No es completa la formación intelectual de un médico mientras éste no sea capaz de dar razón histórica de sus saberes.
P. Lain Entralgo
El segundo vuelo tiene también a Italia como destino. Pero ahora no vamos para discurrir sobre técnicas sino sobre palabras. Esta es la cuestión:
¿Porqué llamamos catarata a la opacificación del cristalino? ¿De donde vendrá que usemos la misma palabra para designar lo que ocurre en el cristalino y lo que de modo realmente impresionante sucede en Niágara o en Iguazú?.
Para contestar esa pregunta nos subimos otra ves a la esterilla y volvemos a volar. Nos vamos al Salerno y al Montecassino del siglo XI.
Hay una primera explicación que parece bastante razonable. Dentro de la doctrina hipocrática de los humores la catarata era interpretada como producida por un humor que desde el cerebro descendía hasta el ojo a través de los nervios oculares. Al llegar al ojo el humor se “coagulaba” delante de la pupila. (No en el cristalino. Hay que esperar hasta 1705 cuando Brisseau demuestra que la opacidad se localiza en el cristalino).
El término catarata parece bastante adecuado para designar esa ”caída” de los humores cerebrales. κατα (catá) es un adverbio que significa abajo y rrew (reo) es un verbo que se refiere al movimiento de los líquidos. Catarro sería el desplazamiento de un liquido hacia abajo. De ahí viene catarro en referencia al fluir de las secreciones y mucosidades. Vemos pues que algo hay de común entre lo que se piensa que sucede en el cristalino y lo que contemplamos en la cascada en la que un gran río se despeña: el descenso de un fluido.
Pero lo curioso es que los griegos clásicos nunca usaron tal palabra. En el Corpus Hippocraticum se usa glaukwma (glaucoma) para designar una especie de pérdida de brillo en la papila. Más tarde en Alejandría bajo el influjo de la doctrina de los humores a la opacidad que aparecía en la pupila se la llamó upocuxix (hiposchysis). Esta palabra fue traducida al latín como suffusio. Suffusio significaba derramamiento de un líquido y suffusorium era el canal por donde se vertía el aceite de las lámparas. Nunca pensé que este término hubiese sido aplicado en castellano a algo relacionado con las cataratas pero abro ahora el diccionario de la RAE y me encuentro una sorpresa. En el término sufusión en su primera acepción se dice textualmente: “cierta enfermedad que padecen los ojos, especie de catarata”. Luego añade “inhibición de los tejidos orgánicos de líquidos extravasados y especialmente de sangre”.
Si ni los griegos ni los romanos utilizaron nunca el término catarata para designar la opacidad del cristalino ¿Cómo se produjo la invención de esa palabra y la generalización de su uso?.
La esterilla nos conduce ahora al final de una época obscura.
Después de la caída del Imperio Romano Europa se queda muda. El dinamismo cultural se traslada a Oriente Próximo. Primero Gondishapur y después Bagdad se constituyen como centros culturales capaces de recibir y de integrar influencias culturales que llegan desde puntos muy diversos. (Helenismo desde Bizancio y Alejandría, cristianismo desde Siria, hinduismo a través de Basora).
La lengua árabe es el elemento unificador de todas esas influencias. Se traducen al árabe los textos clásicos griegos y latinos y también, claro está, los que se refieren al conocimiento médico. En lo que se refiere a nuestro tema el término latino suffusio se traduce al árabe como “nuzul-el-ma”, el agua que cae o también como “agua azul”.
Y más tarde ocurre algo bastante curioso. A principios del siglo XI aparece en Salerno una comunidad de médicos que a si mismos se titulaban como “Collegium Hippocraticum”. Una leyenda dice que fué fundado por cuatro médicos: un griego, un judío, un árabe y un cristiano. Pero el primer miembro histórico de la Escuela de Salerno es Alfano, Arzobispo de Salerno desde 1058 y de quien los textos dicen que “excelluit in arte médica”. Alfano era intimo amigo de Desiderio, abad del monasterio de Montecassino, próximo a Salerno. Montecassino fué la casa madre de la orden fundada por S. Benito de Nursia y su influencia social y cultural fué muy importante. La “Regula Benidicti” que exigía a los monjes oración y trabajo tanto manual como intelectual – el famoso ora et labora – fué un instrumento ordenador fundamental de la convivencia medieval. En la biblioteca del monasterio se encerraba gran parte del saber médico.
