartía escapularios a un grupo abigarrado de hombres y mujeres, viejos y niños que levantaban los brazos y sonreían casi felices desnudos pero calentitos por las llamas de un fuego que por todos lados los rodeaba.

El Cuervo – al fin y al cabo un “clerc” – pensó: ¡que gran invención esa del Purgatorio!. Fue una de las creaciones más originales del siglo XII. Cambió radicalmente la geografía del más allá. Ajeno al terror del infierno y al aburrimiento del cielo el Purgatorio permitía llevar en este mundo una vida ni buena o mala del todo y además hacía posible hablar y colaborar con los difuntos después de la muerte.

Pensando en el Purgatorio el Cuervo se olvidó de Francis Bacon y de sus obsesiones. Se curó. Dió las gracias al médico, le encargó recuerdos para doña Eduvigis y se dirigió al Refugio donde se zampó uno de los chuletones que preparaba el Chef Alfredo.

Todo lo que no es erotismo es burocracia.

No entendía bien el Cuervo como aquel extraordinario privilegio de poder entender y expresar la realidad desde la infancia en dos lenguas diferentes podía haber llegado a convertirse en un conflicto. Dado que todo parecía indicar que políticos y académicos se habían enrocado en sus posturas decidió consultar a unos viejos amigos. Aquellos cuervos que curtidos en cien batallas en los duros tiempos de la emigración a Europa donde a la fuerza tuvieron que ser bilingües o trilingües disfrutaban ahora de una bien ganada jubilación escuchando el tránsito de las horas en las campanadas de la Berenguela.

Corvus sabia que todos los martes al atardecer hacían tertulia en un fallado bajo el tejado de San Martín Pinario y allí se fué sin más. Cuando llegó los encontró jugando una partida de tute subastado. Sin apenas saludarlos se fué directamente al grano y les preguntó: ¿qué es lo que esta ocurriendo con la lengua? ¿Cuál es vuestra opinión?

Los que estaban jugando al tute no se dignaron levantar la vista de las cartas pero uno que había estudiado en Frankfurt y que acababa de llegar de tomarse unas tazas en los Sobrinos del Padre hizo ademán de contestar. Lo que aquí ocurre – dijo el cuervo complaciéndose en su propia pedantería – es un efecto más del predominio de la razón instrumental. Unos quieren hacer de la lengua un instrumento utilitario y otros quieren que funcione como un instrumento identitario. Pero antes de ser un instrumento la lengua es un hogar. El hogar donde habitan las palabras. Nuestras palabras. Y con ellas donde habitamos nosotros. Y un hogar verdadero no es sólo algo que se utiliza sino también y sobre todo algo que se ama y se disfruta. Que se cuida y se procura embellecer.

Lo que pasa es que aquí parece que nadie quiere – o no se atreve – a educar para el amor yla belleza. Yaquí como en cualquier otro tipo de docencia todo lo que no es erotismo es burocracia. Seducir, esa esla cuestión. Yno creo que nadie se enamore de una lengua a base de fonemas y de sintagmas, significados y significantes. Ocurre lo mismo que sucede en el amor: el exceso de técnica puede bloquear la naturalidad del goce. Y hablar una lengua es mucho más disfrutarla que dominarla.

Corvus empezaba a perder el hilo de aquel discurso y el frankfurtiano lo percibió. Así que decidió rematar la perorata citando solemnemente a Hölderlin: “el lenguaje ha sido dado al hombre para dar testimonio de que ha heredado lo que es”.

La cuestión consistía, pensó Corvus, en la recepción y disfrute simultáneos de dos herencias valiosisimas. Creia, claro esta, necesaria la ayuda y defensa de la que siempre había vivido desvalida. La que desde las Cantigas d´amigo, escarnio y mal-dizer llega hasta Rosalia tras siglos de silencio. Pero no acababa de entender lo que consideraba producto de un filologismo excesivo. No entendía que alguien pudiese no aceptar como creaciones propias del genio de Galicia el Bosque Animado, la Saga-Fuga o Madera de Boj o, era un supuesto, que Galaxia no pudiese publicar a Dña. Emilia Pardo Bazán o a Don Ramón María del Valle Inclán tal como en su tiempo se había expresado.

¿Para cuando un super-ego comemorativo comun?

 El Cuervo se dió cuenta de que al día siguiente Galicia celebraba su Gran Fiesta. Para unos la Fiesta de la Patria y para otros la dela Nación. Unosirían a San Lázaro, otros a la Quintana… y la mayoría silenciosa escogería ir a tumbarse en los arenales de cualquiera de las mil playas maravillosas.

Las distintas narrativas históricas que competían entre sí, pensó Corvus,  habían sido incapaces de inventar un Gran Súper-Ego conmemorativo común. Como quien se complace resolviendo sus propios acertijos se preguntó cómo y dónde podría surgir un Maquiavelo gallego. Truncado el brote nacido en Forcarey ¿podría haber ahora renacido en Os Peares?

En esos entretenimientos andaba metido cuando se le acercó un camarero. Era de Lugo y como secuela de una epilepsia que había padecido de niño le había quedado una extraña capacidad para adivinar el pensamiento de todos aquellos que se encontraban a menos de tres metros de donde él estaba. El camarero se inclinó suavemente y susurró al oído al Cuervo: ¡por su bien se lo digo: no se olvide de Palas de Rey!

La risa que la ocurrencia le produjo despertó al Cuervo de su sueño. Estaba en el Bucca Mario, había dado buena cuenta de una bistecca a la Fiorentina y el nivel de la botella de Chianti Classico Rufino estaba bajo mínimos. Sobre la mesa se veía doblado el periódico del día. Al ojear los titulares el Cuervo comprobó que en Italia gobernaba un obsceno Voyeur que se hacia llamar Il Cavalieri y que en España el término Florentino no se asociaba a Giotto, Dante, Miguel Angel o Maquiavelo sino a un señor que había pagado miles de millones por los servicios de un jovenzuelo que impunemente se hacía llamar Kaká.

Corvus murmuró: ¡Porca miseria! Se bebió el chianti Ruffino que aún quedaba en la botella, pagó la cuenta y abandonó Florencia volando hacia nadie sabe donde.