Hacia 1075 llegó a Salerno un sabio y droguero del Norte de África, probablemente oriundo de Cartago que había viajado por Oriente y conocía bien la medicina árabe. Venia a Salerno para hacer negocios pero pronto se dió cuenta de la precaria situación de la medicina en Salerno tanto en lo que se refiere a los remedios que usaban como a los libros y autores que leían. Con el fin de actualizar la biblioteca de Montecassino Alfano acordó con el droguero que este volviese a Oriente y trajese consigo una selección de la literatura médica árabe. Al regresar el sabio droguero se convirtió al cristianismo, tomó el nombre de Constantino el Africano, se hizo lego del monasterio de Montecassino y dedicó más de diez años a traducir al latín medieval los manuscritos árabes. Pues bien es este personaje quien al escribir su conocido “Liber de oculis” traduce las expresiones “agua que cae” o “agua azul” con que los árabes describían la opacidad de la pupila por el término griego catarata.
La historia es tan bella como sugerente pero quizás las cosas no ocurrieron del modo tal como se las he contado. Considero como uno de los privilegios que me ha concedido la vida conocer y ser amigo del más ilustre de los latinistas que todavía viven e investigan en España: el Profesor Manuel Díaz y Díaz. Como no podía dejar de suceder le comenté lo que ustedes acaban de leer. El maestro me aclaró que el término catarata sólo fué utilizado por el griego clásico para designar las del Nilo entre otras cosas porque eran las únicas que se conocían en el mundo clásico. Pero rebajó la importancia de Constantino el Africano como introductor de los saberes médicos procedentes del mundo islámico. Salerno era una ciudad que mantenía en ese tiempo amplias relaciones culturales y económicas con oriente. Me precisó que la palabra catarata aparece por primera vez en castellano en Nebrija para designar la reja o rastrillo que cerraba por las noches las puertas de las murallas o de los puentes en las ciudades medievales (la reja caía de arriba abajo). Pero sobre todo me hizo un regalo que considero extraordinariamente interesante. Me envió las fotografías de unos estiletes metálicos para la reclinación del cristalino encontrados en las excavaciones de una ciudad romana próxima a Cyon. Y resulta que algunos de esos estiletes… ¡eran huecos! Y todo parece indicar que lo eran para que el cirujano o un ayudante pudiesen aspirar con la boca las masas del cristalino. En cataratas blandas la reclinación debía resultar difícil porque si la punta del estilete rompía la cápsula anterior las masas pasaban a la cámara anterior y no podían ser luxadas al vítreo. Que este debía ser un problema bastante habitual puede deducirse de la recomendación de Súsruta el gran maestro hindú, quien aconsejaba utilizar un estilete con punta muy afilada para penetrar en cámara anterior y otro de punta más roma para luxar el cristalino.
Vemos pues que la idea de asociar microincisión y aspiración del cristalino aunque sólo fuese para resolver una situación no deseada tiene también una antigua tradición.
Una tradición que se interrumpió un día de 1750 en que Jacques Daviel realizó la primera extracción extracapsular de la catarata inaugurando un modus operandi que con pequeñas modificaciones llego hasta nuestros días.
Durante todo el tiempo que duró la que podemos considerar como “era moderna” de la cirugía de la catarata la mente de los cirujanos más creativos se orientó casi exclusivamente a la maniobra de la extracción del cristalino. En los tiempos de la intracapsular el tema clave era como hacer la “presa”: primero la pinza, después la ventosa y el criodo fueron los procedimientos elegidos. Cuando llegaron las lentes intraoculares y tras experiencias bien dolorosas se demostró que sólo el saco capsular era un lugar seguro para su implantación se recuperó la extracción extracapsular y con ella la importancia de extraer el núcleo y aspirar las masas cristalinianas. Pero nadie discutía la incisión. Y sin embargo la obsesión por extraer el cristalino a través de una pequeña incisión es lo que ha revolucionado la cirugía de la catarata inaugurando la era contemporánea.
Para contarles la genealogía de ese cambio el prologuista no necesita recurrir a ninguna esterilla. Es historia vivida desde el principio hasta el final. El vehículo del viaje va a ser esta vez la memoria personal.
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